nº3 | sostenibili-qué

¿Coche? Eléctrico

Si hay algo que caracteriza a nuestra sociedad, es la triste tendencia que esta tiene de buscar soluciones en el lugar equivocado. No hace falta escudriñar la realidad para darse uno cuenta de que esta descorazonadora afirmación es cierta.

Que explota la burbuja inmobiliaria, pues todo el mundo desea que la cosa vuelva a ser como antes; que los bancos arruinan nuestras vidas, pues les damos el dinero que no tenemos para que enjuguen sus pérdidas; que se produce un flujo migratorio en la frontera Sur, pues construimos una valla indecente y disparamos bolas de goma a gente que se está ahogando.

Ninguna de esas soluciones aplicadas solucionará el problema, simplemente, porque ninguna de ellas pretende solventar la razón que lo generó. Son simplemente parches.

Lo mismo ocurre con la movilidad urbana. También es característico de nuestra sociedad la necesidad que esta tiene de mover incesantemente personas y cosas de un lado para otro. Por si eso fuera poco, esa misma sociedad ha elegido moverlo todo con los medios más ineficientes que existen: el coche y el camión.

En lo concerniente al tráfico urbano, son evidentes los perjuicios que genera, más allá de la contaminación atmosférica creciente y el también elevado consumo energético que se produce. Pero el problema se agrava cuando tenemos en cuenta que ese mismo tráfico es también un devorador del espacio urbano, dado que a él se destina nada más y nada menos que el 70% de todo el espacio público disponible.

Este uso es excluyente de todos los demás usos que podrían darse en una ciudad sin tráfico. Por enumerar unos pocos, entre estos usos que el tráfico expulsa están: la convivencia ciudadana, el juego infantil, el tránsito peatonal seguro, la circulación segura de bicicletas, la contemplación tranquila del paisaje urbano, la conversación a volumen moderado, el descanso hogareño sin tener que cerrar las ventanas y un largo etcétera.

Pues bien, ante esta situación, que sería fácilmente evitable implementando medidas ya conocidas y practicadas que terminan restando espacio urbano al coche y que pueden agruparse todas bajo el concepto de la «movilidad sostenible» y/o la «ciudad habitable», se busca una solución procedente del mundo del tecnologicismo más trasnochado: el coche eléctrico.

No voy a liarme en una interminable y aburrida discusión sobre si las cifras de consumo energético de tales artefactos son realmente las que la industria dice que son —porque son realmente más elevadas de lo que se cuenta—, ni sobre las pretendidas bondades tecnológicas de vehículos no contaminantes, porque sí lo son y mucho.

Me centraré sobre una reflexión de perogrullo a la que nadie en este debate parece estar dando espacio: si la finalidad de la movilidad urbana de personas es mover a esos viajeros, ¿por qué tiene que hacerse necesariamente en coche, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los desplazamientos motorizados urbanos son de menos de dos kilómetros? ¿Por qué, si la mayoría de los desplazamientos en coche hoy en día se producen con solo una persona dentro?

Y es que desde el punto de vista del más simple raciocinio, nunca será eficiente tener que desplazar una máquina de 1500 kilogramos si la finalidad es desplazar la masa viva de una persona que puede pesar, de media, 70 kilogramos. La relación entre tara y peso vivo es de más de 20 veces —el coche, la máquina, pesa 20 veces más que la persona que va al volante—. Ya puede ser este coche diésel, gasolina, eléctrico o impulsado mediante biocombustible. Ese uso siempre será ineficiente.

¿Por qué no utilizar una bicicleta —relación peso muerto/peso vivo de 0,21— o ir simplemente andando —relación peso muerto/peso vivo de 0— para llegar a los sitios? ¿Que hay cuestas? Pues utilicemos una bicicleta de pedaleo asistido por un motor eléctrico de 250 W, donde la electricidad ayuda, pero no sustituye, al esfuerzo humano. Esta sí que es una aplicación adecuada de la tecnología. Porque lo que hace inteligente a la tecnología no es la cantidad de elementos electrónicos o eléctricos que posea, sino el contexto social en la que se aplica y las soluciones que finalmente esta hace que adoptemos.

Ya sé que siempre habrá alguien que arguya que no es tan indeseable utilizar un coche eléctrico si la energía eléctrica proviene de fuentes renovables. Y este argumento se suelta así, sin más, como si nos sobrara energía renovable por las orejas. Actualmente estas cubren, en el mejor de los casos, un 35% de la demanda eléctrica actual. Estas cifras disminuirían terriblemente si solo un porcentaje significativo del inmenso número de coches que hoy circula se hicieran eléctricos.

Si hay electricidad renovable, esta tiene que utilizarse de manera razonable, por ejemplo, para que puedan alimentarse de ella hospitales, colegios u hogares, pues son estas necesidades básicas, y no para mover una máquina de una tonelada y media para transportar a una sola persona a una distancia que normalmente no supera los dos kilómetros.

El objetivo de este artículo no es demonizar a una tecnología prometedora. En un contexto de movilidad urbana realmente razonable y sostenible, con, digamos, una reducción del tráfico de automóviles actual de un 80% —esta cifra no es arbitraria, sino que ha sido calculada—, sería posible admitir un número elevado de vehículos eléctricos, sobre todo aquellos que presten un servicio social esencial como transporte público, ambulancias, camiones de bomberos, vehículos para personas discapacitadas, etc.

En ese sentido, la tecnología aplicada sería benigna, y no por su propia naturaleza, sino porque se habrá aplicado en un contexto social muy diferente, razonable y con observancia de los problemas que realmente se pretenden solucionar.

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