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Si tú me dices «pan»…

¡te digo artesano, ecológico y local!

Dice la Real Academia Española de la lengua que el pan es una «porción de masa de harina, por lo común de trigo, y agua que se cuece en un horno y sirve de alimento». Lo que no dice la RAE es que el pan es también historia y tradición, alquimia, industria y tecnología y… política.

Desde el cultivo de cereales seleccionados por generaciones de campesinas, pasando por la cosecha, la molienda, la panificación, hasta que el pan llega a las bocas, se esconde todo un mundo. Para desmigajar el pan hemos viajado desde las harinas y levaduras, hasta las mesas de las consumidoras, pasando por obradores, hornos, cooperativas, grupos de mujeres… preguntado a quienes más saben de él, algunxs panaderxs artesanxs.

Pero… ¿de dónde viene el pan?

Básicamente de la harina y el agua. Los derroteros del agua los dejamos para otra ocasión, pero el origen de la harina puede depender mucho. El pan industrial se basa en harinas refinadas1 de trigo cuyas semillas han sido hibridadas para sacar el mayor rendimiento y la mayor resistencia al antojo de la agroindustria. A estas se añaden aditivos para que el pan se cueza antes, absorba más agua, crezca más… en definitiva, para que sea más rentable económicamente, aunque llegue a tener hasta tres veces más gluten. Para rematar, los costes de producción del pan industrial son enormes debido al gasto energético para su congelación y envasado.

Sin embargo, por suerte, no es este el único pan que existe. En Sevilla, por ejemplo, hay panaderxs artesanxs que nos recuerdan a qué sabe y huele el pan y cómo puede contribuir a nuestra salud y a la del planeta.

¡Otro pan es posible!

En los últimos tres años han surgido en el centro de Sevilla diversas iniciativas en torno a la fabricación de pan. Experiencias como las de Isana e infraestructuras como el horno del Huerto del Rey Moro han inspirado a personas o colectivos para hacer pan artesano y ecológico y venderlo localmente. Entre ellas, hemos hablado con Juan, Sergio y Natalia2; con María, Elia y Nacho3; y con Vivi4.

Todas compran harinas ecológicas integrales o semiintegrales de trigo, espelta y/o centeno en el Molino de San José, uno de los últimos molinos de Coín que solo compra granos nacionales, reduciendo así el impacto ambiental del proceso.

Aunque antiguamente el pan blanco era el preferido de las clases altas que se podían permitir el refinado, hoy en día los de harinas oscuras, sobre todo de espelta, al ser más sanos, son más demandados. De hecho, hay una historia curiosa tras la espelta. Por una parte, en 2013, las lluvias afectaron a las cosechas del centro de Europa mientras la demanda aumentaba gracias a los consejos de las nutricionistas. Por otra, aunque en 2014 la producción en España ha aumentado exponencialmente, las grandes harineras, viendo el negocio, se han hecho con la mayor parte de la producción, haciendo que el precio aumente cerca de un 50% en pocos meses, lo que explica que algunas panaderxs estén dejando de utilizarla.

Respecto a las levaduras, algunas las compran a otras panderas y otras fabrican su propia masa madre. Todas coinciden en que al menos la harina y el aceite de oliva han de ser ecológicos para vender el pan como tal, y el resto de los ingredientes como semillas, nueces, etc., han de ser preferiblemente locales y de producción natural (que no necesariamente certificada oficialmente). Hasta la energía utilizada, si el pan se cuece en horno de leña con restos de la poda, puede hacerlo aún más ambientalmente amable y… ¡políticamente sensible!

¿Cómo que el pan es político?

El pan también puede ser político por las motivaciones de sus productoras y consumidoras. Las de las primeras van desde el autoempleo a la satisfacción personal, la salud o como complemento a un proyecto gastronómico más amplio, pero todxs tienen cuatro cosas en común: que el pan les atrapó («el pan te elige a ti»); que consideran que es un producto básico que debe tender a la mejor calidad posible sin convertirse en algo accesible solo a las élites; que les llena y motiva el contacto directo con las personas que comen su pan y lo valoran; y que hacer pan para ellxs es una forma de «soberanía laboral». El Obrador, por ejemplo, es una cooperativa de tres socias inseparable del proyecto en el que se aloja, Tramallol, con quien se retroalimenta. La Artesa nace de la asociación de dos panaderas y un maestro hornero que sienten que, por fin, están aterrizando sus ideas para cambiar el mundo a través de una actividad sencilla. El grupo de mujeres panaderas se reúne en torno a un horno socializado por Vivi, rescatando saberes familiares y leña de poda, inicialmente para hacer su propio pan y más tarde para comercializarlo, sorprendentemente y no por voluntad propia, solo a mujeres.

Quienes consumimos este pan nos hemos dado cuenta de que, a igualdad de peso, el precio del pan industrial es casi igual que el del ecológico. El modelo de producción industrial engorda sobre todo el bolsillo de unos pocos, pero, ¿a costa de qué y de quiénes? Las intolerancias al gluten se han multiplicado, aunque hay quien había dejado de comer pan y ha descubierto que este pan no le sienta mal. Sin embargo, las consumidoras no solo valoramos el sabor y lo saludable del producto, sino también que los proyectos que sustentan su pan estén basados en principios de economía social y que el proceso de producción sea ambientalmente sostenible.

Ahora sabemos que el pan puede venir de la vuelta de la esquina, donde panaderxs cuidadosxs amasan PANcientemente y amorosamente, harinas de trigos viejitos y ecológicos que alimentan cuerpos, mentes y luchas.

Otras preguntas quedan pendientes: ¿es posible algo como una «asociación de artesanos de pan ecológico y local de Sevilla»? ¿Llegaremos a encontrarnos a nuestras madres, abuelas, vecinas, amigas y no amigas en las panaderías artesanas?

¡Nos vemos en las ta… honas!

