Más de diez millones de personas en el mundo no son reconocidas como ciudadanas de ningún país. Una situación que las deja en una situación de vulnerabilidad extrema. Miles de ellas viven más cerca de nosotras de lo que imaginamos.
Quiénes son
¿Qué tienen en común la escritora Gioconda Belli, un gitano kosovar, una kurda de Siria o un saharaui? Todxs ellxs son, o han sido el algún momento, apátridas. Es decir, no son reconocidas como ciudadanas de ningún país, lo que supone que dejan de tener los derechos que confiere la nacionalidad. Eso sí, no han llegado a esa situación de la misma manera ni saldrán de ahí con la misma facilidad. Porque la clase existe incluso para ser víctima de la opresión de los Estados. Gioconda Belli fue apátrida alrededor de dos semanas tras la decisión del Gobierno nicaragüense de Daniel de Ortega de arrebatársela a ella y otras noventa y tres personas acusadas de traición a la patria. Pocos días después aceptó el ofrecimiento de nacionalidad por parte de Chile. España, Argentina y Colombia también ofrecieron cobijo y nacionalidad a los apátridas nicaragüenses.
Nos alegramos por todxs ellxs. Pero ese proceso no es el habitual. La apatridia es una situación que convierte en invisibles y casi inexistentes a millones de personas a lo largo del planeta, en muchos casos durante toda su vida.
En los países del occidente rico y colonialista no nos preguntamos cómo adquirimos la nacionalidad. Naces y la tienes. Al margen del carácter político y simbólico del concepto nación, la realidad es que, desde su creación en el siglo XIX, la nacionalidad es un derecho civil que permite acceder a los servicios públicos del país que la ha expedido. Es lo que te convierte en ciudadana y te permite circular por el mundo. Pero como todo derecho humano, su cumplimiento no solo no está garantizado, sino que constituye una herramienta de control de los Estados que la utilizan en muchos casos como forma de discriminación de minorías y sectores vulnerables de la sociedad. Es el caso de la mayor parte de las personas apátridas.
Una persona apátrida tiene dificultades para trabajar legalmente, tener propiedades o abrir una cuenta bancaria. No tiene acceso a la educación o al sistema judicial, y no puede registrar los nacimientos y las defunciones.
En el mundo, según los datos de Naciones Unidas, existen más de diez millones de apátridas. Millones de personas que no tienen documentos que acrediten su pertenencia a ningún territorio, que viven en una situación de discriminación permanente y para las que es imposible la libre circulación. Y —seguro que no sorprende a nadie— las más afectadas suelen ser mujeres y menores.
No tienen por qué ser migrantes o refugiadas, aunque en muchos casos lo son o lo han sido sus progenitores. En ocasiones forman parte de minorías étnicas al margen de la ley del territorio que habitan; otras veces nacieron en un país que ya no existe como tal; o son desplazadas de un país ocupado que no les reconoce, como ocurre con la población saharaui. Muchas veces son poblaciones nómadas que tienen vínculos con varios países, como las y los romaníes de Europa del Este. Otras, son personas desprovistas de la nacionalidad como represalia o forma de ataque, como le ha ocurrido este mismo año a Gioconda Belli o Sergio Ramírez entre otros muchos en Nicaragua; o en República Dominicana con la población haitiana que vive en su territorio. En ocasiones la discriminación de las minorías está contemplada en la propia ley de los Estados. Según datos de Naciones Unidas, al menos veinte países mantienen leyes de nacionalidad en las que esta se puede denegar o retirar de forma aleatoria. La historia de la población kurda es un claro ejemplo. En 1962, el gobierno de Siria envió a miles de personas a la zona kurda del país para que se instalaran allí, a la vez que se le retiraron los derechos cívicos y culturales a la población kurda autóctona. Más de medio millón de kurdxs fueron declaradxs apátridas en aquel momento.
La población rohingya del oeste de Myanmar —un colectivo musulmán en un país de mayoría budista— también tiene un importante historial de abusos por parte del Estado. En 1982 Myanmar aprobó una ley que les imposibilitaba obtener la ciudadanía completa. Lxs rohingya representan el mayor grupo apátrida del mundo.
