nº52 | lisergia

Ocultismo en la trastienda del poder

Para intentar ganar una guerra hay que probarlo todo: el uso de armas, los embargos y las sanciones, la propaganda, las palabrotas. Y, por qué no, la magia también. Poderoso y barato, ¿qué más queréis?

El otro día, un medio de referencia como ABC informaba sobre un grupo de brujas rusas que invocaron a las fuerzas ocultas con el objetivo de hacer de Rusia un país grande (se ve que 17,1 millones de kilómetros cuadrados no les basta) y a Putin más grande aún. El autodenominado Imperio de las Brujas más Poderosas de Europa ponía sus hechizos al servicio de su presidente y lanzaba una Maldición Imperdonable contra sus enemigos.

Si Putin acaba fracasando en sus correrías imperialistas, ¿quién no te dice a ti que es porque una de estas brujas se ha trabucado y ha leído malamente el conjuro, o porque el Poder de lo Oculto se ha alineado con la OTAN? Nunca se sabrá si las guerras habidas y por haber basan sus éxitos en el humor de las fuerzas oscuras del más allá que p’acá.

En cualquier caso, la magia es un recurso barato. No estaría mal que un alto porcentaje del presupuesto militar se detrajera de misiles y bombarderos y se invirtiera en artes oscuras. Darían ganas de alistarse. A veces funciona y otras decepciona, como cuando la cantante Lana del Rey se sumó a un grupo de brujas en 2017 para evitar que Trump ganara las elecciones.

Lo de las brujas pro-Putin no es nuevo. Cuenta la leyenda que, durante la II Guerra Mundial, el mago y una de las grandes influencias del esoterismo contemporáneo, Aleister Crowley, aconsejó a Winston Churchill que hiciera su famosa ‘V’ de victoria para vencer a Hitler. Puesto que la esvástica podía considerarse una cruz en movimiento, su rotación podía trabarse con una cuña o una V. Se dice que Crowley formaba con otros ocultistas y astrólogos, el Black Team, un equipo de magos al servicio de los aliados que con ese nombre bien podían jugar al baloncesto o hacer hip-hop, pero no. En aquel contexto, hubo ciudadanos británicos anónimos que, espoleados por una ocultista, desde la comodidad de sus hogares, en una mezcla de reiki y Magia Borrás, combatían contra los nazis lanzando ataques mentales o se transportaban simbólicamente hasta los refugios alemanes donde les hostigaban con espadas de fuego modelo Arcángel San Gabriel meets Starwars. También decían que el ilusionista Jaspes Maskelyne hizo desaparecer el Canal de Suez ante la mirada incrédula de los arios. Aprende, David Copperfield.

Los nazis ya contaban con toda esta parafernalia. Eran verdaderos true believers y se hicieron con los servicios de la Sociedad Thule, de la Orden negra y del Profeta del Tercer Reich, Eric Jan Hanussen, ocultista de cabecera de Hitler. El mismísimo Himmler, comandante en jefe de las SS, realizaba sus rituales en una habitación de su castillo con el sugerente nombre de «El reino de los muertos». Pero no contaban con la astucia de miss Price y el «Treguna Mekoides Trecorum Satis Dee», es decir, la locomoción sustitutiva (para más información sobre esta gracieta, ver La bruja novata, película de culto de lo oculto para mayor gloria de Ángela Lansbury).

Archiconocidas fueron también las relaciones e influjos de Rasputin (curandero, visionario y liante) sobre la familia Romanov, antiguos zares de la Gran Rusia. Incluso Ronald Reagan no tomaba decisión importante alguna sin antes consultar con la astróloga Joan Quigley, que se aseguraba de que los planetas estaban adecuadamente alineados. Su homólogo argentino, Juan Domingo Perón, era aconsejado por López Rega, alias el Brujo, que desde su Ministerio de Bienestar organizó la Triple A (organización paramilitar anticomunista). Según cuentan, cuando Perón agonizaba en el lecho de muerte, este brujo lo agarró de los tobillos e intentó retener su espíritu al grito de: «¡No te vayas, faraón!». Duvalier se valió del vudú para extender el terror en Haití. Maduro echa mano de la santería y las malas lenguas dicen que Fidel Castro hacía lo mismo. Hasta el expresident Jordi Pujol fue asesorado por la bruja Adelina, que usaba un huevo que se volvía negro al absorberle las malas energías. Blanqueando energías para blanquear dinero.

James Randi, ilusionista y entregado a la causa de exponer fraudes relacionados con la parapsicología, lo sobrenatural o la homeopatía, distinguía entre magia y fraude. Para él, una cosa era emplear trucos para engañar temporalmente los sentidos y otra cosa muy distinta emplear trucos para convencer a la gente de que tienes superpoderes. El mago no revela el truco, pero deja claro (o confía en el sentido común) que es un truco. Este tipo de magos, como Randi o incluso como Juan Tamariz (quien decía que la magia es una propuesta de juego), evidentemente, no sirven para la Alta Magia y la influencia en el poder político. Una cosa es el bendito ilusionismo y otra el conocimiento hermético de los superpoderes. Cierto es que la electricidad de hecho parece cosa del diablo, ¿a que sí?, o que la medicina y la química vienen de la alquimia y otras artes consideradas mágicas. De todos modos, que las fuerzas ocultas quieran explicarse desde el prisma de la razón solo denota carencia de visión poética y falta de respeto a las distintas cosmovisiones del mundo. Ni materialismo ni esoterismo. Equidistancia metafísica.

El antiguo bajista de Blondie y divulgador del ocultismo, Gary Lachman, dijo que «se emplea la magia mental para hacer que las ideas de la extrema derecha se hagan realidad. Nos sorprendería saber cuántos ocultistas hay en la órbita de personajes como Trump o Putin». Este tipo de afirmaciones obliga a la gente simple, llana y buena —como la que lee El Topo— a buscarse las papas y hacerse con su propio ejército de fuerzas oscuras. Si para luchar por la justicia social no tenemos ni queremos bombas de racimo, bien nos vendría un buen conjuro. El problema es encontrar a la persona adecuada que sepa conjurar con efectividad y luego, que se le pague adecuadamente. No puede ser que la precariedad imperante también afecte a las fuerzas y cuerpos de oscuridad del Estado, ejem, es decir, de la revolución.

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