Referencias inspiradoras

1 De las tres partes que forman un grano de trigo, en la refinación se retiran las partes más susceptibles de ponerse malas (el salvado, que aporta sabor, olor y fibra) y aquellas que entorpecen el procesamiento industrial (el germen, que contiene lípidos y proteínas con enorme valor para la industria cosmética y dietética). Lo que queda es la reserva de energía de esa semilla: básicamente, almidón y proteínas que al mezclarse con el agua se transforman en gluten.

2 El Obrador: Pasaje Mallol, 22 / www.elobradordepasta.com

3 La Artesa: artesapanes@gmail.com

4 Vivi participa en un grupo de mujeres panaderas: Tfno. de contacto: 671049055.

nº6 | sostenibili-qué

No nos toquen la roca madre

Este es el cuarto año que Ecologistas en Acción coordina la Ecomarcha, una iniciativa que ha conseguido que cambiemos la playa y la sombrilla, los viajes mochileros o las cervecitas en el barrio —al menos durante unos días— por unas vacaciones diferentes. Unas vacaciones en colectivo, en la naturaleza, en lucha. Y en bici. Este año, un pelotón vestido con camisetas amarillas se abre paso por las provincias de Palencia, Burgos, Cantabria y Gipuzkoa al grito de «no toquéis la roca madre». El objetivo: paralizar los proyectos de fracking que están sobre la mesa.

Empezando el día: todo a punto y bien organizado

Amanecemos en el polideportivo de Lizarra, en Navarra. Más de un centenar de personas se desperezan entre sacos de dormir, esterillas, alforjas y camping gas. Las idas y vueltas al baño se mezclan con los que ya empiezan a calentar el café. Hay quien —en un exilio voluntario— ha dormido al aire libre para no perturbar con sus ronquidos el descanso del resto del pelotón.

Las bicis han pasado la noche junto a la fachada. De la puerta principal, cuelga un gran trozo de papel continuo en el que se enumeran las tareas del día: limpiar el espacio, cargar la furgoneta, participar en el equipo de bicis-escoba, contar chistes… Junto a cada una, los nombres de las personas que se han apuntado para realizarlas. En otro papel leemos las actividades y el itinerario de la jornada. Más abajo, en rojo y con líneas gruesas, está dibujado el perfil de la etapa de hoy. Es la etapa reina, al parecer, la más dura de toda la Ecomarcha. Días más tarde comprobaremos que nos esperaban otras tan reinas como esta.

Empezaremos subiendo el puerto de Urbasa, que durante unos 10 km acumula un desnivel de 500 metros. Nos preguntamos qué querrá decir eso. La respuesta la obtendremos un rato más tarde, cuando nos veamos dando veinte pedaladas para avanzar medio metro. Plato chico y piñón grande. Después descenderemos hasta Olazti, donde pasaremos la noche. Tenemos por delante 45 km y 8 millones de pedaladas.

Comenzamos

Mientras parte del pelotón comienza la marcha, otra se queda rezagada poniendo a punto las bicis. Menos mal que en el equipo hay personas expertas en mecánica que nos echan un cable y nos revisan los frenos. Quienes van en la cabecera van dejando pegatinas amarillas para indicar el camino. Las bicis-escoba cierran el pelotón, adaptándose a diferentes ritmos y apoyando a quienes pinchan o tropiezan.

Tras subir el puerto de Urbasa, hacemos una paradita para coger aire en el balcón de Pilatos y contemplar el paisaje de roca caliza. Un poco de agua, unas fotos, y continuamos la marcha bajando hasta la Fuente de los Mosquitos, donde nos espera una chistorrada y pimentada cocinada en un horno solar. Nos cuentan que el lugar en el que estamos es un ejemplo de cómo se puede gestionar el territorio y utilizar sus recursos, sin que la propiedad de la tierra sea necesariamente privada o estatal. Se trata de una tierra de tenencia y uso comunal, en la que algunos de sus vecinos y vecinas están apostando por una ganadería ecológica. En días anteriores, la Ecomarcha ha conocido otros lugares en los que, como en este, se dibujan alternativas al abandono del campo. Así nos lo explica Ana, coordinadora de esta edición, quien nos habla de la Finca Ecológica Biodinámica de Castilla Verde, en Frómista, y del proyecto integral del pueblo ecológico de Amayuelas, experiencias que apuestan por el impulso de un mundo rural vivo.

Después de una siesta en el hayedo, aprovechamos los tramos llanos para ponernos al día. Entre pedalada y pedalada, charlamos en busca de algo más de información sobre el fracking, un concepto que no alcanzamos a comprender del todo. Nos cuentan cómo activistas locales de las zonas en las que el fracking es una amenaza inminente, (Palencia, Burgos o Cantabria) les han explicado el funcionamiento de esta técnica de extracción de gases, también conocida como fractura hidráulica. A grandes rasgos, consiste en la perforación de la corteza terrestre hasta profundidades de entre 400 y 5000 metros, en donde se encuentran los gases «no convencionales ». Para que nos entendamos, gas natural y petróleo, pero que en lugar de estar concentrados en bolsas, se encuentran diseminados entre las rocas. Se utilizan explosivos para provocar pequeñas fracturas, en las que se inyectan miles de toneladas de agua a muy alta presión, mezcladas con arena y aditivos químicos. Esta técnica tan agresiva provoca graves impactos en el medio ambiente, como la contaminación de los acuíferos, movimientos sísmicos o la salida a la superficie de elementos radiactivos y metales pesados que provienen de la roca madre. Nos estamos quedando sin aire, así que hacemos un pequeño esfuerzo por subir este repecho.

Paramos en un bar y seguimos la conversación, ahora cerveza en mano. Nos cuentan que estuvieron en un patatal en Castrobarto (Burgos) con el grupo local antifracking, lugar señalado para uno de los sondeos de fracturación hidráulica. El hecho de recibir la visita de unos cien activistas en bici, les llenó de energía para seguir defendiendo su territorio. Ahora ya no se sentían tan aisladas.

Fin de la ruta y más: ¡Incineradora no!

