nº22 | entrevista

«Lo de Tarajal pudo ser premeditado, un escarmiento para que nadie más cruzara por ahí»

Entrevistamos Mariano Agudo, director de Samba. Un nombre borrado, un documental de Intermedia Producciones que sigue el rastro de uno de los catorce jóvenes que murieron en 2014 en Tarajal al lanzarse al agua para pasar a nado a Ceuta y que fueron disparados por la Guardia Civil.

¿De dónde viene la idea de hacer esta película?
Pues empezó cuando conocimos a Mahmoud Traoré, en una marcha al CETI de Ceuta en septiembre de 2005, para denunciar que la Guardia Civil había disparado en la valla de Ceuta causando varios muertos. Él fue la primera persona africana que conocimos al llegar a Ceuta. Cuando salió del CETI vino a Sevilla y nos llamó y desde entonces tenemos un vínculo muy fuerte.

Y luego ocurrió la tragedia de Tarajal
Sí. Queríamos hacer algo con Mahmoud, pero que no se limitara a la historia de su viaje personal, sino que contara algo sobre inmigración a través de la mirada —para mí ya muy mestiza— de alguien que lleva tiempo aquí. Me interesaba ver la inmigración a través de esa mirada. Cuando pasó lo de Tarajal nos afectó mucho a todxs y a partir de ahí decidimos hacer algo y que él fuera el hilo conductor.

¿Cuál es la historia de Samba. Un nombre borrado?
La historia comienza cuando Mahmoud se entera de que uno de los chavales desparecidos es de un pueblo senegalés cercano al suyo, Sinchan Banjai cerca de Temantó y ahí empieza a investigar y eso le lleva a conocer gente que está relacionada con lo que ocurrió en Tarajal o que vive de alguna manera el contexto de la migración. Dentro de la película, Tarajal es un hecho concreto por el que se encuentran unas personas en su camino, pero en esa ruta de búsqueda de pistas van apareciendo otros temas, como los de lxs migrantes que llevan un tiempo asentados en Roquetas y no tienen derechos, como el problema de la pesca industrial en Senegal, que provoca que mucha gente tenga que emigrar, etc.

Pero además de ser el punto de partida de la historia, ¿profundiza la película en lo ocurrido en Tarajal?
Buscamos dos testigos que estuvieron con Samba hasta su muerte y nos aportan información policial sobre los fusilamientos de Tarajal, porque fue un fusilamiento, no un accidente como le han dado en llamar. Yo creo que pudo ser premeditado, como un escarmiento tras una entrada de gente que hubo por allí el año anterior y que se celebró mucho. Con lo ocurrido en Tarajal la señal era que nadie más iba a entrar por ahí.

A Samba le borraron el nombre, como indica el título. ¿Es este hábito de no identificar una forma de potenciar la ceguera al respecto en la que parece inmersa la ciudadanía?
Cuando ves a las personas no identificadas en el cementerio de Ceuta, lo único que recoge la ficha es si es varón o mujer y la raza. Esto lo incluimos en el documental porque nos parece el summum de la despersonalización. Pero no siempre hubo esa ceguera ciudadana al respecto. Recuerdo la primera vez que llegaron cuerpos de personas inmigrantes muertas a las costas de Tarifa en 1998. La gente de Tarifa salió a la calle, hubo protestas, había una especie de conmoción general, un cuestionamiento de cómo era posible que una tierra de emigrantes pudiera permitir eso. Pero a partir de entonces entran los medios de comunicación y 30 años más tarde la gente se muere y ya no pasa nada, sobre todo porque se han creado muchos clichés alrededor del fenómeno migratorio que han conseguido despersonalizar a lxs inmigrantes y borrar sus nombres. Por eso nos interesaba mucho ir al cementerio de Ceuta donde están enterrados todos estos cuerpos que, o la familia no reclama o no se les permite reclamar. Es decir, no les dan visados para que puedan venir a recoger los cuerpos. Esto se lleva denunciando un tiempo.

¿Cómo ha sido el paso por Senegal durante el proceso?
Tuvimos una investigación larga hasta que logramos contactar con algún familiar. Hicimos un primer viaje de investigación en 2015 que nos sirvió para colocarnos sobre el terreno pero en el que no pudimos encontrar a la familia de Samba. Después vino un segundo viaje en el que ya habíamos localizado a la familia y hablamos con ellos para contarles el proyecto. Ahí descubrimos algo que no esperábamos: en casi todos los pueblos de la región de Mahmoud, Casamance donde paramos, había algún desparecidx. Este es un tema tabú. La gente no habla de lxs desaparecidxs porque siempre hay esperanza de que vuelvan, pero es un tema que ni el propio gobierno de Senegal quiere sacar porque les gusta propagar una imagen positiva del país. Reproducen la idea de que lxs senegaleses dónde van triunfan, que son conocidxs en todo el mundo por su música, por su alegría, etc. Y no tiene nada que ver con el trato que reciben cuando vienen aquí a trabajar. Hay un tabú respecto a contar cosas desagradables y se extiende a lo relacionado con la inmigración. Después de este, ya hicimos un tercer viaje para rodar con la familia de Samba.

