nº26 | construyendo posibles

Utopías autónomas

Existe en la Muy noble , Muy leal , Invicta y Mariana ciudad de Sevilla una pequeña porción de territorio de apenas medio kilómetro cuadrado conocido como el «triángulo de las verduras» (nos referimos a la zona ubicada en San Luis, San Julián y aledaños). También lo llaman «el gueto» o «el barrio» y es alabado y criticado con igual intensidad por personas propias y ajenas. Nos llaman autorreferenciales, ombliguistas, endogámicos y guais; críticas todas y, posiblemente, con el mayor de los fundamentos. Pero lo que es innegable es que en esta fracción territorial amenazada y diversa ocurren cosas a las que no debemos dejar de prestar atención.

Antes de continuar describiendo los procesos y proyectos que suceden en «el gueto», consideramos menester identificar y describir una sociopatología que acompaña a los seres sevillanos de izquierdas y/o con deseos transformadores o revolucionarios (aunque no exclusivamente). Este es el «síndrome del jevy». Esta patología recibe su nombre de la conocida expresión de la tribu urbana conocida como los jevys: ¡Pa jevy yo, ese, ese es una marico…! Este mal del que adolecemos provoca en numerosas ocasiones, que no seamos capaces más que de criticar (o de referir) las cosas que suceden. Aunque con esto es más que evidente que solo conseguimos restarle importancia y potencialidad de aprendizaje a los procesos y contextos de autonomía que se están dando en estos lugares. Procesos y contextos que se fraguan a costa del tiempo y los cuerpos de muchas personas, que de manera solidaria y basadas en el apoyo mutuo, le van dando forma y realidad a numerosas situaciones que desde luego se aproximan al mundo nuevo que según Durruti (uno y trino) llevamos en nuestros corazones. 

También es menester aclarar qué consideramos como proyectos autónomos. Podríamos afirmar que tiene que ver con la capacidad individual y colectiva de darnos y definirnos las propias normas de existencia. Pensamos y actuamos con unos principios políticos eminentemente prácticos y no solo teóricos. Tenemos como anhelos y premisas la democracia radical repeliendo las representaciones (aunque no siempre y/o en todos los contextos lo consigamos). Atendemos a prácticas que horizontalizan la toma de decisiones. Buscamos estrategias que amortigüen o frenen las actitudes machistas o patriarcales, las cuotas de poder (generalmente dominadas por hombres maduros que hablan más que callan y escuchan). Y nos inventamos nuevas reglas del juego para gestionar y definir los diferentes proyectos que de diferentes maneras atienden a la resolución de las necesidades básicas reales. Otro aspecto que posiblemente se esté desarrollando tiene que ver con el derecho de uso y no de propiedad. Y también destacaremos que, aunque atendiendo a un gradiente de posibilidades, se evita la relación con la burocracia institucional. Hablamos de gradientes de posibilidades porque evidentemente este territorio y estos proyectos integran a una gran diversidad de gentes, y en esta diversidad sigue habiendo quien cree que la institución puede ser una aliada (aunque la historia reciente de nuestras luchas nos muestre que siempre que aparecen lo hacen como elefantes en cacharrería).

Y bueno, así estamos, en laboratorios de nuevas (o antiguas) prácticas, o al menos de prácticas no deseadas, ni favorecidas por el sistema capitalista, que nos quiere solas, individuales y compitiendo entre nosotras. Que quede claro que hay mucho que mejorar, que no queremos vender motos, pero en este momento en el que «la cosa está tan mala» nos es preciso poner en valor estos reservorios de prácticas comunitarias que tanto nos van a servir en futuro no demasiado lejano. Y no olvidemos que todos ellos surgen como respuesta a amenazas, agresiones o carencias y manipulaciones estatales e institucionales al servicio de los mercados. 

Así describiremos proyectos que seguro conoceréis, pero nunca está de más recordar su existencia y animar a la participación y apoyo de la vecindad (cercana o lejana).

El Huerto del Rey Moro

Ante la falta de espacios verdes… ¡Nos montamos un huerto!

El HRM es un espacio libre interior de manzana, de 3500 m2, con puerta a calle Enladrillada. Junto a otras parcelas aledañas, es la antigua huerta de la Casa del Rey Moro.

Por sus altos valores patrimoniales, en 2001 la casa y su huerto se declararon Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento. Lustros antes el espacio estaba «pintado de verde» en los planes urbanísticos (aunque en una parte también se preveía, y se sigue previendo […] construir pisos). Pero permanecía «solar» inaccesible.