Continuamos el camino en dirección a Olazti, municipio en el que una cementera ha obtenido el permiso para quemar residuos. La gente del pueblo lleva varios años organizándose para tumbar el proyecto. Una de las alternativas a la incineradora es la reducción de residuos, para lo que se ha implementado un controvertido pero eficaz sistema de recogida de basuras, el «puerta a puerta», que consigue pasar del 20% al 80% de residuos reciclados. Marchamos en masa por las calles del municipio vecino de Altsatsu, sumándonos al grito reivindicativo de «Ez, Ez, Ez, Errausketarik Ez» (no a la incineradora).

El día ha sido intenso, estamos agotadas y necesitamos reponer energías. En Altsatsu nos han preparado una enorme paella vegana que devoramos alrededor de un par de mesas en las que cabemos todos y todas. Seguimos aprendiendo de unas y otros, dándonos cuenta de cómo hay personas que repiten la experiencia por cuarta vez. ¿El secreto? Quizá la mezcla: conocer lugares y los colectivos que cotidianamente pelean por mejorarlos o paralizar las amenazas latentes contra el territorio y sus habitantes. Y tal vez el hecho de sentirse parte de una iniciativa que cose luchas, que acerca territorios, notar cómo cada kilómetro recorrido sobre la bici es una puntada más, que nos acerca y nos hace fuertes.

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Foto de Paula Álvarez
nº5 | sostenibili-qué

Redes de Semillas.

Alimentación y resistencia en tiempos de crisis

Son tiempos de cambios. De la insatisfacción con un modo de vida cada vez más alejado de la naturaleza hemos pasado en poco tiempo a la indignación generalizada debido al empeoramiento de las condiciones sociales y económicas.

El pan nuestro de cada día

Cada vez es más sofocante la presión que ejerce el capital sobre las personas, negándonos el derecho a la educación, a la salud, a un trabajo y a una vivienda dignos… De entre todas las presiones que ejerce el sistema sobre nuestra calidad de vida, hay una que es literalmente de «vital importancia» pero que se desarrolla mediante unos mecanismos tan sutiles que pasa en gran medida desapercibida en nuestra sociedad. Nos referimos al derecho a la alimentación.

Cada día aumenta el número de familias que tiene que acudir a instituciones de emergencia social para poder comer. A escala global, el acceso a la alimentación sigue siendo el primer problema de la humanidad. Un problema que no para de aumentar y que ha superado por primera vez los mil millones de personas que no alcanzan a comer al día la cantidad mínima de alimentos necesaria para sobrevivir. No es un problema de escasez, sino de distribución y acceso a los recursos: en la actualidad también se siembra y se cosecha más que nunca en la historia humana. La concentración del poder corporativo en la agricultura ha llegado a ser tan grande que tan solo un puñado de compañías controla el mercado. A esto hay que unir las enormes compras de tierras protagonizadas por fondos de inversión y determinados gobiernos.

Ante esta situación, las personas concienciadas sobre estos temas en la sociedad civil nos estamos organizando en torno al concepto de Soberanía Alimentaria, que podemos resumir como tener los recursos necesarios para seguir produciendo localmente alimentos sanos, ricos y en abundancia1, ya sea cultivándolos nosotros mismos o comprándoselos a lxs pequeñxs agricultorxs que tengamos cerca. Para esto, es importante contar, además de con tierra y agua, con buenas semillas y con los conocimientos necesarios para cultivarlas.

El acceso a las semillas y los conocimientos se vuelve cada vez más complicado: dos de cada tres semillas que se comercializan en el mundo son propiedad de tan solo diez empresas, aumentan las restricciones para poder utilizar y compartir las variedades tradicionales, el conocimiento está siendo privatizado mediante leyes de propiedad intelectual y las grandes corporaciones gastan ingentes cantidades de dinero para conseguir llenar nuestras mesas de organismos genéticamente modificados (OGM).

Plantando cara al poder

Pero no se lo vamos a poner fácil. Desde hace unos pocos años están surgiendo por todos sitios respuestas organizadas empeñadas en construir una Soberanía de las Semillas. Son pequeñas redes locales que van formando alrededor del mundo un tejido de lucha, solidaridad y apoyo mutuo para la defensa de las semillas y el conocimiento tradicional.

Nosotrxs lo estamos haciendo desde la Red Andaluza de Semillas «Cultivando Biodiversidad» (RAS). Un colectivo de personas que desde hace más de 10 años estamos empeñados en hacer frente a la pérdida de biodiversidad agrícola y en la recuperación del saber campesino tradicional. Entre nosotrxs —de manera individual o como pequeños grupos locales— hay agricultores y hortelanas, consumidores y técnicos, y tenemos en común la creencia de que es posible el desarrollo de una agricultura en armonía con nuestro entorno y nuestra salud.

Trabajamos de forma voluntaria, facilitando el acceso, el cultivo y el intercambio de las semillas entre los agricultores y concienciando a la sociedad de la necesidad de conservar la biodiversidad agrícola. Promovemos que las personas consumidoras conozcamos las variedades locales, recuperando la tradición cultural y popular ligada al patrimonio genético cultivado andaluz y apoyando la creación de empleo a través de la producción y el comercio a escala local.

La RAS defiende ante las instituciones públicas el desarrollo de políticas destinadas a devolver a los agricultores el derecho a sembrar e intercambiar sus semillas como la mejor forma de evitar que se pierdan nuestros recursos genéticos. Es algo importante, solo si contamos con variedades de cultivo adaptadas a nuestras condiciones y recursos locales será posible generalizar las prácticas agroecológicas de producción y mantener nuestros alimentos libres de transgénicos.

¿Qué hacemos?

Nuestra apuesta más fuerte es la Red de Resiembra e Intercambio (ReI) con la que facilitamos todos los años que se intercambien cientos de variedades entre muchas personas que se dedican a la agricultura, por afición o profesionalmente, por toda Andalucía.

