Toda buena siesa que se precie es ajena por completo a cualquier movimiento social o político. Su ideología oscila entre lo que dice su ovario izquierdo y lo que decide el ovario derecho, al menos mientras siga en periodo fértil. En más de una ocasión se ha visto inmersa en conversaciones políticas con niveles elevados de tensión. Conversaciones donde ella seguía asintiendo levemente con la cabeza, haciendo como que entendía. Pero para qué nos vamos a engañar: si ella estaba ahí era porque invitaban a cerveza. Podríamos decir que la siesa es activista dependiente (depende de a qué inviten).
Sin embargo, no por eso debemos denostar la aguda inteligencia que caracteriza a este personaje, puesto que no aparenta ser interesada, pero sin duda lo es, y nadie jamás se ha dado cuenta. Díganme ustedes si eso no es ser inteligente.
Hace algunos días la siesa salió a caminar por el centro y, cuando dobló la esquina, empezó a ver carteles morados. Se anunciaban conferencias, cine forums, mesas redondas, de debate, simposios, talleres, encuentros, conversatorios y exposiciones por el Día Internacional de la Mujer. Al final de la calle repartían libretas con eslóganes reciclados. Bolígrafos, tote bags, pulseras y algún abanico. En la puerta del supermercado una chica te invitaba a zumo de piña morado mientras la gente metía las cosas en carros de la compra morados. El hombre de camisa a cuadros contaba la oferta del Purple Friday y, en la línea de caja, un enorme estand rebosaba Lcasey inmunitas morados, Special K morados y berenjenas a granel.
En la calle había una revuelta de periodistas intentando atender a todas las ruedas de prensa que presentaban programaciones adecuadas a ese mes. Las programaciones estaban vacías, pero así podían salir muchos más políticos en la foto.
La siesa comenzó a agobiarse y decidió volver a casa. En el camino de vuelta se fijó en los escaparates de Zaras y Stradivarius. Llenos de espumillón morado. Dentro, las trabajadoras sonreían obligadas por la patronal, para vender ropa a las feministas que buscaban demostrarse feministas y llegar a tiempo a la mani. De fondo sonaba Girls Just Wanna Have Fun.
Cuando llegó a casa cerró todo a cal y canto. Ella sabía que había un tinte morado que no se obtenía de manera artificial en las fábricas, sino que salía del subsuelo. De los rincones donde se cose esa camiseta molona que dice Rebel Girl. Porque no está en la oferta de Amazon, ni en la tarjeta de visita del dentista. Está en la trabajadora precaria que pone en jaque a su empresa. También en la que no lo hace, porque no puede o no sabe cómo denunciar. No lo podías buscar en RRSS pero sí en los juanetes, en la incontinencia urinaria y en los sofocos.
Entonces la vecina aporreó la puerta y la siesa, que no sabía de política pero distinguía perfectamente entre la verdad y la apariencia de las cosas, abrió la puerta del tirón. Porque ahí también estaba el tinte morado: en el puchero acompañado de un «¿qué te pasa, chochete?».