Sinceramente, aunque la sinceridad sea también solo una parte de la verdad, no tengo idea de lo que la gente va diciendo por ahí, a lo mejor sí por aquí y no estoy seguro, pero tengo la certeza de que en lo que allí respecta, tengo un desconocimiento absoluto. Quería escribir algo fresquito, sin el temor al frío helado en el que siento al corazón humano. Y entonces se rompió el ordenador y, aun así, no me faltó una tecla en la que golpear mis letras. Hay tantos allí, tantos aquí, tantos ahí, como gente hay. Por ejemplo, aquí el zoom es el efecto de acercamiento o alejamiento de la imagen; sin embargo, allí, Zoom es una empresa moderna líder en videocomunicaciones. Y eso no es todo, pues por ahí, la gente dice que zoom es expresión de la contundente y global forma de entender el mundo desde el control, la represión y el autoaislamiento. Y sí, se me rompió el ordenador, y empecé a acordarme de toda la gente que no tiene casa o agua o luz o trabajo y, por qué no, que no tiene ordenador o wifi o Instagram. De la gente que lo perdió o se lo quitaron, pues lo que tenía no era lo pensado.
Me he empezado a acordar de personas en las que ya pensaba antes y también en otras en las que no pensaba tanto. Me he acordado de quienes sufren entre paredes lo que ya sufrían antes y también otras cosas que no se sufrían tanto, aunque igualmente existían. De la gente que muere en el silencio más absoluto, que antes solamente era un silencio doloroso y agudo, y ahora es una nada sorda. Y todo lo que se calla, se maquilla y se embota como salsa de tomate al vacío. Mientras la gente más privilegiada, que siempre ha habido y siempre habrá, se regocija en su despertar espiritual y la clave es, y siempre fue, hacer lo que te mandan. Colaborar más o menos con la filosofía y la estética que impera, para no sentirse locxs, victimas o reprimidos en el mantillo de la nueva era. El silencio se calla, porque es el grito que ya antes también callaba. Allí la gente va con mascarilla y aquí las mascarillas son mordazas.