Además, desde la RAS estamos promoviendo y participando continuamente en actividades por todos los rincones de la geografía andaluza. Una con la que disfrutamos especialmente es la Feria Andaluza de la Biodiversidad Agrícola. En esta feria, de carácter anual, damos a conocer la gran diversidad de nuestras variedades locales de cultivo y tenemos espacios reservados para el intercambio de semillas y para compartir experiencias y conocimientos. Cada año la celebramos en diferentes lugares de Andalucía y este año lo haremos en Galaroza (Huelva) en septiembre.

Investigamos y nos formamos de forma participativa. Compartimos conocimientos organizando jornadas, degustaciones, talleres y publicando manuales y estudios. Tenemos fichas descriptivas sobre las variedades locales y sobre el conocimiento tradicional que vamos conociendo mediante el trabajo con nuestras personas mayores. Defendemos que el conocimiento, al igual que las semillas, es un patrimonio al que todas las personas deben tener acceso, por eso nuestras publicaciones están libres de propiedad intelectual y se pueden descargar gratuitamente en nuestra página web.

Sabemos que nos queda mucho por hacer y que avanzaremos más si compartimos el trabajo. Por eso hemos establecido alianzas con otras organizaciones de ámbito andaluz que defienden la Soberanía Alimentaria, que trabajan por promover la producción agroecológica y el consumo responsable o que luchan contra el cultivo y uso de los OGM.

En la RAS formamos parte de la Red de Semillas «Resembrando e Intercambiando» (RdS), que es una organización descentralizada de carácter técnico, social y político que agrupa a diferentes redes del Estado español. Dentro de la RdS nos organizamos por grupos de trabajo que facilitan que todas las redes podamos beneficiarnos de las experiencias que se desarrollan en cada territorio. A través de la RdS también ampliamos nuestro espacio, manteniendo un gran número de relaciones con redes y grupos a nivel estatal, europeo e internacional, especialmente en América Latina.

Si después de leer esto te quedas con ganas de conocernos más, puedes visitar nuestras webs (www.redandaluzadesemillas.org) y (www.redsemillas.info) o ponerte en contacto con nosotros en info@redandaluzadesemilas.org.

1 Podéis ver las definiciones de Soberanía Alimentaria y Agroecología en Los movimientos campesinos, mirando desde lo local la fuerza global, El Topo 4, p. 5.

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nº4 | sostenibili-qué

Los movimientos campesinos, mirando desde lo local la fuerza global

Cada vez somos más las personas que buscamos en nuestro cotidiano un contacto directo con el campo, con sus olores, formas, sabores y también con sus saberes. Aquellos saberes que solo la observación de la naturaleza te transmite y te traslada en el intento de entenderte parte de algo… que eres capaz de admirar y aprender. Desde ahí llegan las voces de personas antiguas, mujeres y hombres que han lidiado día a día, generación tras generación, con la propia vida, su dureza y su belleza.

Desde hace 20 años, las asociaciones que constituyen la Universidad Rural Paulo Freire, 11 sedes actualmente repartidas a lo largo y ancho del territorio nacional, pretenden visibilizar los trabajos, las labores y el propio patrimonio de los entornos rurales. Queremos valorar, investigar, en su caso rescatar y adaptar, pero, sobre todo, compartir los saberes. Pretendemos que mujeres y hombres en los rincones de la ruralidad puedan sentirse miradas y tenidas en cuenta porque a ellas, a todas esas personas, les debemos parte de nuestra propia historia. Y es en esa historia donde queremos centrar la base de este artículo, nosotras, mujeres de las universidades rurales afincadas en diferentes territorios de Andalucía queremos alzar nuestras voces y la tinta para contaros, desde nuestras vivencias y deseos, qué defendemos:       

La soberanía alimentaria1, basada en el consumo de alimentos sanos y seguros para todos los pueblos según sus necesidades y cultura, que permita a las campesinas y campesinos poder cultivar la tierra y alimentarse de ella, sin soportar las presiones del modelo capitalista bajo el yugo de los mercados internacionales, favoreciendo los recursos naturales, priorizando la biodiversidad local y el patrimonio cultural y etnográfico. La construcción y la lucha paralelas por este relativamente nuevo marco de referencia, nos está ayudando a las organizaciones y movimientos campesinos y sociales a afianzar las bases que mantendrán viva la realidad rural en todas sus dimensiones.

La agroecología2 como sistema de relación con el entorno y el resto de seres vivos. Reflexiona e integra factores ecológicos, sociales, económicos y políticos en el cultivo de la tierra y la producción de alimentos, generando una visión holística que pone en valor la agricultura familiar, local; unida al saber hacer campesino, al rescate de saberes.        

La equidad entre los géneros, donde sean visibilizadas y valoradas todas las aportaciones, ya sean remuneradas o no económicamente desde el sistema, buscando modelos justos de relación entre las personas. Poniendo en valor cada uno de los cuidados que se realizan dentro de la sociedad que nos hace seres sociales y necesarios de los demás, fomentando la «cuidadanía». Desde la mirada hacia la equidad están aflorando muchos conocimientos y formas de saber hacer, invisibilizadas en las diferentes realidades que compartimos mujeres y hombres, en los que las mujeres han sido siempre el eje, y que ahora son claves para la construcción de las nuevas realidades, como el cuidado o la gestión de la economía poniendo la vida en el centro.

 La educación popular, que tomando como origen las aportaciones de Paulo Freire, se basa en el principio de que todas y cada una de las personas implicadas somos actrices y actores de nuestro propio aprendizaje. Favoreciendo el intercambio de saberes como fuente de conocimiento, con lo que generamos el empoderamiento de todas y todos las que participamos en estos procesos educativos. Procesos que son imprescindibles para que se produzca un relevo generacional en el entorno rural a través del aprendizaje vivencial y a partir del análisis crítico de la situación actual y de la que queremos para el futuro.

