nº55 | lisergia

Crónica costumbrista de un cabaré de la culturé

A veces, analizar la concurrencia de un evento sociocultural sirve para entender el funcionamiento del sistema. Otras, incluso para una tesis doctoral. Y otras, las más, solo para reírnos. Sobran las opiniones. Basta con observar, oler y perseguir el canapé.

Hace poco fuimos a una gala cultural en el Ayuntamiento de una agrociudad turística media de esta nuestra Andalucía. No nos daban ningún premio, pero fuimos a ver si podíamos mover algún hilo de las subvenciones para igualdad o educación ambiental y, de paso, pillar alguna croqueta o saladito del cáterin. No sacamos ni hilo ni croqueta, pero, en pos de la resiliencia, fue divertido.

Nuestro primer target fue el concejal de Artes y Cultura: un pureta masculino, morboso y cincuentón, vestido de negro, moderno y elegant. Nos contaron que vivió diez años en Berlín (se fue de Erasmus en el 96 y se quedó trabajando en un Zara y frecuentando nightclubs) y, en parte, por eso y por hablar alemán, todo el mundo le trata con una reverencia oscurantista usando un código muy restringido (timing, briefing, blister, coduching, full stop…). Es difícil sacarle un hueco a su agenda. Agentes culturales, jóvenes promesas del flamenco y políticos del bipartido se metían codazos en el ágape para alternar un poco con él.

Nos llamó la atención una pintora ultrapostpinpampunk que, según dicen, cualquier acto público con ella necesita de un seguro especial. Es una irreverente nata y gusta de amenazar a escritores consagrados acusándoles de pollas-viejas cancelables. En la última presentación a la que fue se sacó una teta y se agarró con fuerza el pubis cuando le preguntaron por sus referentes artísticos y luego estuvo todo el tiempo lamiendo la cara a lxs ordenanzas y camarerxs. Por lo visto, es hija de un poderoso bodeguero de Sanlúcar que vive en Madrid. Bettina, como se hace llamar la diva, se ha criado toda su vida en internados de élite de varias capitales europeas. Dice que ha elegido Andalucía como locus de su obra por la frescura y espontaneidad rebelde de sus gentes, que le llaman desde muy adentro, dice, y porque aquí le han subvencionado su taller.

Nos fijamos luego en Nicolás Barbeiro, promotor de muchas de las actividades del municipio. Sabemos que acabó la carrera con 32 años, ya que empleó bastante tiempo en participar en distintas asociaciones de la Universidad como la Tuna o la Delegación de Alumnos. De su padre, edil franquista del pueblo, aprendió a ser fiel y lameculos, de modo que, siendo alumno colaborador, consiguió ascender en el organigrama universitario llegando a ponerse al frente de distintos departamentos de nula utilidad, pero que esgrime como medallas olímpicas en encuentros culturales. Luego estudió un par de masters y es el programador principal del municipio: cabalgata de reyes, día del audio-libro, comisión permanente de procesiones extraordinarias… Sus ideas no son suyas, pero se las apropia sin escrúpulos. Está cercano a los 50, pero siempre miente con su edad y viste casual universitary. Ejerce activamente de alegre divorciado y disimula como puede su actividad lgtbiq+.

Quien se movía por allí como camarón en una poza del Rompido era Sandra Gonadaicoechea. Experta en ambientes culturetas, mujer curtida en despachos, cócteles y mesas de diálogo y concertación, es una virtuosa en el arte de no decir nada con un montón de palabras. Ascendió en el ramaje del partido político de moda, surgido y desvirtuado tras el 15M. No tiene ni idea, pero lo parece y no hay quien le tosa. Entre la gente ecofeminista, ella es la más eco, la más femi y sobre todo la más l-ista.

Preguntando a los camareros por más vino, conocimos a Yerai Pérez, licenciado en Humanidades en 2005, fundador del fanzine cultural Tod@s fuera en sus años de facultad y guionista, productor y director de un buen número de cortos experimentales de amplia difusión entre Huelva y Sevilla. Es lo que hace en su tiempo libre cuando no está trabajando en la hostelería o preparando oposiciones.

Otra con la que hablamos un ratito en la segunda fila de la gala fue María Suárez. Tras preguntarle si se encontraba bien, dada la carita de pena que llevaba, nos contó su historia. Es educadora social y activista de los huertos urbanos. Trabaja en la educación no formal y la intervención social, y también escribe poesía y teatro. Vivió dos años en Brasil. Habla de yoga y da la teta todo el rato, incluso a los hijos e hijas de sus amigues.

En esta misma deriva, cuando fuimos a empolvarnos la nariz al cuarto de baño, entablamos conversación con la limpiadora que estaba despotricando sola mientras limpiaba el inodoro. No habían cogido para los cursillos de autoempleo a su hijo Juan, conocido en el pueblo como Juan el jevi, de 42 años. Juan aún vive con sus padres en su habitación que es suya propia desde los 15 años, cuando su hermano mayor se fue a la mili. Ha realizado miles de cursos de formación, desde informática naval a microjardinería. Su máximo logro, aireado con orgullo por su madre, es la colección de más de cien camisetas de Iron Maiden perfectamente ordenadas en su ropero. Cuidao con tocarle a Juan una camiseta de Iron Maiden. Eso sí, Juan no come nada de fruta.

La limpiadora, viendo nuestro interés por las bambalinas de aquel cabaré, siguió alumbrándonos. Por lo visto, María Suárez está saliendo con el concejal morboso cincuentón, pero la pareja está instalada en la inercia, pronta a su extinción, y él empieza a pensar en el poliamor buscando un sumidero emocional en el que volcar su angustia. Esta María estuvo emparejada doce años con un pediatra divorciado y que tiene una hija casada con un torero de medio pelo y tres perros de caza. El hombre odia el heavy metal y le encanta Mike Oldfield. Su exmujer lo llamaba jipi asqueroso cuando se ponía el Tubular Bells tomando un güiscazo nocturno en la soledad de su estudio. 

Podríamos haber opinado sobre toda esta caterva, diciendo que hay que ver, que cómo es la gente, pero no. Esto es una crónica costumbrista, no la sección de ecos de sociedad.

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