nº62 | entrevista

Bamberas, pureza, identidades y otras movidas del flamenco

Llego a un local donde me espera Pedro Lopeh, flamencólogo o flamenquista o persona que sabe mucho de estos temas. Nos sentamos en la barra, y algunos compañeros entran y salen, trayendo tubos de acero, lámparas antiguas y cuadros. Quedan dos semanas para inaugurar la nueva peña flamenca y aún quedan cosas por montar. Existen nervios, pero se respira una profunda emoción. Y Pedro no puede separarse mucho del espacio, todo tiene que quedar perfecto. Que parezca natural. Pero bien pensado.

¿Existe un flamenco puro y otro comercial?

La música comercial, como todo lo comercial, son productos diseñados por una industria, que planifica, que hace una previsión de ventas, hace un estudio del público. Evidentemente, eso aplica al flamenco, a las puertas y al sabor de la Coca-Cola. Eso vale para todo. Lo que pasa, que la otra etiqueta es la que yo pongo en entredicho. Lo puro es un concepto muy amplio. De hecho, estamos grabando un documental que se llama Puristas y hemos preguntado acerca de qué entiende la gente por pureza. En el flamenco, según las épocas y según las personas y su ideología o su corriente estética, algunos lo asocian más a una idea de racialidad gitana o andaluza o a un tipo de cante más patético, más afectado. Pero al final, cuando polemizas con la gente y le pones en contradicción, lo que queda es: «Bueno, lo puro es lo auténtico, lo natural». Entonces, creo que hay flamenco que es auténtico, con una estética aparentemente naturalista o salvaje que también ha sido comercial. No creo que sea antagónico. Casi todos los conceptos que tienen que ver con asuntos estéticos han cambiado mucho en el siglo y medio de historia que tiene el flamenco. Y ha cambiado mucho acorde a la sociedad y lo que era puro a mediados del siglo pasado no era lo mismo que lo que se decía en los años ochenta. No obstante, hay cosas, en ese sentido, puras, que también son relativamente comerciales. Si hablamos de lo mainstream, tipo Rosalía, nadie va a decir que eso es puro. Se ve que hay una impostación, que hay un trabajo, hay un artificio. También hay mucho arte. Pero también hay otros cantaores, no sé, Camarón lleva muchas décadas siendo muy comercial y para mucha gente es el epítome de lo puro. Entonces, a veces la industria dialoga más con esas estéticas más naturalistas y a veces no. Ahora están en un periodo de que no. Ahora la industria está apostando por productos más elaborados, más globales, con unos tipos de voces más líricas. Pero hasta hace unos años, la industria apostaba por José Mercé, que, aunque ha hecho cosas que no me gustan, es una catedral del cante. Yo no antepondría lo puro y lo comercial, son dos etiquetas conflictivas. Una vez sabido eso, da mucho para debatir.

Entonces, ¿existiría un flamenco que nace del pueblo y un flamenco orientado a las clases altas?

La relación entre el flamenco y el concepto de clase es muy interesante. Yo llevo muchos años leyendo y pensando sobre el tema y tengo que reconocer que a veces las conclusiones no son las que a mí me gustaría que fueran. Tengo la sensación de que, en el flamenco, la mayoría de los artistas provienen del pueblo llano. En algunos casos de las gentes más castigás. Pero tengo la sensación de que también han sido personas desclasadas. Que eso también enriquece mucho el tema. El flamenco es un arte muy estetizado. Tanto como la música clásica o una pintura cubista. Es un arte ultraformalizado. Por eso me gusta tanto. Porque demuestra que las clases populares tienen sensibilidad para los grandes temas estéticos y artísticos. Pero, sinceramente no creo que la mayoría de artistas tengan ese concepto de clase. Más bien, han sido tan pobres que han mirado hacia arriba, hacia quien paga. Eso es un clásico en el flamenco. Durante mucho tiempo, los artistas miraron a la burguesía en los cafés cantantes, luego a los señoritos en los cortijos. Y desde los años ochenta la mayoría mira a las instituciones, que ejercen una tiranía bestial sobre la estructura del trabajo en el flamenco. Aunque hay que decir que casi siempre, cuando ha habido que posicionarse, los artistas flamencos, en su inmensa mayoría, se han posicionado por posturas de izquierda. Digamos que toman partido por la clase humilde y por la izquierda. Y eso me parece que hay que reivindicarlo. Y más allá de eso, creo que los flamencos se mueven en ambientes humildes, de clase media-baja. Y que aceptan trabajar para los señoritos como un mal menor. La relación entre política o clase y flamenco es muy compleja. Hay quien dice que el flamenco es la expresión del dolor del pueblo andaluz. Que eso vendría también a ser una posición ideológica o de clase. Creo que ese concepto es una idea un poco romantizada del flamenco, creo que el flamenco no es un canto folclórico, creo que no es del pueblo andaluz. Porque el flamenco ha sido una música, con sus minorías, con sus modas, con sus círculos… Pero lo que sí podemos decir es que el flamenco viene de las fatigas de las clases populares.