Para las personas que participamos en la construcción de estos procesos de nuevas ruralidades, la conjugación de todas estas miradas está siendo muy enriquecedora para el desarrollo de nuestras prácticas y la reivindicación del mundo que anhelamos. Desde ahí tratamos de quebrantar las dualidades jerarquizadas, desaprendiendo las enseñanzas que Descartes nos dejó como legado, reeducándonos en la necesidad de relaciones horizontales y de complementariedad, redefiniendo: mujer-hombre, campo-ciudad, Norte-Sur, sabiduría-ciencia, espíritu-mente…

Y con todo ello colocar la vida en el centro.

Basamos en estos fundamentos nuestras actividades y proyectos, aprovechando la idiosincrasia del momento actual, con sus inquietudes y necesidades, utilizando las aportaciones tecnológicas y de redes sociales; aunamos todo ello al conocimiento de la ruralidad, los cuidados y el aprovechamiento de los recursos naturales desde el respeto mutuo. Así, destacan acciones de sensibilización y dinamización social, apoyo a jóvenes neorrurales, canales alternativos de mercado basados en canales directos de comercialización de los productos locales, fomento de la cultura campesina y su adaptación a los requerimientos actuales de la sociedad rural, la defensa del territorio y el acceso a los bienes de la naturaleza (tierras, semillas, agua…), encuentros de intercambio de saberes y visibilización de conocimientos, empoderamiento de las mujeres, así como luchas contra aquellos modelos y situaciones que atacan al campesinado.

Adaptándonos a los momentos de transformación social, como hijas de nuestros tiempos, firmemente convencidas que la democracia participativa y el compromiso ético entre las personas son los modelos de relación que deseamos, trabajamos en red, a través del bien común y el apoyo mutuo favoreciendo las relaciones entre los diferentes grupos con los que compartimos valores de vida, desde lo más local a lo regional o nacional… e incluso más allá, buscando luchas similares y apoyándonos a través de organizaciones internacionales como la Vía Campesina.

En 1993, un grupo de organizaciones campesinas e indígenas de mujeres y hombres de todo el planeta fundan la Vía Campesina, fruto de las luchas por la defensa de los pequeños y medianos agricultores, campesinos/as sin tierra, pescadores/as artesanales… de todos los rincones, ante la amenaza de un mundo cada vez más neoliberal y controlado por las fuerzas de las grandes corporaciones multinacionales. Se trata de un movimiento internacional que aglutina a 200 millones de campesinas y campesinos de 70 países unidos por una visión común de agricultura sostenible inmersa en una justicia social y una dignidad de los pueblos del mundo.

Su propio nombre deja bien claro el objetivo: la defensa del modelo campesino como único capaz de frenar la destrucción del planeta, fomentar el derecho a la alimentación, restaurar la misión del campesinado como productor y proveedor de alimentos, mejorar la vida de millones de campesinos/as pobres, y ayudar a remover las bases sobre las que se sustenta el patriarcado y el neoliberalismo.

Entre las prioridades de la Vía Campesina se encuentra el empoderamiento de las mujeres dentro de las propias culturas campesinas. Según datos de la FAO, las mujeres producen el 70% de los alimentos mundiales y poseen únicamente el 2% del territorio, lo que confirma la existencia de marginación y opresión, continuas consecuencias del mundo globalizado capitalista y patriarcal en el que aún nos encontramos.

Son muchas las luchas comunes que nos unen, todas ellas enmarcadas en lo que la Vía Campesina propuso como elemento aglutinador de todas esas luchas y resistencias que miles de colectivos llevamos a cabo: la soberanía alimentaria. Quizás sea esta una de las más importantes aportaciones que ha hecho la Vía Campesina, dotarnos de conceptos que representan a millones de personas y decenas de miles de situaciones locales, de forma que nos permite unificar nuestras luchas y esperanzas sin renunciar a nuestras propias particularidades. Ya seamos hombres o mujeres, rurales o urbanos, asiáticas o africanas, del norte o del sur.

Ahora nos proponen un nuevo concepto —«el buen vivir» o «sumak-kawsay»— que, tomado de las cosmovisiones ancestrales de América Latina, puede ayudarnos a definir el nuevo paradigma que buscamos: cómo vivir en plenitud, en armonía, cuidando los recursos y sintiéndonos parte de esta morada común.

Este convencimiento nos da una fuerte ideología y una esperanza común. Desde los más recónditos rincones de la tierra intentamos apoyarnos en la defensa de nuestras creencias y nos fortalecemos en fechas señaladas como son: 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), 17 de abril (Día Internacional de la Lucha Campesina), 10 de septiembre (Día Internacional de Lucha contra la OMC), 12 de Octubre (Día contra las Multinacionales y Conmemoración de la Resistencia de los Pueblos Indígenas), 15 de octubre (Día de la Mujer Rural).

Unidos por unos fundamentos comunes, una lucha común, una ilusión compartida… Porque todas creemos que un mundo rural vivo es necesario y que solo globalizando la lucha… globalizaremos la esperanza.

Más info: www.viacampesina.org

  1. Soberanía alimentaria: La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente adecuados, producidos mediante métodos sostenibles, así como su derecho a definir sus propios sistemas agrícolas y alimentarios. Desarrolla un modelo de producción campesina sostenible que favorece a las comunidades y su medio ambiente. Idea lanzada por Vía Campesina en la cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996.
  2. Agroecología: «nuevo» enfoque pluridimensional del desarrollo agrario, ligado al medio ambiente, sensible socialmente, centrado no solo en la producción, sino también en la sostenibilidad ecológica del sistema de producción, implica caracteres sobre la sociedad, cultura… M. Altieri, S. Hecht (1997).

nº3 | sostenibili-qué

¿Coche? Eléctrico

Si hay algo que caracteriza a nuestra sociedad, es la triste tendencia que esta tiene de buscar soluciones en el lugar equivocado. No hace falta escudriñar la realidad para darse uno cuenta de que esta descorazonadora afirmación es cierta.

Que explota la burbuja inmobiliaria, pues todo el mundo desea que la cosa vuelva a ser como antes; que los bancos arruinan nuestras vidas, pues les damos el dinero que no tenemos para que enjuguen sus pérdidas; que se produce un flujo migratorio en la frontera Sur, pues construimos una valla indecente y disparamos bolas de goma a gente que se está ahogando.

