Ni la hemos visto ni na pero, nada más que con el título, la película triunfadora en los últimos Oscars capta perfectamente nuestro espíritu. En esta reseña a ciegas lo explicamos desde varios planos y dimensiones de la existencia.
Esta comedia familiar de ciencia ficción dirigida por los Daniels (Dan Kwan y Daniel Scheinert) lo ha petado. Nominaciones y premios por un tubo: además de los siete Óscar, varios BAFTA y Globos de Oro, por decir los que más suenan. Entre las críticas se repiten «genialidad», «originalidad» y «para toda la familia», pero también «ritmo endiablado», «extenuante» y «autoayuda». Y es que solo el título ya estresa, ¿que no?. La peli en sí trata de una inmigrante racializada que se ve con el marrón de tener que salvar el mundo (en Estados Unidos, claro) bregando con las diferentes dimensiones y lateralidades del multiverso. Por si la ley de extranjería y el patriarcado no fueran suficientes. No sabemos si los Daniels han querido criticar el mundo o, simplemente, fluir con él (emoticono de corazoncito con las manos).
Por lo visto, Todo a la vez en todas partes es por lo del multiverso, algo así como las múltiples opciones de ser cualquier persona en el mismo sitio en todas partes en el mundo de hoy. Interesante, ¿fagocitación capitalista de otros mundos posibles? Hasta la aparición del metaverso de marras, salir del universo era ir al pluriverso, un ejercicio de epistemología decolonial y pospatriarcal. O sea, que como lo «universal» es un concepto acuñado por señoros europeos, blancos, urbanos, académicos y burgueses (posiblemente también puteros), este se superaba aportando saberes desde otras culturas, que también tienen su filosofía, su ciencia y sus cositas, para llegar al pluriverso. Es decir, reconociendo otras formas de conocer y estar en el mundo. Por eso en algunas excolonias se fundan pluriversidades en vez de universidades. Pero parece que el Metaverso de Zuckerberg y el multiverso de la peli acaban reduciendo esto a más de lo mismo: en vez de una emancipación de las conciencias nos encontramos con una aplicación tecnológica para complicarse aún más la vida pero sin cuestionarla ni hacer por cambiarla.
Siguiendo con el mainstream, como buen material de autoayuda, Todo a la vez en todas partes podría ser también una metáfora de nuestra vida moderna. Como la típica crisis de la mediana edad (la edad de la protagonista) cuando nos planteamos todo lo que podríamos haber hecho en nuestra vida, todo lo que nos gustaría hacer y todo lo que aún estamos a tiempo de realizar (si nos quitamos de dormir). O como cuando buscamos la autorrealización a través del consumo. Todo a la vez en todas partes es lo que queremos hacer en nuestros poquitos días de vacaciones. También podría indicar la autorrealización a través del trabajo, pero al trabajo de hoy. ¿Será que la prota tiene varios trabajos precarios y ambiguos, intermitentes e irregulares?
En otro sentido, ya que esta reseña la leerán gentes aguerridas de los movimientos sociales, ese Todo a la vez en todas partes (¡Qué pesao! ya podría llamarse simplemente Todo, a secas) se ve perfectamente en el arquetipo de activista virtuoso que todas conocemos. Gente que aún no se ha enterado de que hay que delegar, confiar, relajarse.
Otra cosa que nos lleva de cabeza al título de la película es, sin duda, el puto wasap. Además de la atención prestada a cienes de grupos (familiares, de colegas, del trabajo, de estudios, etc.), esta dimensión es más que dar el OK, las gracias, las denada, o los que se mejore —una a una— en los wasaps de la clase de les peques, las AMPAs o de las catequesis. El multiverso wasapero es ya turbo con el típico que se dedica a contar su vida, sus proyectos o simplemente a compartir noticias curiosas que no tienen nada que ver con el tema concreto para el que se creó el chat. Y aunque el wasap lo cargue el diablo, esta otra dimensión no solo ocurre en los chats. Es un trastornillo mental muy común en nuestra sociedad narcisista: cuando tienes el ego como un pez globo y crees que todo gira en torno a ti y todo se dirige a ti, y tu opinión es importantísima en todos los asuntos y todo el mundo te está hablando a ti o de ti todo el tiempo en todas partes a la vez… ¿no os ha pasado? ¡Glurp! Y al final ves que en vez de estar en un multiverso haciendo kárate estás sumergida en una cacofonía de egos multireclamantes y multienmarronantes… como un mal viaje de ayahuasca.
Y, hablando de drogas, la sensación de todo el tiempo todo a la vez es también típica de pasarse con el café que, seguramente, es una experiencia común en quienes han llegado leyendo hasta aquí. Igual que tratar de vivir sin ciertos psicofármacos o, sencillamente, dejar de beber. E hilando con esto de las drogas, la alteración de la conciencia y las pedrá en el coco, algo que también está ganando presencia en nuestra peli: El campo. Sí, lo que hablan homeópatas, apologetas de Gaia, naturistas y demás seres de mirada holística, todo está relacionado con todo, todo el tiempo: el aleteo de una mariposa en Hong Kong genera movimientos en la bolsa de Nueva York, ¿te suena?.
Pero hablando de la trama de la vida, qué dimensión expresa mejor esto que el todo a la vez en todas partes que se vive en la familia nuclear actual. Quién no se imagina una madre moderna multitasks por antonomasia, bregando continuamente con las crisis multidimensionales de las criaturas, del marido, el trabajo… y esa sensación, cuando la mujer encuentra un ratito libre, de querer hacer tantas cosas en tantas partes y a la vez que, al final, acaba haciéndose una paja y va. O esos papis que tratan de renunciar a sus privilegios patriarcales convirtiéndose en padres presentes, con apego, y en parejas igualitarias, y le peta rápido el cerebro, claro…
Y ahora veamos la película, que hablamos sin saber. No vaya a ser cosa que hayamos metido la pata y resulte que Todo a la vez en todas partes sea, simplemente, una película sobre una orgía.