nº39 | editorial

Romance Sonámbulas

El Topo está en duelo. Se bate contra sí mismo con el cuerpito roto. Hay pérdidas y también pierde. Y más vivo que nunca, bebe savia nueva con la cara recién lavá. Hay brotes y salen flores, aunque no toque. Por eso le quitamos el disfraz de carnavales al capitalismo verde y desmontamos la declaración de emergencia climática.

El Topo no se cuida. Se sobrepasa y se estrella sin poner límites. También fija perímetros de seguridad donde gastar los tenis bailando. En los diez años de La Fábrika de toda la vida se nos ha visto sandunguear por allí.

El Topo se pierde entre dimes y diretes que muerden en el cuello y no salen de las cabezas mientras busca la fuente de agua clara y se peina, mete los pies, recarga la botella, el vaso XXL de té, el vinito, el mate, la cantimplora, su petaca de licor café y el pacharán casero. El colectivo EPA también nos ayuda a calentar nuestras gargantas en andalûh.

El Topo no sabe, no dice, no habla, no quiere, no puede.El Topo no. No. Pero cuenta cuentos, alarga los desayunos y comparte recetas para media col del fondo de la nevera. Da paseos largos por Los Lances y se sacude el cuerpo invadido de arena y alga japonesa.

El Topo llega tarde porque en realidad no quiere ir. Y si aparece no está, porque no. Se mira en los espejos que se apoyan en contenedores, en las tapaderas de ollas que hacen pucheros grandes en cocinas de cárceles.

El Topo enmudece o grita, y va a clases lunes y miércoles de 19:30 a 21:30 donde acompaña a colectivos a encontrar la gama de grises. Los martes y jueves busca negros y blancos. En su walkman suena fuerte el romance sonámbulo, de un verde cogollo californiano, y así te llevamos al tajo.

El Topo se esconde y se descontrola, de la madriguera a los árboles, de los árboles a la madriguera. Olvida su ceguera, olvida que donde había árboles ahora hacen mudanzas las vecinas, sacando el fajo del sujetador para contar dinero de esquinas.

Y así vamos, con duquelas y alegrías.

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