Llego al parque La Ranilla y veo sentado en el bordillo de una valla, casi a ras de suelo, a Cecilio. Coge sus muletas y se alza con sorprendente agilidad. «¿Dónde comemos, muchacho?». Vamos a un pequeño bar, de esos de poca clientela, pero que llena el sitio de un rumor intenso e ininteligible. Aquí, un pequeño extracto de las más de tres horas de conversación sobre la memoria de un memorialista.
¿Cómo recuerdas tus primeros años?
Yo soy de un pueblo de Badajoz, pero me sacaron con diez años. Así que me he criado, he vivido y me moriré en Sevilla. Entre Su Eminencia y Montequinto. Y en esos pisitos de soltero de la época. Que había que buscarse la vida por algún lado. Mi pueblo es migrante. Los extremeños son mucho del País Vasco vitorino. En Sevilla, eran sobre todo del eje del mal, que marca el canal de los presos. Allí se asienta la mayoría de la gente que viene de otros sitios. Porque vienen por el tema de los campos de concentración que hay montados en Sevilla.
Vivíamos en una habitación de alquiler. En Sevilla ha habido siempre muchos rentistas. En los barrios obreros, la mayoría, eran casas donde lo que se alquilaba era una habitación y se metía toda la familia. Yo salí de ahí cuando ya empecé a ganar las primeras pelas. ¿Y ahora qué hacen? Alquilar pisos. No descubren nada nuevo, era lo que se hacía en la edad media con los famosos corrales. ¿Corrales? Me cago en dios. Alquilé una habitación en un corral de esos y duré dos semanas. No aguantaba aquello, era asqueroso, no se respiraba. Porque todo se hacía en el agujero aquel. Estabas haciendo de cuerpo en el patio y te estaban viendo todos los vecinos.
En el eje del mal la Policía entraba a trapo en todo momento. El conflicto social era constante. Yo me meto ya en follones con las JOC (Juventudes Obreras Cristianas) a los catorce años. Era una organización de la Iglesia para lavarse la cara con el franquismo. De las únicas que se podían mover, todo lo demás era clandestino. Tenían una intervención fundamental de carácter social. Mucho de lo que ya se planteaba en aquella época son cosas que ahora mismo se barajan en política. Eso de «la sociedad de consumo» en los 70 te sonaba a cachondeo, cuando no había ni dónde caerse muerto. Pero se empezaba a hablar de cómo se montaba el negocio de grandes empresas. Entonces no se hablaba de coches, porque ¿quién tiene coche?, sino de lo más básico: la comida.
A mucha gente hoy en política le da vergüenza reivindicar ese espacio. Yo estaba de responsable de propaganda. El primer registro en mi casa fue buscando de dónde habíamos sacado los contactos. Encontraron un organigrama de a quién repartía un periódico que hacíamos. Y decía el policía «Ea, pues ya lo tenemos pillao». Y decía yo «deberías de preguntar eso en el despacho del arzobispo, porque la mayoría son seminaristas». El policía se quedó seco.
Nosotros íbamos mucho más allá de lo que la Iglesia quería. Las organizaciones funcionaban a partir de un hombre que hacía de enlace. Un cura. Sería interesante hablar con ellos, porque se les debe muchísimo y no se les ha hecho nada. Por ejemplo, mi cura, Manolo, está en el polígono San Pablo. O Chimo, que fue director del Virgen del Rocío.
En Su Eminencia era muy raro que no te implicaras. Allí se vivía en primera persona. No había ni colegio, tenías que pringarte y montabas el cirio. Y el cirio venía con policía. Y la policía con registros de las casas. Y allí iban menos, porque allí se les calentaba. En cuanto se pasaban, se iba el personal en busca de ellos a pedrás. Allí se han quemado coches de la policía y se han echado motos al río Guadaira. También había una distancia con respecto a las organizaciones políticas, por cómo se llevaba la movilización. Una era muy vertical, la otra horizontal, de asamblea y demás.
Cuando empiezas a trabajar, ¿continúa tu actividad política?
Yo me meto en el sindicato desde que empiezo. En aquella época: Las Comisiones Obreras. No Comisiones. Las Comisiones. Era un sistema muy democrático. Cuando se legaliza CC OO es cuando se crea un problema. Se da una asamblea en Barcelona y hay un golpe del PC. Y, cuando vuelven, había que pasar por taquilla. Tenías que ir para que te dieran el carnet. Y si estabas en la lista negra, no te lo daban. Eso provoca que se montaran otros sindicatos. A ver, la CNT estaba ya, pero tan minoritaria que cabían todos en una mesa de camilla.