¿Cómo fue la relación con la familia y la comunidad?
El segundo viaje fue para hablar con ellxs y pedirles permiso. Es una sociedad muy protocolaria, tienen unas jerarquías sociales muy marcadas, hay que saber tratar a las personas mayores y hay unos códigos que hay que conocer, pero nosotros teníamos la suerte de ir con Mahmoud, que era de la misma comarca, dónde hablaban el mismo idioma local y él, además, es una persona muy respetuosa y muy arraigada en su cultura.

Por muy preparado que se vaya el choque cultural es inevitable, ¿no?
Fue muy duro, porque el padre de Samba nos dijo que gracias a nosotros confirmaba que su hijo estaba muerto, porque todas las noticias previas que tenían eran muy vagas. El tabú de la muerte está muy arraigado y no le decían claramente qué había pasado. Incluso personas que habían viajado con él y habían intentado cruzar con él Tarajal y lo vieron caer no decían nada. El padre estuvo sentado durante mucho tiempo en la puerta esperando que volviera el hijo. Detrás está la esperanza de que el hijo esté viviendo una etapa dura, pero ganando dinero para volver. Saben que la primera etapa de lxs migrantes es muy dura y no quieren llamar para decir que están mal, así que aguantan. Él esperaba que su hijo estuviera en esa situación.

Ese miedo a reconocer el fracaso es una constante en los procesos migratorios
Eso se reproduce siempre. Tú no quieres decepcionar a los demás, quieres que piensen que has triunfado cuando vuelves. En este caso de migrantes de esta zona rural de Kolda, el proceso sería que llegas a Dakar en avión, alquilas un pedazo de coche y con él vas al pueblo porque eso es lo que se espera. Si no vuelves así se entiende que estás decepcionando y casi faltando el respeto a tu familia, porque la familia cambia de estatus cuando tú migras independientemente del dinero que puedas mandar. Es un orgullo que su hijo haya logrado llegar a Europa. Eso supone que tú has formado a tu hijo bien. Y descubrimos que muchas migraciones son en cierta medida colectivas, no es el caso de Mahmoud, por ejemplo, que es el que conocíamos, pero sí que vimos que es algo recurrente. Hay algo de decisión de la comunidad: si eres fuerte, eres listx y eres honradx, eres el mejor para mandar dinero. No sólo prospera la familia de quien se va, sino toda la comunidad.

¿Entonces hay una especie de selección también?
En parte sí. Yo he visto chavales que se sienten presionados con la migración y tienen un poco de miedo, pero saben que la familia quiere que salgan y no quieren decepcionarlos. La familia no tiene la información que tenemos aquí sobre los riesgos del camino. La información no llega y hay muchos responsables de que no llegue. Se puede culpar a los migrantes de que no cuenten la verdad de su sufrimiento, pero también ha habido una serie de campañas institucionales por parte del Gobierno español con unos vídeos muy oscuros y muy sensacionalistas sobre lo mal que viven los inmigrantes para emitirlos en los países de origen y al final la gente acaba por no creérselo. Piensan que son solo burdas campañas para que no vengan.

Los dos últimos proyectos de Intermedia tienen que ver con África o la africanidad. Primero Gurumbé y ahora Samba
Es curioso, porque estábamos trabajando en este proyecto cuando conocimos a Miguel (Miguel Ángel Rosales) y nos presentó el suyo y flipamos. Cuando vi uno de los primeros cortes de Gurumbé me respondió muchas preguntas que yo me había estado haciendo en el proyecto de investigación. Y cuando vi la evolución de su película y cómo termina, pensé ¡la nuestra arranca con el final de esta! Se podrían poner juntas un día, en una sesión conjunta.