Ninguna de esas soluciones aplicadas solucionará el problema, simplemente, porque ninguna de ellas pretende solventar la razón que lo generó. Son simplemente parches.

Lo mismo ocurre con la movilidad urbana. También es característico de nuestra sociedad la necesidad que esta tiene de mover incesantemente personas y cosas de un lado para otro. Por si eso fuera poco, esa misma sociedad ha elegido moverlo todo con los medios más ineficientes que existen: el coche y el camión.

En lo concerniente al tráfico urbano, son evidentes los perjuicios que genera, más allá de la contaminación atmosférica creciente y el también elevado consumo energético que se produce. Pero el problema se agrava cuando tenemos en cuenta que ese mismo tráfico es también un devorador del espacio urbano, dado que a él se destina nada más y nada menos que el 70% de todo el espacio público disponible.

Este uso es excluyente de todos los demás usos que podrían darse en una ciudad sin tráfico. Por enumerar unos pocos, entre estos usos que el tráfico expulsa están: la convivencia ciudadana, el juego infantil, el tránsito peatonal seguro, la circulación segura de bicicletas, la contemplación tranquila del paisaje urbano, la conversación a volumen moderado, el descanso hogareño sin tener que cerrar las ventanas y un largo etcétera.

Pues bien, ante esta situación, que sería fácilmente evitable implementando medidas ya conocidas y practicadas que terminan restando espacio urbano al coche y que pueden agruparse todas bajo el concepto de la «movilidad sostenible» y/o la «ciudad habitable», se busca una solución procedente del mundo del tecnologicismo más trasnochado: el coche eléctrico.

No voy a liarme en una interminable y aburrida discusión sobre si las cifras de consumo energético de tales artefactos son realmente las que la industria dice que son —porque son realmente más elevadas de lo que se cuenta—, ni sobre las pretendidas bondades tecnológicas de vehículos no contaminantes, porque sí lo son y mucho.

Me centraré sobre una reflexión de perogrullo a la que nadie en este debate parece estar dando espacio: si la finalidad de la movilidad urbana de personas es mover a esos viajeros, ¿por qué tiene que hacerse necesariamente en coche, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los desplazamientos motorizados urbanos son de menos de dos kilómetros? ¿Por qué, si la mayoría de los desplazamientos en coche hoy en día se producen con solo una persona dentro?

Y es que desde el punto de vista del más simple raciocinio, nunca será eficiente tener que desplazar una máquina de 1500 kilogramos si la finalidad es desplazar la masa viva de una persona que puede pesar, de media, 70 kilogramos. La relación entre tara y peso vivo es de más de 20 veces —el coche, la máquina, pesa 20 veces más que la persona que va al volante—. Ya puede ser este coche diésel, gasolina, eléctrico o impulsado mediante biocombustible. Ese uso siempre será ineficiente.

¿Por qué no utilizar una bicicleta —relación peso muerto/peso vivo de 0,21— o ir simplemente andando —relación peso muerto/peso vivo de 0— para llegar a los sitios? ¿Que hay cuestas? Pues utilicemos una bicicleta de pedaleo asistido por un motor eléctrico de 250 W, donde la electricidad ayuda, pero no sustituye, al esfuerzo humano. Esta sí que es una aplicación adecuada de la tecnología. Porque lo que hace inteligente a la tecnología no es la cantidad de elementos electrónicos o eléctricos que posea, sino el contexto social en la que se aplica y las soluciones que finalmente esta hace que adoptemos.

Ya sé que siempre habrá alguien que arguya que no es tan indeseable utilizar un coche eléctrico si la energía eléctrica proviene de fuentes renovables. Y este argumento se suelta así, sin más, como si nos sobrara energía renovable por las orejas. Actualmente estas cubren, en el mejor de los casos, un 35% de la demanda eléctrica actual. Estas cifras disminuirían terriblemente si solo un porcentaje significativo del inmenso número de coches que hoy circula se hicieran eléctricos.

Si hay electricidad renovable, esta tiene que utilizarse de manera razonable, por ejemplo, para que puedan alimentarse de ella hospitales, colegios u hogares, pues son estas necesidades básicas, y no para mover una máquina de una tonelada y media para transportar a una sola persona a una distancia que normalmente no supera los dos kilómetros.

El objetivo de este artículo no es demonizar a una tecnología prometedora. En un contexto de movilidad urbana realmente razonable y sostenible, con, digamos, una reducción del tráfico de automóviles actual de un 80% —esta cifra no es arbitraria, sino que ha sido calculada—, sería posible admitir un número elevado de vehículos eléctricos, sobre todo aquellos que presten un servicio social esencial como transporte público, ambulancias, camiones de bomberos, vehículos para personas discapacitadas, etc.

En ese sentido, la tecnología aplicada sería benigna, y no por su propia naturaleza, sino porque se habrá aplicado en un contexto social muy diferente, razonable y con observancia de los problemas que realmente se pretenden solucionar.

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nº2 | sostenibili-qué

Érase una vez la ecología política…(1)

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Recientemente, llevando a mis hijas a la biblioteca, me encontré con un cuento de mi infancia cuya historia va así: En tiempos lejanos, tres bandoleros asaltaban en las carreteras las carrozas y desvalijaban a sus viajeros/as de todas sus pertenencias en oro y dinero. Luego acumulaban sus tesoros en un castillo perdido en la montaña. Un día, atacaron una enésima carroza pero solo había una niña en su interior. Al no poder apoderarse de otra cosa y para no irse con las manos vacías, se la llevaron a su castillo. Al llegar, la niña, temeraria e impertinente, descubrió los tesoros acumulados desde hacía años y les preguntó con ingenuidad por qué guardaban tantos baúles llenos de metales preciosos en sus bodegas. Los tres bandoleros se miraron atónitos, incapaces de contestar: ¡nunca se habían hecho tal pregunta!

