nº57 | se dice, se comenta

El artificio

Soy —o creo ser— consciente de las limitaciones y retos a los que nos somete esta realidad, común o percibida, a la que podríamos llamar vida (en el mejor de los casos), y de los constructos intelectuales y artificiales (en el mejor de los casos filosóficos) que hemos generado durante nuestra historia para entenderla mejor y hacer su tránsito más llevadero. Soy consciente, del mismo modo, que esta realidad, en la medida que inventada, contiene lagunas, errores y trampas cuya observación nos ayuda a crear realidades más sostenibles y colectivas que ponen en crisis el guion teatralizado —al que podríamos llamar sistema, en el mejor de los casos— que se repite en bucles diarios; o por periodos más amplios, como sucede con la guerra, nuestro bucle estrella. ¡Claro!, hemos tergiversado conceptos, hemos confundido, por ejemplo, los bucles con los ciclos, a lo mejor es por eso que nos cuesta salir de los primeros y los otros los rompemos y los ignoramos con descaro.

Otro ejemplo de esta confusión es el caso de la inteligencia, que nació como una verdad científica y creció como una miscelánea explicativa, al volverse progresivamente más y más compleja, o unitaria, múltiple e incluso emocional. Este es el irónico modus operandi de la inteligencia, un reflejo también de su ignorancia, cuyo culmen es la inteligencia artificial; una versión 2.0 de nuestra facultad de manejar datos y generar resultados útiles para nuestros propósitos, pero descontextualizados, desnaturalizados y con la misma capacidad de confusión y de perplejidad. La inteligencia es un barco que sobrevive a la tempestad pero que navega a la deriva, en el que sus tripulantes achican y achican agua con el cubo de la ética, en un mar infinito sin jamás avistar tierra. Somos más inteligentes, sí, pero ¿somos más sabias? La sabiduría, aunque exista de forma individualizada, es, a diferencia de la inteligencia, una cualidad colectiva que habla de lo que somos juntas y no separadas.

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