Casi seguro que cuando estés leyendo esto ya habrá pasado la madre de todas las ferias, la Feria de Abril de Sevilla, que este año, sin embargo, ha caído en mayo porque, como también pasa con los carnavales, la Semana Santa condiciona la fecha de su celebración. Aunque se estén perdiendo el Patrico y las patillas de hacha, es la que más coraje nos da porque es la más grande, la primera (en verdad es la segunda, antes va la de Mairena del Alcor) y, sobre todo, el modelo al que el resto de las ferias intentan parecerse. Nos vestimos de corto y al turrón.
Dice Antonio Manuel que la Feria andaluza no viene de las ferias del ganado castellanas, sino de la voz árabe farah (فرح), ‘alegría’, y que por eso vestirse de faralaes es vestirse de farah -alegría- labs -ropa- (فرح لبس ). Vale, lo respetamos, aunque cuando entramos en la feria, las pintas que se ven en el recinto no dan precisamente alegría, sino más bien miedo o repelús, con esa estética golpista y terrateniente que tanto abunda. Aparte que llamarla feria del ganado nos parece una falta de respeto, por muy embrutecida que esté la masa asistente.
Conste que hemos escrito esta pieza en la única capital andaluza sin feria y sin toros, y cuya mejor semana del año es la de Carnaval, en febrero (este año ha caído en marzo, la Semana Santa manda). Y, conste también que, como buenos andaluces de izquierdas, somos hiperbólicos a la hora de hablar (y nos gusta ir de culturetas, por eso decimos hiperbólicos en lugar de exageraos). Nosotros vemos en la feria de Sevilla una alfombra de albero por la que desfila la vanidad y el facherío. Una rave aburguesada.
Es curioso que la fiesta más sevillana naciera de la iniciativa de un vasco y un catalán, concejales y empresarios ambos. Y que su indumentaria oficial, tan elitista y emperifollada, tenga orígenes campesinos. Y que la finalidad genuina del tocado florido de las mujeres era la de disimular el olor de las boñigas de los caballos.
Habrá gente que diga que hay muchas ferias y que las clases populares también se apropian de ella y la hacen expresión de su conciencia y cultura, que entre las casetas privadas y los coches de caballos se esconden realidades emancipatorias de autorganización y trabajo cooperativo. Y esto lo escribimos gente que no somos capaces ni de organizar una barbacoa y apoyamos a muerte todas las causas emancipatorias que de ahí obtienen recursos. Pero como fiesta popular queda a varias eras de los carnavales, por ejemplo, que tiene mucha más variedad de disfraces y una poesía más rica y perspicaz que aquello de «Me casé con un enano salerito pa jartarme de reír». Puede que en los carnavales la gente no se drogue tanto como en la feria, en el Rocío o en cualquier operativo de la uip, pero aun así…
La privacidad de las casetas es una particularidad de la Feria de Sevilla y fue una ocurrencia que el duque de Montpensier, cuñado de Isabel II (doblemente cuñado), tuvo en 1848 para poder disfrutar de los días de feria con un público de su mismo nivel. Desde entonces, se impuso el apartheid en el Real y las casetas privadas marcaron tendencia. Así, la chusma se ve obligada a amontonarse en las casetas de libre acceso, donde puede libremente pelear entre sí. En esas casetas es donde va el montón, la gente que sueña en gominola. Ahí es donde te podrías encontrar a La Siesa, con dos copitas de vino de más, saludando a todo el mundo simpatiquísima y acabaría con uno, vestido de cayetano de medio pelo, embrujada tras bailar ambos una sevillana cochinera, besándose cuando él la acompaña a mear entre dos furgonas.
En fin, que por mucho que nos pongamos en modo cultura popular, la Feria de Sevilla es la exaltación del cayetanismo en todas sus dimensiones. Las clases subalternas se sienten terratenientes por una semana, vistiendo como un terrateniente, comiendo como un terrateniente o cortejando como ellas creen que los terratenientes hacen. Todo el mundo conoce a alguna familia que se endeuda con el banco para no pecar de tiesa. Sin embargo, para el común, la única posibilidad de interactuar con la aristocracia y el Alto Empresariado es trabajando para ellos en sus reservados o, si acaso, que te atropelle una Victoria Federica y se de a la fuga.
Sabemos que la clase dominante y la clase trabajadora se han pasado la Historia imitándose en una continua apropiación o retroalimentación cultural, pero nos da mucha pena la gente que trata de igualar las clases sociales por arriba, intentando parecer un consejero delegado del bbva, una duquesa de Alba o, como mínimo, uno de Bocs. De hecho, eso también explica la hiperexclusividad de algunas casetas donde se encuentran las élites, algunos de los atuendos son tan extremadamente ridículos que prefieren no exponerse mucho.
Esto tiene un especial impacto en la juventud. Para ella, la feria es un megacotillón de etiqueta. Aprenden a usar el cuerpo como lo usa Froilán, por ejemplo. Una auténtica performatividad de clase (y de género) para la chavalada de clase obrera. Vestirse, andar, gesticular como tíos y tías importantes, fantaseando con cruzarse con Carlos Herrera y Mariló Montero. Y todo sabiendo que al otro lado de la lona tiene lugar una explotación laboral propia de una zed asiática de los años ochenta: sin legislación laboral, sin horarios, sin escrúpulos. Habrá hasta becarios, co-workers y emprendedores. Por supuesto, artistas que cantan y bailan para la minoría pudiente, como antiguamente se hacía en los cortijos. Pero lo que más abunda son pseudoesclavos en cocinas, tras las barras o haciendo de seguratas.
Dice la popular sevillana que «el albero me vuelve loco». Y es que en la feria no solo peligra la salud mental. Vale que ya no hay riesgo de contraer tuberculosis, varicela, fiebre tifoidea o gonorrea como antaño, pero desde naturópatas del enrolle hasta el grupo de negocios sanitarios Quirón advierten del incremento de las afecciones respiratorias durante estas fiestas. Algunas dicen que se debe a algún tipo de laca o producto que le echan al albero para que no se levante formando polvareda y permanezca quieto y brillante, como una alfombra de pan de oro, a los pies del público. Nosotros estamos seguros de que es el chemtrail al posarse en la tierra.
Por concluir: menos Cantores de Hispalis y más cantones de ídem.