Lo mismo ocurre en los tiempos modernos. La ecología política, como esta niña sincera y rebelde, mira a los ojos a los políticos, economistas y otros bandoleros de las crisis actuales con una pregunta sencilla: señores (utilizo el masculino exclusivo a propósito), ¿por qué acumulan todas estas riquezas materiales y monetarias? Y luego mira a todas aquellas personas que conformamos esta sociedad diversa y nos pregunta: ¿por qué y para qué (hiper)producen, (hiper)consumen y (hiper)trabajan tanto? ¿Esto les hace más felices? ¿Les asegura un futuro seguro para sus hijos y nietas? ¿Garantiza un medio ambiente sano y una buena calidad de vida para la gran mayoría de la población, vivan en el Norte o en el Sur?

Quizás algunas cifras nos ayuden a entender mejor la profundidad y la carga social y política de estas preguntas. Está probado, por ejemplo, que por encima de un umbral de 15 000 dólares por habitante y año, no existe ninguna correlación positiva o negativa entre crecimiento del Producto Interior Bruto y el aumento del bienestar. En cuanto a la esperanza de vida y a la escolarización, desaparece cualquier tipo de correlación con el aumento de ingresos respectivamente por encima de 18 000 $ y 12 000 $ per cápita/año3. Lo que significa en lenguaje llano que el aumento continuo de nuestras rentas y la opulencia material, principalmente en los países del Norte y élites del Sur, no nos hacen más felices, ni aumentan nuestro bienestar4 pero sí son altamente agresivos con la biosfera. Fíjense ustedes, si todas las personas de este planeta vivieran como la ciudadanía española, necesitaríamos tres planetas. Como bien decía Kenneth Boulding allá en los setenta: quien crea que un crecimiento infinito es posible en un planeta finito, es un economista o un loco… o, añadiría yo, simplemente un homo sapiens del Antropoceno5, drogado a base de trabajo productivo y de consumo de masas.

Ahora bien, cambiemos las gafas para mirar este mundo y hagámoslo con el Happy Planet Index (HPI). Se trata de un índice ideado por la fundación inglesa New Economics Foundation, que calcula la riqueza de un país mediante tres factores: el grado de felicidad de sus habitantes multiplicado por la esperanza de vida media y dividido entre su huella ecológica. España, que a pesar de las crisis sigue manteniendo orgullosamente un puesto alto de país de «primer mundo» en la clasificación por PIB per cápita (el 30)6, retrocede con esta fórmula al puesto 62 de 1517, es decir, casi a mitad de tabla: un país de riqueza media que queda bien lejos detrás de Costa Rica, que encabeza el listado… Al mismo tiempo, como —pobre— consuelo, le lleva 42 puestos de ventaja a Estados Unidos (6º en el PIB per cápita), un país que el economista chileno Max Neef no duda en calificar de país en vías de subdesarrollo por su alta ineficiencia en el uso de recursos naturales y la continua recesión social que vive desde los años 808.

En esta dinámica de empobrecimiento social y ecológico de los países mal llamados «desarrollados», no queremos más cuentos de la lechera: ni en Andalucía, ni en España, ni en Europa, ni en ninguna otra parte. La prosperidad futura no se basará ni en más crecimiento irracional e innecesario, ni en una austeridad impuesta para socializar las deudas económicas y ecológicas contratadas por una minoría. La prosperidad residirá en nuestra capacidad de construir un nuevo pacto social y ecológico donde, de forma participativa y solidaria, nuestras sociedades evolucionen hacia niveles de vida acordes con los límites ecológicos del planeta y que cubran las necesidades básicas de sus componentes así como sus legítimas aspiraciones a la autonomía y a la felicidad. Dicho de otra manera, una nueva etapa para la humanidad basada en una prosperidad sin crecimiento y el buen vivir.

A modo de conclusión, es de justicia dejar constancia que en el cuento de mi infancia, una vez que escucharon la pregunta de la niña, los tres bandoleros dejaron su negocio e invirtieron toda su riqueza en acoger a las y los niños huérfanos de la región, transformando su castillo del terror en pueblos solidarios. Dejando a un lado los tintes paternalistas y caritativos de esta historia, una auténtica transición socioecológica no tiene por qué quedarse en un simple cuento de hadas. Eso sí, hará falta más de una pregunta —y de una lucha en redes y alianzas— para llevar el cambio a todos los rincones de la sociedad. Por esta razón, necesitamos y podemos aunar una ecología política fuerte e impertinente desde abajo hacia arriba.

1 Adaptación y actualización de un artículo publicado originalmente en el blog de Florent Marcellesi: http://florentmarcellesi.eu/2012/03/19/erase-una-vez-la-ecologia-politica/

3 Asimismo, algunos países alcanzan niveles significativos de florecimiento con solo una fracción de los ingresos de los países más enriquecidos. Por ejemplo Chile, con un PIB anual per cápita de 12 000 $, tiene una esperanza de vida de 78,3 años, mayor que la de Dinamarca, con 34 000 $/año per cápita. Por supuesto, habría que afinar este análisis: 1) cruzándolo para cada país con el coeficiente de GINI, un coeficiente de medición de la desigualdad; 2) recordando que Chile basa su desarrollo en el extractivismo (modelo que tampoco representa una alternativa sostenible). Para más información sobre umbrales, riqueza y bienestar, véase: Gadrey J., Marcellesi F., Barragué B. (2013). Adiós al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible. Ed. El Viejo Topo.

4 Es más, en tiempos de recesión, la economía de crecimiento nos lleva al colapso social bajo forma de paro, pobreza y desigualdad masivos.

5 Según el concepto acunado por Paul Crutzen, hemos entrado desde hace un par de siglos en el Antropoceno, es decir, una era en la que la humanidad actúa como fuerza geológica. Véase también: Zalasiewicz J. et al. (2008). Are we now living in the Anthropocene?. GSA Today 18 (2), pp. 4–8.

