Ante la obligación colectiva de hacer respirable el mundo que nos ha tocado vivir, hay que reivindicar el humor como estrategia. Ayuda a relativizar, es una forma de transformar el miedo y desaira al que se enquista, pues la ridiculez y el humor son bases de la vulnerabilidad, que solo se muestra cuando no se pretende combatir. Hay un poder ancestral en la risa y cierto brillo de inteligencia en aquellas personas capaces de reírse de sí mismas.
Vivimos un tiempo bisagra. Sufrimos, algunxs más que otrxs, un cambio cultural, auspiciado hace 40 años por la globalización y el amanecer de la red. Es muy complicado encontrar las coordenadas de tu lugar en el mundo sin cimientos; funcionando en un sistema operativo nuevo que pretendemos reescribir en un código antiguo. Las referencias mutan, se descomponen, algunos símbolos permanecen, pero no resulta fácil vivir en un mundo de cuyo sentido te han desprovisto. Existe la lucha de clases y el abuso de poder, pero las viejas banderas ya no sirven para explicar la vida contemporánea. Y menos aún bajo la inexistente conversación del cacareo de las redes. Probablemente, pensar por unx mismx sea hoy una heroicidad. Y en esas, el leviatán se manifiesta en forma de pandemia, poniendo de relieve la vulnerable condición del ser humano y favoreciendo un medioambiente político, económico y social que desnuda la pobre condición de la comunidad frente a la individualidad. En un bombardeo incesante de recomendaciones, normas, reglas, prevención y control, lo común sufre el azote de la lucha de las prioridades. ¿A quiénes estamos dejando morir?, ¿qué estado del bienestar queremos sostener?, ¿en qué casilla de la declaración se declara socialdemócrata?, ¿qué mundo le vamos a dejar a los habitantes de la próxima glaciación?
Desprovisto lo visto, no vale la pena llorar por Roma, pero hay algo, tan íntimo como pensar, cuyo potencial es indestructible: el poder de la risa. Sí, en este momento bisagra oscuro y distópico, el humor es algo que hay que calibrar mucho y son tiempos complicados hasta para las débiles almas lisérgicas que habitan esta madriguera. No, no es fácil hacer humor en estos tiempos de mierda, en los que hace falta espacio (mental) para pensar. Es interesante favorecer reflexiones: ¿qué nos hace gracia?, ¿por qué es más fácil reírse entre semejantes?, ¿con qué temas no es recomendable pasarse ni una mijita? En el fondo, la peña, ¿de qué demonios se ríe?; ¿existe siempre un factor moral o ético detrás de un chiste?, ¿no hay algo esencialmente irracional en la carcajada?, ¿no es precisamente humor aquello que irrumpe en la lógica?, ¿no es absurdo y malaje hacer tantas preguntas y no responder ninguna?
El humor tiene que ser una herramienta para relativizar, un acto que no está reñido con la información, el sentido crítico, la ideología o la tendencia conspiranóica de turno. El relativizar es una forma de transformar el miedo, transustanciarlo, deconstruirlo o como se deba decir de intelectuales maneras. Es deshacer los mimbres de lo poderoso. El humor es una herramienta de transformación del miedo.
Quizás sea momento para resucitar cierto pasotismo que en otros tiempos era una posición que orbitaba con solvencia en el espectro contestatario sin que te llamaran insensible o inconsciente. Ser melasudanista no solo es legítimo, sino que puede constituir per se una teoría del humor. El humor, como arma, rebaja los posicionamientos propios y, por lo tanto, crea apertura al diálogo. No es difícil detectar el brillo de la inteligencia en quienes se ríen de sí mismos. El humor ridiculiza al que se enquista. Si el que se enquista cae en la cuenta y acoge su ridiculez con humildad, deja que desaparezcan las barreras, y puede comenzar la conversación con el otro opuesto sin que haya conflicto armado. Es más, esta aproximación parte de la conciencia de la propia fragilidad. La ridiculez y el humor son bases de la vulnerabilidad, que solo se muestra cuando no se pretende combatir.
Dicen que cuando los golpes del humor van hacia arriba, hacia los poderosos, es humor, y que cuando va hacia abajo, hacia las oprimidas y oprimidos, es discurso de odio. Quizás, lo importante es que vaya hacia una misma. Eso es clown y, sin duda, es síntoma de salud. En las inercias dicotómicas preguerracivilistas, tendemos a pensar que los fachas solo se ríen del mal ajeno, a modo de burla, nunca de ellos mismos. Para ellos, hay cosas serias, muy serias, que no deben ser motivo de risa. ¿Lo crítico e irónico es de izquierdas y lo de derechas es ranciofact y chistes de Arévalo? Esta apreciación, ¿no parte pues de un prejuicio o de supremacía moral?. Sí, totalmente. Somos superiores moralmente y nuestros prejuicios van a misa.
Parece ser que en Inglaterra están peleándose a cuenta de eso ahora. Ha dicho la BBC que está buscando cómicos fachas graciosos para mantener la paridad y que, resumidamente, no encuentra ninguno. La BBC no contrata comediantes de derecha para sus programas porque «no son lo suficientemente divertidos». Todo eso se basa en hacer reír a los semejantes que comparten tus códigos. En cualquier caso, se pierde la individualidad, no se trata de hacer reír a los demás, sino de la capacidad de reírse de uno mismo.
Puede ser que, especialmente con los memes, que el chiste facha y el chiste altermundista solo buscan enfrentarse. Es difícil derribar barreras. Damos fe de la existencia de talibanes de la izquierda radical que no se ríen absolutamente de nada. Es posible que haya distintos usos del humor, como posicionamiento político, como terapia, acercamiento, transgresión o humor simple y llanamente lúdico. Y entre ellos reside el humor como posicionamiento vital.
¿Qué hace reír al cerebro de un simio racional medio? Parece evidente que el humor depende del contexto y el momento en el que se produce. Una cosa no tiene gracia hasta que el consenso de los códigos utilizados para comunicarnos decide que lo es. Ergo, nada en sí mismo es descacharrante. El poder es de la gente. Es todo muy bonito hasta que ves las comedias españolas de estreno.
El humor representa la versión más pura de la inteligencia porque no solo define lo que es transubstancial al ser, sino que lo pone del revés como un calcetín. El humor transita. Su sublimación es la risa.
Por mucho que te sorprendas partiéndote la caja en la intimidad con el último meme del perro, la risa es un acto eminentemente social. La risa no es individual porque parte de una complicidad necesaria, capaz de subvertir el curso natural (compartido) de los acontecimientos y dejarse sorprender; aunque sea una complicidad imaginaria que mantiene a salvo al doble sentido, al gag, que vive agazapado entre los discursos de la lógica. Así que, aunque estés sola, confinada, debilitada y asfixiada, prueba a ponerte delante del espejo, observa fijamente a quien tienes delante y ríete en su cara. Sin miedo.