En la nebulosa era ultra informativa, tóxica y esquizoide que nos ha tocado vivir, no son las audiencias lo que hace a los medios alternativos ser alternativos. Necesitamos medios alternativos para mantener la esperanza de que aun podemos pensar por nosotr@s mism@s.
Los medios alternativos surgieron como una necesidad ante los efectos perniciosos de los medios de comunicación de masas, presos como son de la publicidad que les da de comer y la relación de influencia y dependencia sobre el poder político y el empresariato non grato. Así nacieron como el sol de la mañana los medios contestatarios de la transición, las radios libres y un sinfín de revistas o periódicos que aglutinaron a la izquierda emergente, la libertaria y otros movimientos descarriados. Los 80 y los 90 fueron prolíficos gracias a la herramienta sagrada de la contracultura: el fanzine. Por su propia naturaleza, lo alternativo estaba orientado a su comunidad y destinado a la bendita marginalidad.
El cambio cultural de internet permitió el nacimiento de medios digitales del mismo corte, que veían ampliadas sus audiencias cuanto menos geográficamente. Pero, oh, chorprecha, esta que antiguamente llamábamos era de la información ha desdibujado tanto el mapa que ahora, especialmente en estos momentos de apología de la demagogia, la ultraderecha se viste de insurgencia y emerge una multitud de nanomedios que se autodenominan medios alternativos, dicen combatir la censura y animan a salirse del rebaño lazando proclamas contra el gobierno socialcomunistabolivariano. Todo un ganado revuelto por el filtro en el acceso que han impuesto las redes sociales. La gente no acude a los medios, entra en sus perfiles en redes y se nutre de lo que allí comparten sus semejantes.
La pluralidad informativa o la libertad de expresión no implican inexorablemente el desarrollo de una sociedad más dialogante y formada. Hay gente bien informada que no por ello tiene posturas críticas, como los tertulianos pseudonazis que pueblan los debates matinales. Las quimeras que nos alumbran dicen que un ciudadano bien informado es un ciudadano libre y con sentido crítico, ergo anarquista en potencia. Probablemente estar bien informado es una utopía. Quizás haya demasiada información y muy poco tiempo para pensar.
Los nuevos medios alternativos, como esta santa madriguera, encontraron en la economía solidaria un vehículo de sostenibilidad y apoyo directo de su audiencia. ¿Han perdido los medios alternativos la voluntad del oficio de contar historias por el interés efectista de dar un mensaje o despertar una conciencia? ¿Tratar de abstraerte de tu target hace tender a lo hegemónico? ¿Por qué tantas preguntas que no vamos a responder?
«Los medios de comunicación alternativos representan una corrección proclamada y/o autopercibida, como oposición a la tendencia general del discurso público que emana de lo que se percibe como los medios hegemónicos dominantes en un determinado sistema», decía Arévalo Salinas en Periodismo de paz y conflictos (2020). Las audiencias y el potencial informativo de medios alternativos grandes como La Marea o El Salto hacen que la etiqueta de alternativo pierda orgullosamente su sentido. ¿Deja un medio, o cualquier cosa, de ser alternativo por tener grandes audiencias? ¿Así como Extremoduro? ¿O es, por tanto, el posicionamiento ideológico y estético el que nutre esa noción autopercibida de alternativo? Si el objetivo es ser la fuente de información de la clase obrera, desde luego la audiencia no es pequeña.
Abstrayéndonos de las audiencias, si algo se asocia a la prensa alternativa es el sentido crítico. El pensamiento crítico se basa en dudar de aquello que suele aceptarse como verdadero. Se trata de someter nuestras convicciones a discusión. Dicen que el pensamiento crítico es aquel que critica, especialmente, lo que uno ya piensa.
Y ya que estamos criticando lo crítico en un doble tirabuzón, ¿los medios alternativos informan? ¿o solo se quejan y protestan endogámicamente? ¿Por qué existe la noción generalizada de que el pensamiento crítico es pensamiento enfadado? Un poquito de alegría, que esto no es la portada de un disco de metal. Cierta proporción de fanzines y revistas de (oh, bonita metáfora) la guerrilla de la comunicación era de tono triste y con discursos, digamos, poco atractivos. Pero hay que reconocer que desde los 2.000 muchas iniciativas alternativas, y quizás la propia cultura, se revistió con luz, color y un poco de humor.
Ahí hay temas más profundos como las teorías del esclarecimiento, la comunicación emocional, lo estructural, la violencia informativa, etc.… pero estamos muy mayores y nos fallan las neuronas, que además de hacer medios alternativos también nos dedicamos a drogarnos en nuestra juventud. También está el rollete manido de la objetividad. Esa que indudablemente no existe, pero es como las utopías, ese horizonte hacia el que merece la pena darse de bruces. Los medios alternativos se consideran subjetivos porque no hay otra opción. Y los mainstreamers venden objetividad sin serlo. De todas formas, debe haber cierto acercamiento, si no a la objetividad absoluta, sí a la franqueza en el relato de los hechos.
En fin, las mentes inquietas de lo alternativo siempre quejándose de lo mal que esta todo, poniéndole mal cuerpo a la gente y pegas a esto y a aquello. Y metiendo miedo. Hay que relajarse, que no por estar más amargado se es más consciente o más de izquierdas. Tampoco ayuda sufrir el colapsismo y atender a todo con las orejas de punta. Ni en lo alternativo ni en lo catastrofista está lo radical. Raymond Williams, que ha analizado bien las relaciones entre lo político, la cultura y los medios de comunicación, decía que «ser verdaderamente radical es hacer la esperanza posible, no la desesperación convincente». Es algo que merece la pena traer al presente, cuando el contexto es convulso y hay que mantener la cabeza serena mientras todos a tu alrededor la pierden.