En 2004, varixs vecinxs conocimos del lugar, investigamos y, dada la carencia de zonas verdes y de encuentro en el barrio, nos constituimos en asamblea y decidimos abrir el espacio para uso vecinal.

El HRM deviene así punto de cohesión barrial, concitando a personas de todas las edades, que cultivan la tierra, contemplan la natura en mitad de la ciudad, toman el aire, organizan y disfrutan de actividades, hornean pan, aprenden otras maneras de considerar el medio ambiente, llevan a sus criaturas a jugar… Y que gestionan un espacio comunitario de manera colaborativa; algo que solo se aprende en estas «escuelas de ciudadanía», que son los espacios de gestión colectiva.

Funcionamos mediante asamblea, de reunión mensual, y con varias comisiones estables o temporales que realizan tareas específicas, acordadas por la asamblea.

El Topo. El periódico tabernario bimestral más leído de Sevilla. 

Frente a la manipulación de los medios de comunicación creamos nuestro propio proyecto informativo

Hace poco más de cinco años, en el año 2013 y en el mismísimo corazón del triángulo de las verduras, comenzamos a fraguar el proyecto cuya vigesimosexta materialización tienes hoy entre tus manos o estás leyendo a través de una pantallita de colores. Desde el comienzo tuvimos clara la necesidad de que fuera un proyecto autogestionado y autónomo. Ya hemos ido contando en diferentes momentos nuestro firme propósito de que sea un laboratorio, un espacio de prueba, una demo que nos permita experimentar la posibilidad de generar una herramienta de transmisión de información contrahegemónica. A parte debemos añadir que en este proyecto no es importante solo lo que se cuenta, sino toda la urdimbre que sustenta el proyecto, compleja y rica, y que nos está suponiendo una fuente de aprendizaje inagotable. La cuestión económica la resolvemos (como podemos) con las personas suscriptoras y las entidades asociadas que apoyan el proyecto además de algunos de los eventos que organizamos. Es importante recordar que El Topo no se vende, y que se puede conseguir de manera gratuita en diferentes puntos de distribución.

Respecto a la gestión del proyecto, se dan numerosos procesos que se mantienen en un curioso equilibrio dinámico coordinado (en la actualidad) por tres mujeres y que ha conseguido que no se haya faltado a la cita bimestral ni una sola vez en sus cuatro años de vida material.

Los contenidos los decidimos en asamblea y a través de diferentes comisiones y con colaboración de muchas personas se llevan a cabo las tareas de ilustración y maqueta, escritura, revisión ortotipográfica, enturulamiento y envío, ajuste de cuentas, organización de eventos y una larga lista de faenas que hace que El Topo exista tal y como hoy lo conocemos y disfrutamos.

Mercao social La Rendija

La Rendija es un proyecto compuesto por otros dos proyectos: los colectivos El Enjambre sin Reina y Buenaventura Comunicación Social. Frente a la pérdida de soberanía alimentaria y la alienación de nuestras mentes y cuerpos por el mercado, en 2012 decidimos organizar nuestro propio mercao social. Nuestros primeros pasos los dimos en el Pumarejo, en la antigua Casa de la Paz (nunca nos salimos de los difusos límites del Triángulo de las Verduras). Y nos impulsó la idea de poner en valor la producción de bienes y servicios locales, ecológicos, artesanales y de comercio justo; acercándolos a nuestro barrio, en un diálogo abierto entre quienes producen y quienes consumen. Nuestro objetivo era construir un espacio de consumo, suministro y distribución, donde podamos ejercer nuestra opción de consumo con compromiso social.

Dos años después nos mudamos a San Julián, otro epicentro de la movida promovida por el gueto. ¿Por qué es tan importante para nosotras insertar nuestro proyecto precisamente en este territorio? El consumo local nos permite conocer a la persona que elabora o cultiva aquello que comemos, usamos o llevamos. Sabemos de dónde viene y cómo se hace y es más fácil controlar la calidad de lo que compramos. Comprar y producir localmente implementa responsabilidad. La distancia reduce la responsabilidad. Además supone beneficios para el medioambiente al reducir el transporte de las mercancías. Y por si fuera poco, crea economía local y da vida a nuestros barrios. 

¿Solo eso? No. Aquí estamos acompañadas y enredadas. Nos reliamos con proyectos comunes. Buscamos productores en colectivos afines que a su vez vienen buscando productos para su lista de la compra ética cuando organizan eventos para apoyar a otros proyectos en los que también estamos reliadas. Si queréis un rizoma, aquí tenéis uno.

