nº58 | lisergia

Anticapitalismo animal

Durante miles de años, los animales han dado de comer a la humanidad, han sido explotados, humillados en laboratorios, desalojados de sus tierras y hasta eliminados si hacía falta. Esto no va a cambiar, pero es hora de abordar su mundo de otra manera. Son tan admirables…

El ser humano tiene la insana costumbre de analizarse comparándose con sus propios congéneres. Tú eres así y yo asao. De ahí el origen del racismo, la xenofobia, el supremacismo y el Canal Historia. Para romper esa linealidad en el pensamiento, en esta sección se han abierto caminos más lisérgicos para entender nuestra existencia, comparando nuestra especie con extraterrestres o espíritus del más allá. Pero ¿qué sentido tiene analizar la humanidad si no es dentro de su naturaleza animal?

La manía de verlo todo desde la óptica antropocéntrica, básicamente eurocéntrica heteropatriarfálica de clase media alta con estudios universitarios, hizo que todo empezara mal. Lo de llamarlo reino animal lo deja ya clarito, cuando podría denominarse perfectamente república animal o, si se quiere, animalkolectivitet, que suena más izquierdoso. ¿Abusa el academicismo científico de las portadas del ABC?

Gracias a las imágenes —otra vez la pesadilla monárquica— de la hormiga reina, la abeja reina, el maldito rey león y la Dama y el Vagabundo, se ha extendido desde nuestra infancia europea y bien peinada la idea de que el mundo de los animales se basa en el autoritarismo jerárquico, el caciquismo, la violencia y el poder fálico. Resulta evidente que la hormiga reina no es más que una hormiga supertrabajadora y explotada, hembra y sin corona, experta luchadora, que organiza toda su sociedad en función de la reproducción y supervivencia de su tribu como conjunto, en una suerte de feminismo estalinista (o maoísta, no está claro) con precisión algorítmica. Es decir, no tiene nada de reina y sí de sierva ponedora de huevos. Y ya se sabe que los leones macho no hacen ni el huevo y son las leonas las que cazan, paren y crían (no limpian porque no les interesa, que si no, también) y saben llevarlo todo para delante aunque no se lleven las medallas del folklore popular. Lo que no está claro es si el marsupio es un avance biológico de liberación para las hembras, pues pueden despreocuparse de su atención lactante mientras se dedican a otras labores que considere urgentes, o todo lo contrario, un fucking castigo, pues ya podrían ser los machos los que llevaran la bolsa para cargar a sus crías, colgando de sus huevos si hace falta, ostias ya.

La bibliografía clásica y el cine de masas —siempre machistas, que no se olvide— han tratado de generar un universo animal en el que las hienas son malas porque ríen como arpías y comen comida muerta (algo así como el jamón o el solomillo, pero sin guisar), que los lobos son malos y punto, como los tiburones, los buitres y los escorpiones, mientras que las mariposas, los cervatillos y las tortugas tienen la etiqueta de bonitos y benévolos porque sí. A menudo se ha relacionado el pulgar oponible de los simios con los orígenes de la drogadicción e incluso se han establecido teorías sobre la discriminación existente entre perros con pedigrí y chuchos sin raza, que por supuesto, son simple propaganda ultraderechista. En la misma línea, y aunque no haya pruebas concluyentes, seguramente se haya llamado oso panda rojo a un bicho, que ni es un oso ni es un panda y que, por supuesto, sufrirá acoso por sus ideales socialistas. Hay publicaciones que tratan de reírse de los wómbats, simpáticos animalitos (que nada tienen que ver con mujeres murciélago con aires punkarras), por el simple hecho de que hacen cacas en forma cúbica. ¿Acaso no sería más acertado elevar a los altares de la ciencia este arte defecatorio de cagar dados en vez de truños cilíndricos, mostrando así una rebeldía cuántica ante la creación divina?

Al margen de estos estereotipos y estudios hechos por hombres bigotudos y probablemente calvos, el mundo animal es mucho más complejo, de donde se pueden extraer ideas interesantes. Los animales —si no lo dijo Darwin, se inventa ahora mismo— pueden ser referentes y modelos para progresar y mejorar nuestra civilización, o, al menos, para el lectorado de El Topo y afines. En realidad, abundan los benéficos ejemplos que alejan y marginan las tradicionales teorías de la ley de la selva y el trumpismo darwinista. Por ejemplo, esas ballenas o elefantes que siguen a las hembras sabias, o esas colmenas y esas manadas de ciervos que votan (a su manera, bailando en el aire o moviendo los cuernos y alzando las patas) para elegir su próximo territorio. Representan formas de agrupación y de trabajo colectivo en pos de la subsistencia y la protección que ya quisiera una comunidad de vecines de cualquier barrio del Aljarafe. Pero, ojo, no hay que confundirse con las tonterías del Muy Interesante y su artículo «15 fotos sorprendentes que prueban que los animales son unos anarquistas». Más que nada porque ese pseudoreportaje fotográfico solo muestra perros, gatos, patos y algún que otro bicho entrando en lugares donde lo tienen prohibido. Como si ser anarquista implicara conculcar las normas para hacer gracietas egoístamente… Aunque, hay que reconocerlo, siempre mola ver a monos y monas de Gibraltar robando las mochilas del turisteo chufla que sube al peñón para hacerse fotos chorra.

En resumidas cuentas, observar el comportamiento y formas de sociabilidad animal desde un punto de vista lisérgico arroja tesis más sugestivas que el bigote de National Geographic. Porque, al margen de estos casos concretos tan maravillosos, no deja de ser evidente que el animal (el animal no humano, se entiende) es el máximo exponente del anticapitalismo que tanto gusta en este periódico. ¿Alguien conoce algún mamífero, insecto o protozoo consumista que flipe yéndose de compras? ¿Alguno que se enriquezca con solo mirar una pantalla? ¿Alguno que disfrute explotando a sus semejantes para perpetuar sus privilegios? ¿Alguno que mate por placer o cobre por el espectáculo? En caso de que sí, por favor, escriba una carta a este periódico con su queja por la falta de rigor en este artículo. Gracias.

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