Nuestra caótica existencia debería admitir futuros interplanetarios de índole emancipadora, capaces de propiciar utopías ecologistas y tecnológicas. Un mañana iluminado por el durruti del año 2150 que pedirá no solo tierra y libertad, sino un planeta Marte libertario sin demasiados comités.
En este devenir instantáneo de las distopías postcovid, los hijos e hijas de la ciencia ficción venían ya llorados de casa. La caótica existencia del ser humano en un minúsculo sistema solar de una galaxia muy muy lejana debería admitir futuros interplanetarios de índole emancipadora. Una perspectiva social de la conquista del espacio es necesaria.
La carrera espacial puede tener sitio, también, en los corazones del comunismo libertario. Necesitamos un Durruti del año 2150 pidiendo no solo Tierra y Libertad, sino un planeta Marte y Libertad sin demasiados comités. ¿Nunca os habíais preguntado por qué los ultramillonarios miran para otro lado ante noticias sobre el hambre en el mundo, el cambio climático o la presencia de Samantha Vallejo-Nájera en Masterchef o las guerras en países pobres? Mirar hacia otro lado no es mirar a cualquier parte. Concretamente, miran un punto en el cielo, al noroeste aproximadamente. Parece una estrella, pero no lo es. Es Marte. Es actualmente el objetivo de sus inversiones más ambiciosas.
El planeta vecino ha sido durante el siglo XX una especie de El Dorado para especuladores de la ciencia ficción. Cuánta literatura, cuánto cine, cuántos Iker y cuántas sectas nos han hablado de futuras civilizaciones en Marte a lo Marina d`Or Ciudad de Vacaciones. Colonias construidas desde la nada hasta las más altas cotas del exterminio, como la conquista del Oeste, a lo John Wayne; o de futuras guerras contra sus indígenas verdes, normalmente de ideología caótica, malvada y soviética, que le dé un poco de consistencia a eso de llamarlo el planeta «rojo». Platillo volante, cabeza ovalada, ojos rasgados negros y puño en alto. Eso es molar.
Sin embargo, las más modernas tecnologías de este siglo XXI, el exceso de riquezas y la globalización de las calamidades mundiales han convertido la fantasía de viajar a Marte en una meta real y tangible. Cada película marciana, cada reportaje en El País Semanal, cada pequeño hallazgo de la sonda Insight que manda señales desde Marte, esconde detalles hiperrealistas, análisis exhaustivos y simulaciones que no son más que experimentos para ir trabajando en el plan. Nuestros ultramillonarios iluminados no tienen tiempo para sentir lástima por un árbol talado o por otra tonelada de plástico flotante en el océano. Solo se preocupan de cómo salvar el culo antes de que llegue el colapso.
El estudioso Douglas Rushkoff, mente preclara, psiconauta y cyberpunk, nos lo explicó hace un par de años. Este tipo de gente trama la huida. Quieren poner a su servicio la tecnología para salvarse de la porquería de planeta en que se está convirtiendo nuestra santa casa. Ya que esto está hecho mierda, ¿por qué no lanzarse a Marte y darle vida? Rushkoff cuenta que un día cinco multibillonarios le pagaron una burrada por dar una conferencia y resulta que la única audiencia que se presentó la formaban estas cinco personas. Y no querían escuchar su charla sobre el futuro de la tecnología, sino que le sometieron a un interrogatorio con preguntas muy precisas. Solo querían saber cómo protegerse de lo que se nos viene encima: «El Acontecimiento» lo llamaban.
Como en la película Elisyum, la NASA ya planteó la posibilidad de colonias que orbitaran alrededor de la Tierra para cientos de miles de personas elegidas. Y abajo, con la contaminación, la radiación, la COPE, el 5G y Miguel Bosé nos quedamos los pobres.
Acuérdense de que Elon Musk, ese excéntrico villano con perfil de jugador pro de Nintendo DS, se hizo famoso por su intención de llevar la primera misión de turistas a Marte con el proyecto SpaceX. Décadas antes, en los 70, el líder de la secta Edelweiss, llamado Eduardo González Arena, convencía a sus jóvenes acólitos de que, tras el apocalipsis, el futuro estaba en el planeta Delhais, donde no habría mujeres. Una especie de Edén misógino, algo así como el planeta Forocoches. Pero claro, ese hombre, exlegionario español y futuro pederasta, no era multimillonario y no podía aspirar a llevar a sus chavales de excursión a Marte, así que tuvo que inventarse un nombre de tintes élficos para su arcadia cósmica. Aunque no venga al caso, cabe destacar que el líder de este grupo de excursionistas acabó en la cárcel y murió un año después degollado por un chaval de 17 años en Ibiza. La vida es poética y sorprendente.
Cuando nuestra bazofia de mundo parece coger impulso para el colapso definitivo, es normal que el ser humano desee abandonar el barco. Las ratas son las primeras que lo hacen y se han puesto manos a la obra. Nosotros, we, the people, la gente, somos las cucarachas. Mientras ellos elucubran sobre cómo sería el régimen jurídico de los primeros asentamientos, cómo podrían nutrirse y cómo defecar mejor en atmósfera cero, a nosotros nos asaltan otras cuestiones más mundanas y pragmáticas: si la breve presencia del ser humano en la Luna ha costado megalodones de petrodólares y solo hemos conseguido un puñado de fotos, ¿cómo pretenden llegar hasta Marte? ¿Acaso no suena todo a estafa piramidal inmobiliaria? En el caso de que efectivamente lleguen al planeta rojo y lo pongan verde, con sus tecnojardines y sus burbujas urbanas, ¿habrá entre sus habitantes colonos decrecentistas? ¿Existe ya la gentrificación intergaláctica? Si a Marte solo van a ir los más destacados megapijos de la elite mundial, ¿Quién va a recoger el fregado y limpiar las escafandras? ¿Cómo harán para la coca y el champagne? ¿Habrá narcolanchas espaciales? ¿Abre este verano el Pachá Ganímedes?
Podemos soñar. ¿Y lo bien que nos vendría ahora para la industria que pusieran aquí varias fábricas de naves espaciales, en vez de tanta terraza de bar y trabajos de recadero? La población sevillana tendría ventaja, dada su mayor adaptación a temperaturas extremas y horizontes hostiles. Y podemos seguir soñando: ¿y lo divertido que sería que las colonias de Marte acabaran como las comunas hippies en los 70 sucumbiendo al descontrol y la autodestrucción?
Yuri Gagarin, que estás en los cielos, baja, aunque sea en pijama, y échanos un cable. Arroja un poco de luz y explícanos cómo preparar nuestro vuelo para que, cuando lleguemos allí, esté ya la mesa puesta.