Sin duda, nos sonará el acrónimo «ERE». Posiblemente, por el enorme caso de corrupción de ayudas de la Junta de Andalucía —que investiga la jueza Alaya— en el que ciertas personas se enriquecían ilegalmente en procesos de despidos masivos.
El expediente de regulación de empleo (ERE) es un procedimiento administrativo mediante el cual una empresa busca suspender de empleo o despedir a gran parte de su plantilla. Desde que comenzara la crisis económica, el número anual de trabajadores y trabajadoras afectadas por un ERE (ya sea de reducción de jornadas, suspensión de empleo o despido) aumentó enormemente. Pero, en 2014, el número de ERE ha bajado en cerca de un 50%: hay 129 709 personas afectadas en los diez primeros meses del año. Es aún una cifra muy elevada, tras la que se esconde el sufrimiento de cientos de miles de personas.
El ERE, un mecanismo que permite hacer recaer sobre las plantillas las consecuencias de la crisis, se vio especialmente impulsado por la reforma laboral que facilitó las causas para iniciar un ERE (económicas, técnicas, organizativas o productivas) y eliminó la autorización administrativa inicial.
Sin embargo, decenas de ERE han sido frenados por la movilización de las plantillas, ya sea durante la fase de negociación o, posteriormente, en los juzgados (más de un 50%). Y esto a pesar de la labor pactista y derrotista de las burocracias sindicales, deseosas en muchas ocasiones de firmar acuerdos con las empresas. Acuerdos gracias a los que las burocracias cobran un porcentaje sobre las indemnizaciones por despido y hacen que las plantillas paguen una crisis que no han provocado. De hecho, tras la llegada de la crisis, muchas empresas empezaron a hacer los ajustes y recortes que llevaban pensando desde hacía años con el objeto de aumentar la tasa de explotación y ahorrar costes salariales en pro de la sacrosanta «competitividad».
Entre los ERE anulados más famosos —por la combatividad de sus plantillas— están, por ejemplo, los de Coca-Cola, Panrico y Atento. Como ejemplo de combatividad, la plantilla de Panrico de la planta de Perpètua de Mogoda (Barcelona) fue a la huelga durante 8 meses hasta que consiguió parar el ERE y volver al trabajo. Pero la lucha contra los ERE va mucho más allá de los casos más sonados. Si en 2013 los jueces solían aprobar cerca del 50% de los ERE, en 2014, por ejemplo, la Sala de lo Social de la Audiencia Nacional ha parado la mayor parte de los ERE impugnados, obligando a readmitir a cerca de cinco mil trabajadoras. Y la lucha sigue, una vez la judicatura, sensible a la movilización social, frena los ERE. Por ejemplo, tras la anulación del ERE de Coca-Cola, la empresa se niega a abrir las fábricas cerradas y quiere mandar a 350 personas afectadas a otros destinos. En esta lucha, un boicot creciente a esta multinacional ha venido apoyando la lucha de la plantilla.
En la mayoría de los casos, los jueces se agarran a defectos de forma, pero detrás hay fuertes luchas de plantillas movilizadas exigiendo sus derechos en un contexto de fuerte movilización, ya sea en el plano social, como las marchas de la dignidad, o en el plano electoral. Y todo esto ocurre en un momento en el que las cifras de la macroeconomía apuntarían a una supuesta recuperación que no experimenta la gente trabajadora en su día a día. Y es que, a pesar de tener un Gobierno central con mayoría absoluta, se trata de un Gobierno débil. Las luchas han forzado la dimisión de dos ministros claves —Gallardón y Mato—, la retirada de la reforma de la Ley del Aborto y la dimisión del fiscal general.
Como vemos, el clima de movilización general está estrechamente relacionado con movilizaciones concretas en los centros de trabajo. Sin duda, para parar los ERE son necesarias plantillas movilizadas, combativas y asamblearias. Pero sus luchas llegan más allá en un clima general ofensivo de la gente desde abajo. Tenemos frente a nosotras una «ventana de oportunidad», no solo en el plano electoral, sino también en las luchas sociales. ¡Aprovechémosla, abrámosla de par en par y saltemos hacia un mundo más justo!