El encontrar, durante una investigación ecológica, un resultado que evidencia contaminación te corta el cuerpo. Más aún cuando se localiza en un ecosistema que se conoce, y se ha disfrutado, desde niño. Y más aún cuando esta contaminación afecta a seres vivos. Y aún más cuando esos seres vivos, contaminados, son consumidos por la gente. Frente a un resultado como este, uno respira hondo, hace de tripas corazón, y continúa investigando con la objetividad del método científico como bandera.
Esta viene siendo mi experiencia en las investigaciones que estamos desarrollando sobre la contaminación de metales potencialmente tóxicos en el estuario del Guadalquivir. Una mezcla de preocupación, tristeza y ganas de saber lo que realmente está pasando.
En un primer paso, planteé hipótesis de trabajo basadas en publicaciones científicas con la participación de compañeras de las universidades de Granada y Cádiz. Posteriormente, pasamos a analizar datos de campo. Estos análisis demuestran que la mina de cobre Las Cruces viene contaminando gravemente, con efectos ecotóxicos, los sedimentos del Guadalquivir desde 2009. Lo último que hemos descubierto es que los peces (albures) bioacumulan metales en la zona que va desde la Algaba (donde está el punto del vertido) hasta, al menos, el Estadio de la Cartuja. En este tramo, las concentraciones de plomo de muchas muestras de albures superaron lo permitido para consumo de carne de pescado por la Unión Europea. Y eso que estos análisis están hecho en el músculo blanco, el tejido que menos metales acumula. Sin embargo, en toda la zona ribereña del Guadalquivir también se come el hígado del albur, que se conoce como tortero y que no se sabe exactamente cuántos metales acumula, pero tiene concentraciones mayores que el músculo porque el hígado funciona como la depuradora del pez.
Los impactos socioambientales puestos de manifiesto hasta ahora, es decir, sedimentos y peces con altas concentraciones de metales potencialmente tóxicos, están relacionados con el vertido de la mina de cobre Las Cruces desde 2009.
Y ya hay anunciados dos nuevos vertidos mineros al Guadalquivir: un segundo vertido de cobre Las Cruces y otro por la reapertura de la mina de Aznalcóllar. Estos vertidos, según sus volúmenes, podrían llegar a multiplicar por diez, o incluso más, los impactos que han sucedido hasta hora.
Investigando la contaminación metálica en el Guadalquivir, uno se da cuenta de que esto no es un conflicto entre patos y puestos de trabajo, como dijo un burócrata sindical tras la ruptura de la balsa minera de Aznalcóllar en 1998; el mayor desastre ambiental de Andalucía. Los vertidos mineros al Guadalquivir podrían acabar con decenas de miles de puestos de trabajo de sectores económicos que llevan viviendo del río de forma sostenible desde hace siglos, como la pesca y la agricultura, y otros más recientes como la acuicultura, y el turismo gastronómico y de naturaleza. Están en riesgo muchos más puestos de trabajo que los que crearían las minas solo para unas décadas. En este sentido, los proyectos mineros pueden calificarse como proyectos antieconómicos. Además, estos grandes proyectos mineros vienen siempre regados de subvenciones públicas multimillonarias. Subvenciones que podrían dedicarse a diversificar el tejido productivo de las zonas donde se implantan las minas, y crear así más empleos y durante más tiempo que los asociados a las minas.
Desde la comunidad científica pedimos algo que es de sentido común: una moratoria a los dos nuevos vertidos anunciados y un comité multidisciplinar de expertos independientes que analice lo que pasa y lo que podría pasar con los vertidos mineros al Guadalquivir. A esta petición se han sumado diez alcaldías ribereñas, y asociaciones de pescadores, mariscadores, agricultores, comerciantes, facua y la Marea Blanca. Cada vez más gente se está enterando de que el modelo de comportamiento de los metales en el Guadalquivir que se han inventado las multinacionales mineras, y que ha asumido la Junta de Andalucía, es irreal, es ciencia ficción. Cada vez más gente se está dando cuenta de que los vertidos mineros anunciados al Guadalquivir conllevan una extensión de la frontera de la contaminación minera hasta las puertas de Sevilla, Camas, Gelves, Coria, Puebla, Isla Mayor, Los Palacios, Dos Hermanas, Trebujena, Sanlúcar, Chipiona, Rota y Doñana.
Juan Ramón Jiménez, premio nobel de literatura, denuncia la contaminación del río Tinto a su paso por Moguer en su poema «El río» de Platero y yo:
Mira, Platero, cómo han puesto el río entre las minas, el mal corazón y el padrastreo. Apenas si su agua roja recoge aquí y allá, esta tarde, entre el fango violeta y amarillo, el sol poniente; y por su cauce casi sólo pueden ir barcas de juguete. ¡Qué pobreza!
Antes, los barcos grandes de los vinateros, laúdes, bergantines, faluchos —El Lobo, La Joven Eloísa, el San Cayetano, que era de mi padre y que mandaba el pobre Quintero, La Estrella, de mi tío, que mandaba Picón— ponían sobre el cielo de San Juan la confusión alegre de sus mástiles —¡sus palos mayores, asombro de los niños!—; o iban a Málaga, a Cádiz, a Gibraltar, hundidos de tanta carga de vino… Entre ellos, las lanchas complicaban el oleaje con sus ojos, sus santos y sus nombres pintados de verde, de azul, de blanco, de amarillo, de carmín… Y los pescadores subían al pueblo sardinas, ostiones, anguilas, lenguados, cangrejos… El cobre de Ríotinto lo ha envenenado todo. Y menos mal, Platero, que con el asco de los ricos, comen los pobres la pesca miserable de hoy… Pero el falucho, el bergantín, el laúd, todos se perdieron. […]
El Tinto no estaba contaminado a lo largo de todo su curso hasta que llegó la minería industrial a mediados del siglo XIX. ¿Vamos a permitir que el Guadalquivir acabe sacrificado por la minería en el siglo XXI?