Y frente a la falta de puntos de encuentro que podamos usar sin que un sufrido funcionario abra y cierre y la burocracia decida qué se hace y qué no. Abrimos y gestionamos nuestros propios centros sociales. 

COAF La Revo. Los feminismos por bandera

«Estamos en el año 2018 d. C. Toda la SeviGalia está ocupada por el capital… ¿Toda? ¡No! Una casa poblada por irreductibles femillanas resiste, todavía y como siempre, al invasor.» Nos gustaría decir también aquello de «y la vida no es fácil para las guarniciones de represores y burócratas sevillanitos en derredor».  Pero seamos realistas, eso es ya demasiada literatura. 

Pues sí. Desafortunadamente, la Revo es el último reducto de la okupación en está pía ciudad. Y aunque no tenemos una poción mágica que nos de fuerzas, no la necesitamos; nos tenemos a nosotras, y a las aliadas de los colectivos que en este artículo aparecen, y de otros muchos más. 

La Revo va más allá de las paredes del centro social. La asamblea nació previamente a la okupación del espacio, con la intención de ir creando apoyo mutuo, empoderamiento y sororidad, herramientas que deseábamos que fueran parte de nuestra cotidianidad. Desde entonces, continuamos creando y luchando desde los feminismos y la autonomía, dando espacio, por ejemplo, a un grupo de apoyo y respuesta ante las violencias machistas; o a otro sobre crianza colectiva, que recién comienza. 

Así, desde la horizontalidad colectiva, seguimos construyendo nuevas formas feministas de vivir y resistir frente a la hostilidad del imperio roman… qué diga, del patriarcado y el capital.

Lanónima. Resistencias alquiletas

Lanónima surge como apuesta ante la carencia de espacios autogestionados en el barrio y la  ausencia de edificios abandonados susceptibles de albergarlos vía okupación.  Siendo así nos  planteamos un nuevo formato que, haciendo de la necesidad virtud, es decir, transigiendo con el  alquiler, pudiera sostenerse con las cuotas de las personas que en función de sus posibilidades aportan para el sustento económico.  Un año y medio después podemos decir que se ha confirmado la necesidad de su existencia, que el barrio necesitaba de un espacio  como este. 

Tras un primer año de rodaje y tanteos varios se ha consolidado la asamblea que gestiona el espacio  y también los usos que de él se hace (tantos como nos permite el espacio diáfano donde estamos).   

Usos que van desde las presentaciones de libros, debates políticos y talleres, pasando por las  asambleas de colectivos o como simple lugar de encuentro, al uso cotidiano del espacio por parte de un grupo autogestionado de crianza.  Todo ello con la intención de desmercantilizar, en la medida  de lo posible, un fragmento, otro, de nuestras vidas, poniendo en común un recurso escaso como es  el espacio común.  Todo ello, también, con el deseo de experimentar con un prototipo que pueda ser  replicable en otros barrios/contextos.

Casa grande del Pumarejo. El buque insignia

Desde el 2000 llevamos afianzando una iniciativa de autogestión de todo un palacio; justo desde que el vecindario y algunas entidades crearon la plataforma en defensa de las familias residentes y su casa, la Casa Grande para el barrio, ya amenazadas por la centrifugación.

Este inmueble de casi 250 años era y es ejemplo vivo de residencia popular tradicional, y de nodo de sociabilidad barrial por los usos asociativos, artesanales, comerciales y culturales en él desarrollados.

Con la idea de fortalecer este papel, y de ayudar a revitalizar y a defender la casa como patrimonio común, desde 2004 hemos ido ocupando y abriendo locales abandonados, conformando el Centro Vecinal Pumarejo (en cesión desde el 2011, por 15 años); soporte de diversos colectivos y también de actividades propuestas por personas implicadas.

La declaración de monumento en 2003, que reconoce sus valores materiales y etnológicos, y su calificación como equipamiento público, son también logros ciudadanos.

La Casa ha reclamado hasta hoy la rehabilitación integral del edificio al propietario, el Ayuntamiento de Sevilla; aunque «dando ejemplo»: su gente también se ha esforzado por frenar su deterioro físico -de ahí la campaña Lo Hacemos Nosotras-. Y sigue trabajando por consolidar un espacio comunitario donde se desarrollan formas propias de experimentación social y cuidadana.

Nos apoya

Es una cooperativa andaluza de base tecnológica. Trabajamos en los ámbitos de las tecnologías para la transformación urbana y social, la arquitectura y el arte.