En muchas ocasiones, como señalamos algo más arriba, la clave es la cuestión de género. Veinticinco países del mundo no permiten a las mujeres transmitir la nacionalidad a sus hijxs en igualdad de condiciones que los hombres. De hecho, esta es una de las principales causas de la apatridia infantil. En Nepal, las mujeres casadas no pueden obtener un certificado de ciudadanía sin la aprobación de su esposo o suegro y las mujeres casadas con extranjeros no pueden traspasarla a sus hijxs. Se estima que en este país 800 000 personas no tienen nacionalidad confirmada y no pueden acceder a servicios básicos.
Estatus de apátrida
Lo curioso es que, para una persona en esta situación el reconocimiento como apátrida del país que habitan es el principio para obtener los derechos que le corresponden. Es decir, para salir de esa invisibilidad y exclusión, es necesario que el Estado en cuestión lxs reconozca como apátridas y esto no es tan fácil. La apatridia es un procedimiento dirigido a identificar entre quienes lo solicitan a las personas que realmente carecen de nacionalidad, según lo dispuesto en la Convención de Nueva York de 1954.
Se trata de un trámite administrativo similar a la solicitud de asilo de las personas refugiadas. Por eso otro de los problemas para muchas de las apátridas es el desconocimiento para llevar a cabo los trámites necesarios. Muchas de ellas han vivido siempre en el mismo territorio y son las nuevas demarcaciones administrativas, las leyes discriminatorias hacia su cultura, grupo étnico o género las que las convierten en apátridas y las despojan de derechos. Personas en un limbo legal que a veces ni siquiera son conscientes de estarlo y mucho menos de los trámites que necesitan para dejar de serlo. Desconocimiento que en bastantes ocasiones se extiende al propio personal de la institución que debe iniciar el proceso.
Las poblaciones ajenas a la cultura dominante, con otras formas de organización social, viviendo en asentamientos informales y con pocos recursos, no saben cómo acceder al estatuto de apátrida. En muchos casos ni siquiera están censados o tienen certificados de nacimiento.
Apátridas
en territorio español
En el Estado español, según datos del Ministerio del Interior, hay entre 7 000 y 8 000 apátridas. En 2022 se resolvieron 1 192 peticiones de estatuto de apátrida —un 38% más que en 2021— el 94% de ellas de saharauis.
Otra consecuencia más de la dejadez de España ante el Sáhara Occidental desde los inicios de su relación colonial. Antes de la década de los 60, al principio del proceso de descolonización, lxs saharauis no eran consideradxs ciudadanxs de pleno derecho, sino súbditxs, como explica el abogado experto en derecho internacional José M. Antón de la Calle, en el documental Bidun Hawiya (Sin Identidad) de Nayat Ahmed, sobre la situación las personas saharauis en situación de apatridia, que recomendamos desde aquí. Fue a partir de esa fecha, cuando el Sáhara se reconoció como provincia española y la población saharaui adquirió la nacionalidad, que a su vez podía trasladar a sus descendientes. Posteriormente y tras la ocupación de Marruecos y el abandono español, lxs saharauis se convierten en apátridas.
Pertenencia, identidad,
movilidad
Al margen de la cuestión administrativa, la apatridia despoja de parte de la identidad a las personas que la sufren. Algo que se incrementa cuando la tierra con la que se establece una relación de pertenencia desde sus ancestros, o no les reconoce, o no existe, o es un territorio que traspasa fronteras o ha sido ocupado por otro Estado.
Otra consecuencia es que, al carecer de libertad de movimiento, si cruzan alguna frontera pueden ser retenidas en algún centro de internamiento. Hay documentos para apátridas, como el pasaporte mundial, pero solo algunos países le dan validez y debe ir acompañado de otras identificaciones, por lo que no les sirve de mucho. La realidad es que las apátridas viven una auténtica odisea a la que se presta poca atención. Que este rinconcito en el periódico autogestionado más leído de Sevilla sirva para hacer su situación algo más visible.