nº38 | lisergia

Un paseo por la antropología neoliberal

El modo de vida capitalista, de la urbanización y el centro comercial, favorece el surgimiento de una gran masa de votantes de derechas, un caldo de cultivo ideal para los fascismos venideros

El recién estrenado pacto de gobierno podría alimentar las esperanzas de la progresía y el altermundismo, pero supone un respiro de pacotilla frente al apocalipsis. Los augurios sociodemográficos plantean una creciente masa social para alimentar las ultraderechas emergentes. No hay que leer el BOE ni atender al último informe de Clander Waterhouse Cooper. Solo hay que mirar más allá, a buena parte del área metropolitana de Sevilla. Lo que se ve venir en los próximos años es un incremento sustancial en la población de ingresos medios fruto del rediseño urbano y la vida posmoderna alienante. Es decir, el horizonte augura un aumento gordo de la masa de votantes facha.

Esto no responde al cambio generacional de esa masa que aún le queda al PSOE, incluso a Unidas Podemos, que le quedan dos cafés, sino por tendencias demográficas: el cambio generacional, tío, las nuevas generaciones criadas en la antropología ultraliberal. Incluso lo que se quiere llamar izquierda muchas veces se reproduce bajo el paraguas de ese mismo modo de vida, y esos mismos valores, aunque se quiera pintar de diferencia.

Un paseíto por el área metropolitana de Sevilla-Aljarafe puede dar muchas pistas. Por ejemplo, por cualquiera de las áreas residenciales de baja densidad de población que alimentan de público a las grandes superficies comerciales. El mito de la caverna que revisitó Saramago vestido de centro comercial. Esa gente, potenciales votantes de derechas, sienten que cuantas menos plantas tengan los edificios de viviendas, mejor. El bloque es de barriada y frutería. El adosado es de confort, centro comercial Lagoh y España va bien.

Caminando por los barrios con poca densidad —donde no merece la pena poner un negocio, donde se mezclan zonas de bloques cerrados con piscina e hileras de adosados con un viario superfuncional al coche e inhóspito para el peatón, en plan América,— ya se van viendo esos zapatitos de piel de ante, esas pulseritas antihigiénicas de rifas de la cofradía o de lemas por la gloria del no nato y alguna banderita bicolor. La rojigualda también está en el cinturón de spagnolo o en la correa del perro. Es decir, mucho oyente de Carlos Herrera con pinta de tener cortijo pero que reside en un unifamiliar. Durante este paseo también nos cruzamos con mucha más policía, tanto de descanso como de servicio.

Como ya hiciera la pionera Thatcher, verás a gente que se cree clase media porque ya solo le quedan 25 años de hipoteca pero que, en realidad, es proletariado. Clase obrera sin influencia ninguna en los medios de producción. Mano de obra esclava que se cree clase media por tener un mac con el que sobrellevar su precario trabajo de autónomo. Eso sí, proletariado del turbocapitalismo que se ha ido de crucero seis días y se cree que entiende de vino porque compra botellas de Rioja de seis pavos en el súper. Antes por lo menos sabías quién te robaba. Clase media, incluso «media-alta», cercana a la elite porque tiene a sus niños en un cole privado donde los visten como a Harry Potter y pueden coincidir en clase con l@s hij@s de aquel cantante de OT tan simpático, tal torero guaperas y aquel que concursó en Masterchef Junior; cuyo reparto, por cierto, da para artículo. Incluso da para lanzallamas y barbarie.

Gente que se siente privilegiada por poder gastar en una de las provincias más castigadas de España y que muchos nos tememos saber a quiénes votan cuando ven sus «privilegios» en peligro. La ilusión de ser clase media hace que las prioridades sean antropológicamente liberales ¿Cómo creen que se construyó el «cinturón naranja» de Madrid? De hecho, ¿por qué si no los madrileños son tan fachas? Y perdonen esta generalidad que pudiera ofender a los putos madrileños.

Por tanto, no es atrevido asegurar que el neoliberalismo se defiende vinculando aspectos que creíamos manejables por la política parlamentaria y otros que forman parte de la manera de vivir que elegimos. El individualismo y el consumismo, el centro comercial frente al establecimiento del barrio, el Netflix frente a la conversación, la educación concertada, los seguros de salud, las urbanizaciones del extrarradio como lugar deseable frente a los abusos de la gentrificación y el urbanismo arrasador de la franquicia y la Europa de los vuelos baratitos y el AirBnb. Todo en la misma olla creando un caldo de cultivo ideal para los fascismos venideros de índole supuestamente democrática. Mientras, en el distrito Casco Antiguo la vivienda ha subido un 21% y se ha revalorizado un 43,5% por encima de la media municipal. El parque inmobiliario de Sevilla capital tiene un valor aproximado de 58 004 millones de euros y ese hiperinflado mercado va a seguir implosionando.

Interesa más conectar bien las zonas residenciales con los centros comerciales y construir circunvalaciones de cinco carriles que pensar en una buena red de transporte público o en la habitabilidad de la ciudad. La vecindad ni se conoce ni le hace falta. Si se deteriora el valor de lo público como conquista social, ¿qué futuro le vamos a dejar a Jordi Hurtado? Dicen que el ser humano es social por naturaleza. Pero si se difumina la convivencia, la comunidad se desvanece. Todo empuja a vivir encerrados en bellos castillos amurallados con parquin privado de dos plazas y jardín particular.

Cuando alguien vive cuidando de las criaturita en su urbanización con parque infantil privado, jardín y piscina, ¿para qué te vas a preocupar de que haya zonas verdes, plazas habitables o buenas instalaciones públicas? Tu vivienda la habrás pagado seguramente con un crédito individual. Igual que tu plaza de garaje y tu coche, o vuestros dos coches, que usáis para ir a trabajar, para llevar y traer a los peques de aquí para allá. El espíritu comunitario no te va a venir así de repente. Al revés, cada vez te resultará más cansino conducir tu 4×4 por las calles del centro entre tanto peatón malhumorado y tanta ciclista que se cree muy guay.

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