¿Qué piensas de las relaciones del flamenco con la construcción de identidades políticas o nacionales? ¿Es el flamenco la expresión natural del pueblo español o andaluz?

Yo creo que no. El flamenco no es una expresión natural. Partiendo de esa base, el resto lo podemos discutir. El flamenco no es folclore. Folclore son las sevillanas, los verdiales o los trovos alpujarreños. El folclore está ligado con tradiciones más lejanas. Es algo que tiene que ver con la supervivencia de la cultura y de los pueblos donde se desarrolla ese folclore. El folclore está muy estudiado en el todo el mundo. El flamenco no responde a esos elementos. Es profesional. Que luego haya muchos artistas que cantan porque su familia se ha criado en entornos flamencos y saben canturrear bien, evidentemente, pero eso no quiere decir que colectividades enteras ni si quiera la gitana o la sevillana o la jerezana o la andaluza sepan cantar flamenco. Es muy complicado. El flamenco no es una expresión natural de nada. Es un arte. Que yo creo que está muy formalizado y es muy complejo. Y eso no es ni mejor ni es peor que el folclore. Yo en los últimos tiempos estoy reivindicando eso, que la gente ágrafa puede llegar a elaborar producciones artísticas supercomplejas como el flamenco. Y eso es orgullo que nos llevamos la gente humilde, porque se nos ha negado esa idea. Se le ha negado al pueblo llano y a los pobres la intervención en los importantes debates estéticos, artísticos, humanos. Y ahí está el flamenco. Que tiene un desarrollo, muchas veces producto de que hay una profesionalización y de que muchos artistas vieron en eso una forma de vivir. Por eso no creo que el flamenco sea la expresión natural de ningún pueblo. Esto no quiere decir que, en el cante, o en algunas estéticas del cante o del flamenco en general, veamos unos rasgos muy evidentes de cultura gitana. Y que estén muy cercanos a ciertas expresiones que consideramos de los gitanos. Evidentemente, es que el flamenco bebe de los materiales populares y folclóricos. Pero precisamente los artistas flamencos se han intentado distinguir del folclore. Siempre se han intentado distinguir de lo natural. Para darle valor a su trabajo. Y el flamenco, en su siglo y medio de historia, se ha desfolclorizado. Se ha quitado las castañuelas, o los palillos. Se ha quitado los coros. No existen los estribillos. No se repiten letras.

Esto lo relaciono con el anarquismo, que aspira a gestionar las relaciones sociales de una manera muy pensada, muy racional y criticada, pero con una apariencia muy natural. Que todos esos procesos se interioricen en las personas y las organizaciones para que el funcionamiento sea virtuosamente espontáneo. Hay un pensar y debatirlo todo, pero para que luego podamos crear comunidades con una cierta alegría. Y el flamenco muchas veces es eso. Se aspira a que la expresión parezca natural y espontánea, pero eso está superestudiado, pensado, ensayado, experimentado. Tiene que parecer que todo sale perfecto. Y luego se dice: «¡Ah, a este le sale natural!». Yo los conozco a algunos, y ensayan hasta los gestos delante del espejo. Lo que consiguen es que no parezca impostado y eso es un valor impresionante. Es verdad que el flamenco es una cosa muy disfrutona, pero a la que escuchas un poco te invita a estudiar.

