nº47 | política andaluza

NON OMNIS MORIAR

MEMORIA, TRAUMA Y ACTIVISMO

EN NUESTRA COMUNIDAD CONTAMOS CON UN RICO MOVIMIENTO SOCIAL PARA LA RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA HISTÓRICA, EL CUAL SE ENFRENTA AL TRAUMA COLECTIVO CONSECUENTE AL GENOCIDIO QUE SUFRIÓ EL PUEBLO ANDALUZ (1936-1939). EL PROCESO DE SANACIÓN DE ESTA HERIDA PASA POR LA NARRACIÓN DE LAS HISTORIAS SILENCIADAS.

Non omnis moriar es una expresión latina que nos ha llegado a través del poeta Horacio. podemos traducirla como ‘no moriré del todo’, o bien, ‘no todo lo que soy desaparecerá’ y, en su sentido hegemónico, hace referencia a la inmortalidad del alma. Pero también es interpretable desde perspectivas tan mundanas como la memoria, por los recuerdos e influencias que dejamos a nuestro paso; la comunicación, por las historias transmitidas a través de la tradición oral; e incluso los restos físicos, porque permanecen y requieren un ritual funerario que proteja la psique y las emociones de nuestros seres queridos.

El pasado revela, por estas vías, su permanencia en el presente y, por lo general, no vacilamos en concederle su espacio. Todas las comunidades se esfuerzan por registrar y atesorar su historia. Lo hacemos así para comprender quiénes somos, para conocer nuestros valores y necesidades. Sin embargo, no es tarea sencilla integrar de manera apropiada todas las facetas del pasado, sin obviar las perturbadoras, en nuestras identidades actuales. Quizás haya en la historia episodios que nunca debieron haber sucedido, aunque la solución no se encuentra en el olvido. Tenemos la obligación moral de recordar y divulgar la injusticia, para redimir el dolor de las víctimas y evitar que vuelva a ocurrir. 

Pero, como suele pasar cuando se aplica la teoría a la práctica, el caso de la historia reciente de Andalucía es algo más complicado. Durante décadas, se ha difundido un discurso (por parte de las instituciones públicas, de la escuela, de los medios de comunicación, etc.) que nos hablaba de «guerra civil», de «régimen franquista» y de un conflicto en el que «ambos bandos» fueron fratricidas. Esto ha alimentado una serie de mitos («con Franco se vivía mejor/no se vivía tan mal»), adoptados por una considerable cantidad de gente, que todavía perduran como parte de los imaginarios sociales. 

Los efectos de una campaña propagandística tan intensa y prolongada no pueden ser abordados a corto plazo, pero hace casi cincuenta años del fin —oficial— de la dictadura y más de ochenta desde que acabara la Guerra Civil (cuando hubo más víctimas mortales). Hoy, gracias a la investigación, la divulgación cultural y académica y los testimonios, sabemos que en la mayor parte de Andalucía resulta más apropiado hablar de genocidio que de guerra; que el golpe de Estado surgió de una conspiración militar liderada, inicialmente, por Sanjurjo y Mola (hasta que ambos murieron en sendos accidentes de avión); y que, en nuestra comunidad, un ejército profesional, azuzado hasta la vesania por Queipo de Llano, arrasó con una población civil perpleja y aterrorizada. 

Como esta versión de los hechos no se acomodaba al estandarte de «santa cruzada» que más tarde enarboló la dictadura, ni tampoco al propósito de «pasar página» que guió a la Transición, los acontecimientos que mostraban con mayor claridad la crudeza de la represión fueron censurados. No cabía esperar que la gente que había sobrevivido a las masacres que se cometieron olvidara su dolor, pero probablemente se apostó por que, al condenar sus historias al silencio institucional, la denuncia social inherente a sus experiencias muriera con los últimos testigos directos. 

Sin embargo, el horror causado era indeleble. Para que una población relativamente progresista (en la que buena parte de lxs obrerxs estaba sindicada, en la que la mujer había logrado el derecho al voto y al divorcio, en la que personas homosexuales eran referentes culturales, en la que se extendía la educación libertaria y gratuita, etc.) se sometiera a una dictadura militar regida por los más férreos principios del nacionalcatolicismo, la sublevación empleó una violencia extrema e intentó destruir hasta la más diminuta brizna de alteridad. De manera intencionada y sistemática, se provocó un profundo trauma colectivo que buscaba, y en gran medida obtuvo, sumisión.                       >>