Yo estaba de delegado de mi empresa, que era la Gillette en Alcalá de Guadaira, y era del comité del polígono industrial. Eso se fue a tomar por culo y tuvimos que dedicarnos a estudiar sindicalismo. Al final, mi grupo autónomo decidió meterse en la CNT, aunque muchos no lo hicieron por no meterse en «cosas tan raras». No había ningún tipo de formación ni cultura militante. Al poco tiempo de afiliarme a CNT me despiden. Entonces yo me compré un taxi, porque era la única manera de sobrevivir. En la lista negra tú ya no podías encontrar un trabajo en tu ciudad. Y to el que salía despedido, aunque lo ganara en magistratura, con la cruz a tomar por culo. Y eso funcionaba de puta madre. Que muchas veces la gente se cree que aquello era Jauja.
Dices que te compraste un taxi. ¿Te permitió el sindicato ser empresario?
Puse de patrón a un cuñao mío. Eso me daba margen para poder seguir trabajando a nivel sindical. No quería ser propietario de una empresa bajo ningún concepto, ni mijita. Después fue una empresa de publicidad; trabajé en la expo, como todos los sevillanos, y hasta que me presenté en la DGT y aprobé. Yo oficialmente soy chófer, a pesar de las patas y todo. Tengo polio, o sea que nunca he estado bien, pero por una historia de pelea interna y de pelea con el exterior: Decía el inspector de tráfico «usted no puede sacarse el carnet de conducir», y yo «¿quién coño le dice a usted que no?». Al final, carnet, y a la primera. Yo los tenía todos, pero me caí un día y me jodí la pierna buena. Entonces, perdí todos los carnets de conducir, pero me recuperé y pude recuperar el de coche normal.
Una vez escuché en el sindicato un mito: que lo de la pata fue por saltar del balcón del antiguo edificio de CC OO
Pa ti y pa mí, y sin que salga en ningún sitio. Borbolla nos entregó las llaves de la primera planta del edificio del Duque donde había un centro de adultos para que le dejásemos tranquilos y CC OO dijo «¿allí en la primera planta la CNT y después nosotros? Estáis locos». Y entonces nos echaron. Pero en el hecho de echarnos hubo una guerra de varios meses donde nosotros okupábamos todos los viernes. Una de las veces, que entró la policía a macho y martillo, hice como que me tiraba por el balcón. Me quedé con el cuerpo por fuera agarrao por debajo del balcón pero con una cadena agarrada a la parte de arriba. Y los policías cagaos. Y a partir de entonces, creo que se lo tenemos que agradecer a CC OO porque eran los más interesado en que nos fuésemos de allí, el Ministerio del Trabajo nos dio Alfonso XII.
¿Cómo vives la ruptura de la CNT?
Nosotros nos partimos la cara sobre todo en el congreso de Madrid del 79. Yo volvía con la idea de que aquello no era el sindicato que yo conocía de Sevilla, ni la gente. Yo no recomiendo a nadie la asistencia a un congreso de una organización como no tenga mucho andao. Mi compañero en el congreso adelgazó diez kilos en dos semanas. Yo me arranqué dos dientes. Del nerviosismo. La gente esquizofrénica. En ese tipo de movidas lo pasas fatal. Después fui a otra en Barcelona y me hicieron el pasillo: 200 tíos en la puerta que te visten de nuevo.
Sales muy cabreado. Hasta que ya eliges una determinada historia. Yo no evado responsabilidades a la hora de ocupar cargos, pero lo que no quiero es participar de reuniones fuera del ámbito local. Hasta el 98 estuve como secretario general de Andalucía, y dije «se acabó, ahora voy a montar con amigotes un grupo sobre la memoria de la historia social» lo que ahora se llama Memoria Histórica.
¿Y cómo aparece Todos los nombres?