¿Cómo ha sido ese salto al presente que ha supuesto este documental, después de haber trabajado mucho más con el pasado con temas como la memoria histórica?
Un paso fuerte. A mí me ha marcado muchísimo por la dureza de lo que estábamos abordando: la muerte de un joven, un desaparecido. La cuestión de lxs desaparecidxs la habíamos tocado con la memoria histórica en algún documental, en Guillena 1937, por ejemplo, pero aquí vemos como se sigue reproduciendo esa insensibilización de la sociedad ante lo que les pasa a los otros, que no pasaba en el año 88. Entonces —podéis verlo en los informativos— la gente se tiraba a las playas a ayudar a quienes venían en las pateras. Sin embargo, en tan pocos años nos hemos insensibilizado y de esto tienen mucha culpa los medios de comunicación, las campañas institucionales y las ONG y cómo han abordado la inmigración. También me ha marcado la responsabilidad de contar desde el presente algo que está sucediendo ahora: ¿cómo interpretarlo? Porque sobre memoria histórica hay mucho escrito, hay teorías, etc. Y sobre los fenómenos migratorios es verdad que hay mucha gente que está escribiendo, pero hay cosas sobre las que no he encontrado documentación, aunque la haya. Por otro lado, este documental lo hemos coguionizado Mahmoud y yo, y trabajar con él algunos temas también ha sido complejo. Él a veces me ha puesto algunas barreras, probablemente por mi mirada occidental. Y esto también tiene que ver con el hartazgo de que hablen de sus problemas personas que no son africanas. Ahí hemos tenido un trabajo de búsqueda de consenso que yo no había tenido antes porque había contado las cosas partiendo de que conocía los códigos de la gente con la que trabajaba.

¿Ha sido para ti más extraño que otros temas que has tratado?
Sí. Quizá no puedes evitar caer en cierto orientalismo, en algunos estereotipos. Es muy difícil descontaminarse de todo lo que hemos consumido y consumimos en los medios de comunicación.

Ahora cada vez se están haciendo más documentales sobre inmigración. Es un tema que seduce tanto al periodista, como al antropólogo, como al cineasta, etc. Pero quizá, aunque tengan una intención de denuncia, no hacen más que ahondar en el estereotipo, en el otro. Intermedia, con ese trabajo previo y el hecho de contar con Mahmoud habéis evitado esto. ¿Qué diferencia un tipo de cine concienciado con otro que intenta vender esto, pero provoca lo contrario?
Nosotros somos muy conscientes de que el documental no es un fin en sí mismo, sino que queremos hacer una intervención social con eso. Quizá el documental sea una excusa para que se hable de determinados temas o se hagan campañas en torno a él. Aquí lo que queríamos era sumar esfuerzos para que lo ocurrido en Tarajal no quedara archivado. Que no se fueran de rositas el ministro del Interior o el director general de la Guardia Civil, ni los propios guardias civiles que no tienen por qué obedecer esa orden de disparar a gente que se está ahogando. Que se ponga en cuestión en este país que no hay un protocolo de fronteras, como ha reconocido el propio ministro Juan Ignacio Zoido. Y no lo va a haber, porque el objetivo de Frontex es que no pasen. Desde 2014 han muerto 10 000 personas y este último año han aumentado en un 25% y a los guardias civiles que estuvieron en Tarajal se les ha condecorado en un acto bochornoso en Ceuta. No queremos que el documental sea algo aséptico, queremos mancharnos. También estamos participando en una campaña que se está organizando para que puedan escolarizarse los siete hijos de Samba.

¿Cuándo se estrena?
No lo sabemos, todavía estamos presentándolo a festivales que es un buen marco para empezar a moverse. Queremos estrenarlo como muy tarde en noviembre, pero lo que sí tenemos claro es que la vuelta es muy importante y por eso queremos que se vea mucho en Senegal. Es muy importante el aprendizaje e intercambio mutuo entre ambas culturas.

¿Qué nos dices para terminar?
Que a pesar de que el poder haya conseguido crear estos estereotipos y esta despersonalización e insensibilización, creo que hay amplios sectores de la población que sí están muy implicados e interesados en la multiculturalidad y el mestizaje en todas sus formas. Si hubiéramos hecho este documental cuando empezó Intermedia hubiéramos tenido más choques, creo que ahora tenemos la mente más abierta. Quiero creer que si vuelve a suceder lo de la valla va a haber respuestas de la población. 

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Las comadres somos la comadre Vanesa y la comadre Begoña, dos amigas que nos conocemos desde hace ya varios años y que hemos tenido la suerte y oportunidad de emprender este camino juntas. Contando con que las dos tenemos una capacidad innata para relacionarnos con todo aquello que se mueve, sabíamos que teníamos que trabajar de cara al público y si estábamos sintiendo el proyecto como algo nuestro, mejor que mejor. Un proyecto que fuera una forma de vida y una apuesta por un futuro saludable y responsable. Para llevarlo a cabo y sentirlo aún más nuestro decidimos quedarnos en el barrio y así ha sido. Gracias al apoyo de familiares y amigos hemos podido “poner en pie” nuestra frutería – verdulería, un espacio que nos gustaría que lo sintierais como vuestro y que lo disfrutarais cada vez que os acerquéis. En Las Comadres no sólo queremos ofreceros productos de gran calidad, a buen precio; sino que nos gustaría aprender, intercambiar saberes y convertir nuestro local en un espacio de encuentro en el barrio.