6 Según los datos del Fondo Monetario Internacional (estimaciones de PIB per cápita del 2013).

7 Según los datos consultados el 22 de diciembre del 2013 en http://www.happyplanetindex.org/

8 Por ejemplo, en 1989 uno de cada cinco niños vivía por debajo de la línea de pobreza en Estados Unidos; en 2010, el 32,3% de los niños de todo el país eran pobres.

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¡Ayyy, la sostenibilidad!

El lamento habitual de los que estamos entre los que nos creemos la idea profunda que impregna todo aquello relacionado con la sostenibilidad, con respecto a los debates candentes que podemos seguir a diario en estos tiempos de crisis, es siempre el mismo: «con esto de la crisis económica, todo lo relacionado con el medio ambiente ha sido expulsado de la actualidad y de las preocupaciones del común de los españoles». Aunque comparto el espíritu de tal queja, deseo confesar en estas breves palabras que no estoy de acuerdo con la afirmación en sí, entre otras cosas, porque cuando uno está convencido de la sostenibilidad[1] y de lo que esta plantea (desde el punto de vista de lo que Naredo considera «sostenibilidad fuerte») se sabe que la sostenibilidad plantea otra economía y otra sociedad como base para el cambio político que resulte en un comportamiento más razonable con respecto al uso de los recursos naturales de los que todo lo físico se nutre. Y nada más candente y más oportuno que plantear a la propia sostenibilidad como paradigma que conduzca a la generación de otro modelo productivo y de desarrollo. Evidentemente, esto de la sostenibilidad tiene varias patas (no me atrevo a cuantificarlas porque siempre hay alguien que rebusca y encuentra alguna más), pero su objetivo primordial es que los sistemas humanos sean viables desde el punto de vista de la ecología, así como el objetivo fundamental de cualquier organismo es poder permanecer vivo para, solo después, buscar y conseguir otras metas que hagan más satisfactoria su vida. Desde luego, la relación entre lo ecológico y lo socioeconómico no es unívoca, porque ambas dinámicas se realimentan entre sí, pero una cosa debe quedar clara, el gran perjudicado de no ser sostenible será todo lo relacionado con lo socioeconómico y no el planeta, como muchos plantean mediática y paternalistamente. Es decir, las sociedades humanas, si no son sostenibles, no serán, así de claro y de contundente.   Pero: ¿qué plantea la sostenibilidad? No creo que peque de exagerado si afirmo que se han escrito no ya ríos sino tsunamis de tinta sobre este particular. El término, no solo de sostenibilidad, sino también su variante cultural, el desarrollo sostenible, son lo suficientemente ambiguos como para tener mucho éxito y a la vez ser lo suficientemente elásticos como para contentar a todo el mundo. Son, en definitiva, conceptos modulables a las intenciones, expectativas e intereses de cada uno. Los que nos dedicamos a esto, sin embargo, cada vez tenemos las cosas más claras: la sostenibilidad es un término esencialmente político que, para hacerse realidad, necesita de enfoques técnicos novedosos en todos los estratos de la vida de la gente, desde lo más macro, macro, macro a lo más micro, micro, micro. El consumo de recursos naturales por parte de las sociedades humanas, globalmente consideradas, supera en mucho lo que los sistemas naturales son capaces de producir (esto está cuantificado gracias a indicadores tales como la huella ecológica), por lo que estas sociedades encuentran sustento solo si incurren en una deuda de carácter físico con respecto a los sistemas naturales y las generaciones futuras. Para que las sociedades y las economías sean más sostenibles primero ha de quedar claro qué es lo esencial, qué es lo importante (pero no esencial) y qué es lo accesorio. Mi humilde punto de vista al respecto es el siguiente: – En los temas de la ecología, lo esencial es dotar a los sistemas socioeconómicos de viabilidad física en el tiempo que les permitan perdurar y para esto ha de considerarse la existencia de límites en el consumo y en la capacidad de absorber recursos. Como conclusión, para ser sostenibles ecológicamente es imposible crecer de manera indefinida. Conceptos importantes, pero no esenciales, son la biodiversidad, el medio ambiente, todo lo relacionado con las diferentes contaminaciones, etc. – En los temas sociales, lo esencial es atender al deseo de felicidad de la gente. Esto parece una tontería, pero muchos estudios revelan que lo que de verdad quiere la gente es ser feliz, y que el consumo exacerbado no es precisamente un factor definitivo de felicidad, sino que hay cosas que hacen a la gente realmente feliz (buena salud, buenas relaciones familiares y con amigos, trabajos interesantes, etc.). Tenemos la suerte de que muchas de ellas no consumen necesaria e intensivamente recursos naturales. Conceptos importantes son los derechos humanos, la educación, la sanidad, el tiempo, el bienestar, la calidad de vida, etc. – En los temas económicos, lo esencial es la recuperación del poder de la producción mediante formas de economía cooperativa (en todos sus diferentes términos). Cuestiones importantes al respecto son la producción, las finanzas, el empleo y todas las restantes variables económicas. Y, para finalizar, una herramienta: democracia. Pero democracia no solo para ir a votar cada cuatro años, sino democracia real, democracia en la política, en lo personal, en lo biológico, en lo económico (porque no hay mayor dictadura que la que sucede dentro de una empresa) y en lo cultural. Democracia entendida como proceso político en el que la decisión estratégica recae en un grupo social lo más amplio posible y que se ejerce con responsabilidad y conocimiento. Ya veis, para conseguir la sostenibilidad es condición sine qua non incrementar los niveles de democracia. Bajo mi punto de vista, no hay nada más urgente que incrementar los niveles de democracia en las relaciones económicas y de producción. ¡Para que luego digan que la sostenibilidad está fuera del debate!

[1] La sostenibilidad puede definirse como el anhelo por conseguir sociedades ecológicamente viables, a partir de lo cual, estas deben también ser socialmente justas y económicamente funcionales.

nº40 | sostenibili-qué

Soberanía alimentaria

Tejiendo red desde la agricultura familiar