Ahora bien, un trauma se compone de recuerdos con tal carga emocional negativa que su sola evocación produce sufrimiento, recuerdos que desearíamos no tener, pero cuya impresión en la psique es permanente. Lo natural es que la persona que sufre un trauma lo reprima en aras de continuar con su vida, pero el dolor seguirá subyacente y, periódicamente, brotará por distintos cauces; a veces, siendo verbalizado. Es así que el trauma se hereda, transmitido por historias orales en el seno familiar, a través de las que entendemos la tristeza de nuestra gente. En Andalucía hay un trauma de carácter colectivo porque los mismos fantasmas abruman a una multitud de personas. La honda devastación provocada por la sublevación militar en la sociedad andaluza cuenta con representaciones en cada una de las provincias. A modo de sumario provisional y mínimo, hablamos de 45 566 personas asesinadas y desaparecidas en 708 fosas comunes (una de las cuales, la del cementerio de San Rafael en Málaga, ha sido considerada como la segunda mayor de Europa, tras Srebrenica, al haberse identificado en ella a 2 840 víctimas); 50 000 personas empujadas al exilio y muchas más desplazadas en el interior (la Desbandá movilizó alrededor de 100 000 personas, de las que murieron miles, imposibles de cuantificar); la construcción de unos 55 campos de concentración y trabajos forzados (además de las prisiones), en los que se hacinó a unas 100 000 personas; la opresión selectiva y diferenciada de las mujeres, el pueblo romaní y el colectivo LGTBI; la persecución laboral y el saqueo de bienes materiales; la censura ideológica y artística, etc. En fin, un daño que, como sostenía Cernuda, «no es de ayer, ni de ahora, sino de siempre».

La dictadura nunca cesó de castigar a lxs supervivientes de sus crímenes contra la humanidad, a través de una retórica de «vencedores contra vencidxs», y la Transición asumió voluntariosamente el legado franquista: permitiendo a Arias Navarro, alias «el carnicerito de Málaga», figurar como primer presidente de Gobierno de esa etapa y a Juan Carlos de Borbón poseer el título de rey; malversando una ansiada Ley de Amnistía para garantizar impunidad a insignes torturadores; manteniendo los privilegios de una Iglesia que había firmado innumerables sentencias de muerte y difundiendo un discurso que quería decir que todo había cambiado para que nada tuviese que cambiar.

Ante la negligencia institucional, lxs hijxs y, especialmente, lxs nietxs de las víctimas directas de la represión, generaciones herederas del trauma cultural (desde una lejanía en la que pueden observar la injusticia con una perspectiva suficiente como para combatirla), comienzan a movilizarse. De esta manera, nace una corriente
social que lucha por la recuperación de la memoria histórica, es decir: por desvelar y divulgar las dimensiones reales de los crímenes franquistas; por acabar con la apología del fascismo, eliminando sus símbolos de los espacios públicos; por identificar y honrar a las personas represaliadas; por permitir, a través de las exhumaciones, que lxs familiares puedan ofrecer, al fin, una sepultura digna a sus seres queridos. 

En la actualidad, la legislación estatal vigente, así como el Plan de Memoria Democrática lanzado por la Junta en 2018, reconocen la valía del movimiento memorialista y amparan la actividad de las asociaciones. El problema endémico es la reticencia de los Gobiernos a aplicar la ley y, lamentablemente, el mantenimiento, por parte de algunos representantes políticos y medios de comunicación, de posturas que vulneran los derechos de las víctimas y los principios más básicos de convivencia democrática. Esto coloca al activismo en una constante situación de lucha contra quienes deberían, en su lugar, constituir un apoyo. 

Aun así, no pretendemos homogeneizar al memorialismo andaluz, fuente de tanta diversidad y riqueza como las personas que lo componen, ni establecer los límites de la recuperación de la memoria histórica. Si bien existe un buen número de asociaciones memorialistas registradas en Andalucía (de ámbito autonómico, regional, comarcal y local), no todas cuentan con las mismas prioridades ni con idénticos desafíos. No todos los grupos que participan del memorialismo lo hacen «oficialmente». No todas las personas que guardan y honran la memoria histórica militan en un colectivo definido, aunque todas las interesadas podrán encontrar, a poco que busquen, alguno cercano.
La idea principal es que, al igual que la comunicación (o su impedimento) jugó un rol fundamental en la creación del trauma cultural, la transmisión consciente de los recuerdos silenciados puede redimir nuestro sufrimiento social. Por diversas que sean las propuestas del memorialismo andaluz, todas orbitan alrededor de la misma reivindicación: verdad, justicia y reparación. Empecemos por hacernos eco de la verdad, que suele ser la primera damnificada cuando la violencia aparece, pero que es, también, aquello que siempre prevalece y que no se puede destruir.

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