nº31 | política global

Verde, oscuro, casi negro. Las ciudades del futuro

La cámara se aleja y vemos a un hombre oriental con gafas de sol haciendo un extraño baile. Al fondo una reluciente ciudad, no muy alejada de cualquier ciudad central del mundo. Es una de las ciudades más representadas de la historia de internet y, sin embargo, poca gente la conoce. Se llama Songdo y está en Corea del Sur.

Appa, gangnam style!

Songdo se ha desarrollado como ciudad del futuro, un potencial centro global de negocios que aprovecha su posición privilegiada por el desplazamiento de la economía al este. Una ciudad verde, donde el sistema de recogida de basuras está automatizado desde los hogares a través de conductos controlados por menos de diez personas. En los hogares se está implementando un sistema de telepresencia que pretende conectarlos con servicios remotos educativos y de ocio. En laboratorios de la multinacional Cisco se han desarrollado chips de implante para la geolocalización de niños y componentes domóticos controlables por el móvil. Songdo quiere ser una encarnación contemporánea de la ciudad ideal planeada por el Estado, normalmente bajo el refulgente maquillaje de la ciudad verde y ecológica, inapelable.

Es un proyecto y un relato que se repite en otras latitudes. En Arabia Saudí se ha presentado Neom, cuya construcción empezará en 2025 . Pretende ser una ciudad «donde habrá más robots que personas», con un tamaño de 33 veces Nueva York. Quiere ser también otro centro global de negocios, la capital árabe para un mundo postpetróleo, alimentada solo por energía eólica y solar, domotizada y automatizada. Es una estrategia de urbanización que lleva años en marcha en la región y que tiene otros destacados ejemplos como Masdar City, en Abu Dhabi.

Aunque el territorio en el que este fenómeno se ha dado con mayor fuerza es China, donde para resolver masivos movimientos de crecimiento y migración se han proyectado varias ciudades, diseñadas por reconocidos equipos de arquitectura e ingeniería. Tan solo un arquitecto estadounidense, William McDonough, recibió el encargo de desarrollar protocolos de diseño para doce ciudades, capaces de alojar a 400 millones de personas, una cifra que nos da una idea de la escala de un fenómeno imparable de nueva urbanización. Ciudades como Dongtan o Huangbaiyu, promesas verdes ahora consideradas proyectos fracasados, nunca llegaron a realizarse en su plenitud.

Las ciudades anteriores nos muestran un horizonte. Un espejo en el que los desarrollos urbanos se miran, pero son solo posibles en condiciones geopolíticas sometidas a un brutal aceleramiento y en el perpetuo estado embrionario de las ciudades-promesa: fracasadas algunas, sin llegar a sus expectativas otras y completamente inexistentes, algunas.

¿Cómo encuentran su nicho en la ciudad ya consolidada estas utopías tecnológicas?

Boardwalk empire

En Nueva York, la apertura de un concurso público para reinventar las cabinas de teléfono ha dado paso a un ambicioso proyecto de acceso wifi gratuito y otros servicios digitales a través de marquesinas. La empresa prestataria se llama Intersection. Surge de Sidewalk Labs, una rama de innovación urbana de Alphabet, la matriz de Google. Ésta tiene ambiciones globales: ha empezado a operar en Londres, trabaja con el Departamento de Transporte de EEUU en el análisis de datos móviles para la gestión del tráfico y ha desarrollado en Canadá un primer barrio inteligente: Quayside.

Quayside viene a ser una pequeña ciudad ideal, la «comunidad más medible del mundo». Construida «desde internet», llena de sensores climáticos y de presencia, con transporte público autónomo y un modelo de zonificación urbana nuevo, más liberal, basado en sensores que verifican la compatibilidad de usos urbanos en vez de en la delimitación de áreas homogéneas de usos compatibles. «Un modelo para todos los vecindarios ecológicos del mundo.»

Estos serían dos modelos posibles bajo los auspicios de un mismo actor: el proceso de renovación urbana que incluye la capa digital en su ADN y el desarrollo de nuevas infraestructuras de servicios urbanos. Ambos procesos están basados en la recolección masiva de datos y en el desarrollo de prototipos capaces de cambiar las reglas del juego y recentralizar sectores consolidados u obsoletos.

Al mismo tiempo, las grandes tecnológicas invierten parte de su enorme capital en el sector inmobiliario. Funcionan como instituciones ancla: capaces de influir decisivamente sobre la economía de las ciudades y la consolidación de su marca. Las ciudades compiten entre ellas por albergar sus sedes: normalmente dentro de enormes y significativos desarrollos urbanos asociados al prestigio de estrellas de la arquitectura. Amazon, por ejemplo, es el mayor propietario del centro de Seattle, su ciudad original, donde da trabajo a 25 000 personas.

La ciudad y este tipo de desarrollos locales son, además de una oportunidad de diversificación de la inversión, una enorme oportunidad: un tablero de juego donde conseguir ventajas competitivas clave en un momento en que todas confluyen en los mismos sectores. Compiten por ver quién capitanea la automoción sin conductor, la logística robotizada, la domótica y el potencial volumen de datos de llevar el «internet de las cosas» al hecho urbano bajo la promesa de la eficiencia, la ecología y el servicio ultrapersonalizado al ultraindividuo. Como se afanan en repetirnos, «los datos son el nuevo petróleo». Las patentes se reproducen día a día, en una espiral sin fin de desarrollos, espionaje y lucha comercial. Y es este contexto, también, en el que hemos de situar estos procesos de urbanización física y digital.

Blade Mirror

Sin duda hay aspectos seductores en estas ciudades del futuro y es absolutamente necesario reinventar la ecología urbana pero los riesgos de delegar demasiado estas lógicas en las manos equivocadas (las de otros) son enormes. Este tipo de urbanismos (desde Songdo a Quayside) son la máxima expresión del control digital de la vida cotidiana: desde el mercado o desde el Estado e, inevitablemente, desde su híbrido monstruoso.

El situacionismo nos decía aquello de que la lucha por la ciudad es la lucha por el futuro, porque este solo puede ser desde la cultura, de la que la ciudad es la máxima expresión. Apostemos por otra cultura de la ciudad, es decir, apostemos por otro futuro, donde su sombra digital todavía pueda ser nuestra. 

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