Dejando las derivas filosóficas, cuéntanos cómo llegaste a interesarte tanto por el flamenco

Yo me aficioné al flamenco cuando llegué a Madrid y sentí un desarraigo tremendo. Vivía en un piso sin ventanas, vamos las cosas normales cuando vas a vivir a Madrid a buscarte allí la vida. Quizá un poco huyendo, yo había estudiado Música Clásica, piano. Venía de un pueblo muy humilde y de una familia normal. Entonces empecé a desear escuchar las cosas que escuchaba con padre cuando iba con él a trabajar al campo. Mi padre no es aficionado al flamenco. Es aficionado al Cabrero. Que es un tipo de aficionado. A lo mejor la gente de la periferia de Andalucía, de Cádiz, de los puertos, la gente de los flamencos marítimos no es consciente de lo que es el Cabrero en el interior y fuera de España. Mi padre es un cabrerista. Un tío que trabaja en el campo y no sé si le gusta el flamenco. Pero le gusta el Cabrero. Igual que hay gente que solo le gusta Camarón. Entonces recordaba las mañanas en el todoterreno escuchando el Cabrero, y a mí de chico no me gustaba, y mi padre no cantaba, era un tipo recio. Pero cuando fui a Madrid ya escuchaba algo de flamenco y me gustaba, pero allí, empiezo a tener como una obsesión, y empiezo a leer, a escuchar, a estudiar. Y creo que mi afición viene de esos años. Luego quedaba con unos amigos que no teníamos para salir y hablábamos uno de música latina, otro de libros y yo pues de flamenco. Y así creo que nace mi afición para que la gente escuche flamenco, o a que lo piense desde otra perspectiva, histórica, estético-filosófica, de memoria. Y de ahí nace el Café de Silverio. Jugando con el flamenco, como una cultura a la que se puede llegar de muchas formas. Yo quiero animar a la gente a discutir y debatir conmigo. Hay gente que critica mucho la divulgación, entiendo que no todo puede ser superficie y animar a la gente. Pero me parece un género superdigno.

Además de escucharte en el Café de Silverio, podemos también encontrarte organizando el Festival del Flamenco de Espiel, que su tercera edición es ahora el 10 y 11 de mayo. Pero no te quedas ahí. Ahora te has metido en un nuevo proyecto. Cuéntanos un poco

Estamos en un local en el Pumarejo, en lo que será la sede de una peña flamenca. La Bambera. Es una peña flamenca que responde a las inquietudes de la gente que hemos formado parte del grupo motor. Nos planteamos una peña como un sitio donde compartir la cultura, el arte y la socialización, en torno a los temas que nos importan y que nos mueven en la vida. Y lo político es uno de ellos. Vemos que las luchas políticas de las que venimos todos los que estamos en el grupo motor, en general han olvidado la cultura y el arte, que es una parte muy importante. El arte de la gente normal, no el de los museos. Queremos juntarnos, formarnos y que si uno sabe de algo que nos lo explique al resto. Tener charlas, conciertos… Tenemos una biblioteca. Y también es un espacio para poder socializar más allá de un bar o un pub. Queremos recuperar el espíritu de las peñas de los años sesenta. Trabajar codo con codo para tener un sitio donde debatir y disfrutar del arte y formarse. Pues adaptarlo un poco a la actualidad. Por eso no vemos que sea solo flamenco. Que consideramos que es algo muy amplio. Sobre el nombre hubo casi navajazos, hubo que votar. La bambera es un palo que tiene un origen folclórico que acuñó la Niña de los Peines. La bambera viene de la bamba, del columpio, que son unos cantes que solían cantar los mozos y las mozas en la época del ligoteo, con una reminiscencia muy erótica. Todo lo que se hacía alrededor de los columpios.

¿Un libro?

La vida de la Abejas.

¿Una artista flamenca?

El cantaor de la Puebla de Cazalla, Diego Clavel.

¿Un palo?

La seguidilla.

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