En el 98, varios compañeros veíamos que se tenía poca idea de nuestras propias organizaciones. Y nos pusimos a recuperar a los malditos, que eran los personajes anarquistas que merecían la pena. La primera actuación fue una maratón escribiendo las memorias de Pedro Vallina. Cogemos fotocopias del texto y a todo el que quería se le daban cinco o seis folios, para que lo picara en un ordenador. Fue tal éxito que cuando salió el libro, no era nuestro, ya estaba vendido y pagado. Y luego otros que tuvieron éxito muy relativo, pero éxito. O uno sobre un convenio de la construcción donde se firmaron las 36 horas. Que es de los más interesantes, pero que no se vendió. ¡Pa uno que nos podía servir! Después fue Sánchez Rosa o Melchor Rodríguez.
Y así, hasta que hacemos la investigación sobre el canal de los presos (2000-2004), y empezamos a tocar la realidad. Había muchas familias que no tenían información de sus familiares, si terminaron en campos de concentración o en las cárceles, o fusilados. Ellos empiezan a demandarnos que por qué no investigamos esas cosas. Presentamos el libro en el Alcázar. Asistió el alcalde y alucinaron. El Alcázar es una residencial Real, el protocolo de seguridad no permite asistir a más de 100 personas. Y ese día tuvieron que abrir las puertas. Había allí 400 o 500 personas. Eso te denota que el interés social iba por esa línea.
Nosotros nunca hemos dedicado especial tiempo o interés a la guerra, sino a la represión. De hecho, tenemos un pleito con el Ministerio de Trabajo. Ellos entienden que una lista de víctimas tiene que ser de los que murieron en la guerra, sea quien sea. Ni mijita. Si quieren hacer una lista de la gente que murió en la División Azul, ese es su problema. Pero yo voy a recuperar los nombres de la gente que muere en la represión. Desde el 36. Porque aquí en Sevilla, sin guerra, hay miles de muertos. Los muertos por la represión existían solo en el ámbito familiar. ¿Qué hacía falta? Ponerse a trabajar. La bomba fue tremenda.
Y empezamos a trabajar en Todos los nombres. Empieza como un proyecto nuestro, pero con la Junta de Andalucía como patrocinadora, la fundación de El Monte y la Pablo de Olavide. Eso dura un año. Y llegamos a un acuerdo con el Ministerio. Total, que se cabrea la Junta y vuelve otra vez. Así hemos estado un tiempo.
Nosotros nos encargamos de Andalucía, Extremadura y norte de África. Lamentablemente no hay otras asociaciones haciendo lo mismo en el resto del Estado. Algunas empezaron a montarlas, pero con el objetivo un poco de quitarnos a nosotros de en medio y no han llegado a nada. Ahora mismo tenemos en la página web 116.700 nombres. Aunque nos falta un colectivo que meter, los objetores de conciencia. Será difícil, ya con las mujeres nos pasó al proponerlas como víctimas del franquismo. En el resto de España, nos llamaban locos. Hoy son todos defensores de las mujeres. El único sitio en España donde había fosas de mujeres era Andalucía. Y no he visto nunca una pregunta en el Parlamento, ni una demostración de cariño.
Por cerrar. A casi dos años de su muerte y sabiendo la amistad que os unía. ¿Qué puedes decirnos de Lucio Urtubia?
Lucio, lo mismo que muchos de los viejos anarquistas, una de las cosas buenas que tiene es que ha escrito sus propias memorias. Eso es muy de agradecer. Destacaba por lo abierto que era. No era un hombre de estrategia ni nada. Era un hombre claro, sobre la mesa ponía lo que él pensaba y si tú no pensabas igual pues no hay problema. Eso era para mí lo más especial de Lucio. Muy llano, transparente, con una experiencia vital tremenda. Con algo que tú no eres capaz de creerte a la primera. Pones en duda eso que te está contando, que si el banco, que si esto, lo otro. Así tal cual. Nadie se lo esperaba. ¿Cómo que un tío que es albañil, resulta que engaña al mayor banco del mundo y tiene entre sus relaciones al expresidente de Francia y al otro, al otro? Pues algo especial tenía que tener, ¿no? Y en ese sentido a mí me caía muy bien.
También como él era, lo eran muchos. Propusimos al Ayuntamiento que pusiera una calle con el nombre de Hermanos Arca, que habían vivido muchos años en el Pumarejo. Si tú lees su historia te pegas un lote de llorar. Lo más llamativo: el tercero, Miguel, con treinta tíos más, hacen 1.000 prisioneros nazis en Francia. Y el coronel se pegó un tiro cuando vio que lo habían cogido un grupo de maquis españoles, no lo pudo aguantar.