nº55 | editorial

No nos mires, únete

«Cuando yo uso una palabra —insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso—, quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos. La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda, eso es todo.»

Alicia a través del Espejo, Lewis Carrol

La relación del poder con el periodismo —o con según qué medios— es un tema recurrente entre aquellos que nos planteamos la calidad de las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación masivos.

Sé que muchas de vosotras me diréis que basta con no consumirlos, pero la realidad es que no podemos —no deberíamos— obviar que es la información que les llega a una gran mayoría en nuestro país. Una gran mayoría que creció dando por hecho que, si en alguien se puede confiar a la hora de entender un conflicto o una situación sociopolítica, es en un periodista.

SPOILER: No.

Cuando escuchamos a Ferreras afirmar a Villarejo: «nosotros matamos a Monedero» a todas nos dieron escalofríos. Y es que las llamadas cloacas llegan a todas partes y siempre ha habido un tufo a mierda en los medios masivos de nuestro país. La misma sensación cuando escuchamos a una tal Susana Griso despachar un bulo sobre la ministra de Igualdad en prime time o cuando vemos colaboradores «expertos» quedarse tan anchos hablando sobre la okupación como si fuera el gran problema de nuestro siglo —en lugar de la despiadada burbuja inmobiliaria y las personas sin casa de las que, por cierto, aún no les he oído hablar—.

Periodismo, poder. Poder, periodismo.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de poder?

Decía la filósofa Hannah Arendt en La condición humana que «el poder concierne al número de individuos capaces de organizarse y actuar en común acuerdo para lograr llevar a cabo acciones y proyectos que den origen a algo nuevo en el mundo. Es decir, el poder nunca es propie­dad de un solo individuo».

Tomando esta definición como válida, parece que otorgar el poder a unos pocos y el relato dominante a sus secuaces AKA periodistas de renombre es una visión muy pesimista del sistema a la que nos negamos muchas.

Nos negamos al discurso imperante, a las fuentes oficiales, a las estrategias económicas detrás de la mayoría de los medios. Nos negamos rotundamente a la falta de alternativas.

Escribir de forma independiente implica muchas veces quedarse fuera de la foto, trabajar por amor al arte —a las historias—, implica poner la cara y el cuerpo al enfrentarse al supuesto poder político o económico. Porque sí. Porque alguien debería poner el foco aquí —o allí—.

Esto es lo que intentamos desde espacios alternativos e independientes como El Topo y otros tantos que siguen surgiendo a lo largo y ancho del mundo: unirnos para ejercer nuestro poder, ofrecer nuestro trabajo. Para contar desde los márgenes.

No nos mires, ¡únete!

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