En mi caso todo empezó hace más de quince años. Me puse muy enfermo y, entre otros síntomas, había perdido el oído y el equilibrio por completo, aparentemente por acumulación de mucosidad. Al cabo de un par de días de reposo empecé a recuperar gradualmente el oído, aunque no lo hice del todo. Había aparecido un zumbido en mi oreja derecha, un ruido entre el del pitorro de la olla exprés y el de la estática de un televisor viejo con el volumen bajado. No he vuelto a percibir el silencio como tal desde entonces. Siento que es una de las pérdidas más grandes de mi vida. El silencio es hermoso.
Ese tipo de sonido se conoce como acúfeno (o tinnitus), una alteración de la percepción donde se escucha de manera continua un sonido sin que medie un estímulo externo. Este es distinto en cada persona. Su intensidad puede variar a lo largo del tiempo y hay días que súbita y temporalmente se vuelve más intenso o cambia de color, lo que en mi caso va acompañado de un miedo profundo a que suba de manera estable a un nuevo umbral. Puede ser muy incapacitante, ya que produce pérdida auditiva y de atención, lo que puede afectar seriamente a la salud mental. Muchas personas simplemente se acaban habituando a la presencia del mismo y consiguen acabar ignorándolo. Es mi caso.
No se sabe de manera clara qué produce esta afección. Parece haber distintas causas y no son las mismas en todas las personas. Podemos medir la pérdida auditiva y el rango del espectro en que se produce esta, pero la sensación es completamente subjetiva y difícil de analizar. Aun así, está ampliamente aceptado que el ruido no proviene del oído medio sino de la corteza cerebral: hay casos de personas a las que han extirpado el nervio auditivo y siguen escuchando el acúfeno, aun sordas.
Como los síntomas de los acúfenos son invisibles es normal que la persona afectada se sienta incomprendida ocasionalmente. Mucha gente reacciona con incredulidad ante el problema y subestima sus efectos. Del mismo modo, a veces uno se encuentra con profesionales de la medicina que parecen, simplemente, incompetentes al respecto. En ocasiones parecen tratarlo con rapidez y frivolidad, despachando sus causas particulares rápidamente sin algún tipo de prueba que avale sus hipótesis y como mucho acabando por recetar durante algunos meses algún medicamento dudoso que no parece hacer absolutamente nada. Es muy frustrante y uno puede acabar con la sensación de estar complemente perdido ante el problema. Se obvian también otros enfoques, como la fisioterapia o distintos tratamientos experimentales. En mi opinión, no se orienta correctamente al paciente para probar distintas soluciones bajo el mantra repetido de que «los acúfenos no tienen cura».
Hay distintas estadísticas que nos hablan de la extensión de este problema. Se calcula que alrededor de 740 millones de personas sufren tinnitus en el mundo y un 2% de la población mundial lo sufre en su estado más incapacitante. No parece haber grandes diferencias por sexo pero sí una evidente mayor prevalencia a medida que envejecemos y grandes diferencias regionales. Uno de los mayores estudios hasta la fecha señala que en Asia, Oceanía, América del Norte y Europa se tienen porcentajes similares, entre el 13% y el 16%. Pero los datos de América Latina suben a más de un 20% y los de África bajan hasta el 5%. Se dice que a medida que se produce un envejecimiento generalizado de la sociedad, este problema será cada vez más común. Diría que esta afirmación es fácil de entender pero también fácil de malinterpretar. Podría parecer que, simplemente, un cuerpo envejecido es más vulnerable a este problema. Pero también podría ser que un cuerpo envejecido ha sufrido durante más tiempo la toxicidad del sistema: estrés y depresión, contaminación, mala alimentación y multitud de drogas legales e ilegales como válvula de escape. Nuestros cuerpos van oxidándose y enfermando y súbitamente aparecen nuevas fallas en los mismos como intolerancias, alergias o tinnitus.
No es difícil entender las correlación entre el sistema en el que vivimos y los acúfenos si pensamos que hablar de estos es hablar de estrés. En varias dimensiones diferentes: auditivo, físico y emocional. Esto es algo ampliamente aceptado.
Vivimos continuamente expuestos de manera prolongada a grandes niveles de ruido. Ciudades continuamente en obras, saturadas de tráfico, con eventos musicales a todo volumen, o los servicios de limpieza con sus camiones, bocinas y sopladores. La contaminación acústica, según la OMS, es uno de los factores ambientales que provoca más problemas de salud. En ese sentido, un dato que da buena muestra de ello: solo en Europa, según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente, el ruido causa anualmente 72.000 hospitalizaciones y 16.600 muertes prematuras. La importancia de esta contaminación acústica nos podría ayudar a entender algunos aspectos que he mencionado. Un estudio realizado en Sudáfrica descubrió que los zulús allí apenas tienen hipoacusia. Una persona de 70 años oye como una de 40. Entre otros factores, no habrían desgastado su oído a base de traumatismos acústicos.
Y hay otro ruido relacionado y no menos importante: el que llevamos dentro. El estrés, la ansiedad y la depresión. Vidas hiperaceleradas, con pérdida de sentido, ausencia de educación emocional y condiciones laborales difícilmente conciliables con una vida equilibrada y que inciden en otros factores que castigan nuestros cuerpos y bajan sus defensas, como la falta de descanso, el sedentarismo frente al ordenador, el agotamiento o los dolores de espalda, entre otros.
Todas estas condiciones se refuerzan entre ellas para crear el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento espontáneo de nuevos problemas en nuestros cuerpos. Tener tanto ruido fuera y tanto ruido dentro es un cóctel explosivo y profundamente tóxico.