Hablar mirándose a los ojos, sacar lo que se puede afuera, para que adentro nazcan cosas nuevas
Mercedes Sosa
Hubo un tiempo de mi vida en el que creí tener todas las respuestas, un estado enajenado de verdades que cayeron por su propio peso hasta llevarme por delante, literalmente. Después me fui al otro extremo y empecé a dudar de todo, hasta de las cuestiones más personales e intrascendentes. El caso es que volví a construir certezas, pero de una forma más lenta, desde las preguntas y no tanto desde las respuestas, buscando en rincones donde no había mirado antes, en culturas y percepciones que iban más allá de la propia. Cambiaron los modos, las estrategias, los órganos vitales y partes del ser implicados en semejante búsqueda, y aun así, todo lo que conseguí fue otra lista de evidencias, que después no eran tales, o al menos no lo eran tanto. ¡Ah, sí! También acabé aplastado.
Así se va conformando la personalidad y la experiencia. Vas comprendiendo la importancia del camino, del proceso, aprendiendo a ver fuera de las apariencias. Con las cosas es más fácil, pero con las personas es una tarea ardua, te tropiezas muchas veces con la misma piedra o con distintas. Incluso con una misma, sucede en ocasiones, que no sabes si lo que aparentas es lo que en realidad eres o simplemente una proyección permanente de como quieres que te vean. Y por si no fuera ya suficientemente complejo este entramado personal y social de personajes y expectativas en el que ir aprendiendo a ser tú misma y tener opinión propia, siempre entre la honradez y la mentira, entre lo posible y lo ideal, la realidad se engrandece y se engrandece, y tú cada vez más pequeña, más cerca del diagnóstico psiquiátrico. Como si sobrevivir fuera la única verdad, la verdad de veras.
Ahora el mundo cambia, otra vez, pero mucho. Están cambiado las circunstancias, las reglas, las teorías, las herramientas, las formas, también las apariencias. La pregunta es: ¿cambiaremos con ellas o nos quedaremos pequeñas?