Es viernes y no quieres salir, no es que las resacas sean cada vez mas duras, es que cada vez te interesan menos. Y estar en bares consumiendo agua, porque no te da el dinero y porque por salud decides no consumir ninguna sustancia por un tiempo, no mola. Y no porque no moles, es que esa imagen incomoda. Incluso, puede que seas objeto de chistes sin gracia.
Así, quedas en el barrio, que en la periferia se está muy a gusto, con tus tres amigues que andan en las mismas que tú. Algune bebe cerveza, tampoco es que vayamos a ser abstemias para siempre, la vida ya es dura. Después de ponerse al día, contando cosas que ya todes saben porque, aunque no se puedan ver, chatean a diario, pero eso de ver gesticular a tu amigue te llena el cora, empiezan con los temas fetiches de siempre.
Y es que nos vemos poco, no por deseo, de hecho duele que, viviendo en la misma ciudad no pueda verles porque entre sus trabajos en horario nocturno y mis ritmos de pluriempleada es imposible. Sin olvidar que todes somos acróbatas compaginando activismo, estudio, deporte por salud mental, el cuidado de la familia, humana y animal, y también puede que la relación con algún hetero básico con el que la gestión emocional es agotadora.
Estos ratitos son oasis en el desierto de la cotidianidad y hablan de lo mucho que echan de menos bailar, el hastío de lo colectivo, nadie escucha a nadie, los tíos siguen haciendo de las suyas, el debate sobre cómo crear espacios de ocio seguros, las antidepresivas, la sesión con tu psico, con la que no sabes si continuarás porque no hay pelas para pagar, y cómo nos ayudaríamos si llegáramos a conseguir el trabajo digno que nos merecemos.
Son entorno seguro para reivindicar el espacio que merece la tristeza. Esa que causa saber a tu familia lejos, a tu madre reventada limpiando mierda guiri durante treinta y cinco años, a tu tía con cáncer, a tu hermana con ansiedad por un episodio de violencia callejera, el acoso laboral de otre colegui, la precariedad, las facturas, las movies misóginas que siguen impunes en espacios politizados y un largo etcétera que se hace pesado porque ya hemos dejado mucha energía en hacer entender cómo de dolorosas son las violencias cuando te atraviesan, una y otra vez.
Y no es que nos centremos solo en lo negativo, es que queremos poder hablar de lo que nos pasa sin que se nos tache de chupaenergías y no sentirnos presionades a hacer el ejercicio estúpido de buscar lados positivos o, peor aun, darnos palmas masculinas en la espalda y barrerlo bajo la alfombra porque «qué incómoda la tristeza».
¿Qué nos espanta tanto?¿No poder hacer nada?¿Enfrentar nuestras propias heridas?¿Descubrir que existe una responsabilidad colectiva y no la estamos asumiendo?
¿No es más sano permitirnos la tristeza? Hablarla y naturalizarla como lo que es, una emoción humana. Prefiero hacer política de lo personal, porque los problemas que nos llevan a ella son políticos y públicos pero, a lo que no voy a contribuir silenciando a les demás, es al miedo a no ser escuchada, a sufrir sole.