nº13 | política andaluza

¿Por qué lo llaman participación cuando quieren decir comparsa?

¡Bien! ¡Lo hemos conseguido! La participación aparece en todos los discursos, ruedas de prensa, tertulias... Es el nuevo «ungüento amarillo»: ¡todo lo va a curar la participación! Los partidos compiten para ver cuál es más participativo y más transparente... como si fuera el anuncio del último detergente: «¡Participación lava más blanco! ¿Ya se lo contó a su vecina?».

Es evidente que, al menos por lo que toca al discurso, esta es una conquista de los movimientos sociales y en particular del 15M. En aquel momento, los viejos partidos (¡e incluso muchas organizaciones sociales!) descubrieron que hay mucha gente que QUIERE participar, ser escuchada, que reclama su derecho a ser tenida en cuenta en todas aquellas cuestiones que afectan a sus vidas. Y las viejas estructuras se pusieron como cotorras a hablar de participación, a inventarse asambleas, primarias, horizontalidades, referendos… para hacer más participativas sus organizaciones. Pero esta es la teoría.

¿Y la realidad? ¿Qué pasa con la práctica? En la realidad, la mayoría de los partidos —nuevos y viejos— y de los espacios de confluencia siguen frenando las iniciativas de construcción colectiva, viven en la tensión entre quienes pretenden impulsar procesos auténticamente participativos y quienes, en aras de la eficacia, niegan la pertinencia de espacios y tiempos dedicados a la participación (que nunca es «lo importante», que siempre es sacrificada a «lo urgente»).

Las administraciones se han apuntado al carro, son expertas en estar a la moda, aunque en el caso de Andalucía, el anteproyecto de Ley de Participación siga paralizado y dé la casualidad de que la única dirección general de la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales que está sin nombramiento —a la hora de escribir este artículo— sea la de Participación Ciudadana y Voluntariado.

Como en el chiste de aquellas monjitas, las nuevas conversas y conversos proponen la participación con la boca chica, pero apuestan por el control y la concentración de poder con la boca grande. Por ello, seguiremos intentando desmontar algunas trampas de eso que llaman «participación ciudadana».

Participación ciudadana es tomar o tener parte en los procesos, lo que implica intervenir —de una u otra forma— en la toma de decisiones. Eso no quiere decir que vayamos hacia una «sociedad asamblearia», hacia un «mundo-asamblea», donde todo esté sometido a la decisión colectiva. Participar en la toma de decisiones incluye muchas posibilidades y niveles, como por ejemplo: ser consultadas, opinar, proponer, evaluar… hasta llegar a la codecisión y la cogestión o a la autogestión. Pero no es hacer de comparsa en un paripé participativo para legitimar las decisiones tomadas por «los de siempre». O sea, no vale eso de: «ustedes hablen, opinen, propongan, cuestionen… que nosotros haremos lo que nos dé la gana».

Participación ciudadana es crear las condiciones para que se produzcan las cosas, no un trámite por el que hay que pasar. Las organizaciones e instituciones —a menudo trabadas en complejos procedimientos burocráticos y administrativos— temen los procesos participativos que obligan a cambiar los procedimientos y las normas de toda la vida, que escapan al férreo control de los que mandan. Por eso prefieren trucar las cartas: «¿dónde está la bolita de la participación?».

Es disfrutar de autonomía, tener la certeza de que las propuestas o proyectos que construimos en común responden a necesidades concretas, sentidas y compartidas. Es plantear alternativas a aspectos de nuestra vida desde la independencia, sin seguir los dictados de instituciones u organismos que orienten la práctica colectiva, sin tutelas, sin que suplan nuestra iniciativa, sin que nos lo den todo mascadito.

Es un proceso de deliberación y no solo de votación. Con cierta frecuencia, la participación trata de resolverse mediante el voto, como si fuera la máxima expresión participativa, el máximo ejercicio democrático. Pero las votaciones se pueden manipular con cierta facilidad, por ejemplo, apelando a las puras emociones, huyendo del razonamiento, de la confrontación de ideas, del debate. O practicando el sectarismo y las adhesiones (conmigo o contra mí), de manera que el voto se produce más para reforzar «a los nuestros» que para encontrar la mejor solución. No hay participación ciudadana sin deliberación colectiva, sin diálogo.

Es un proceso de aprendizaje, no un mecanismo incorporado a nuestras rutinas. Y volvemos otra vez a los trámites, a las normas y expedientes que hay que cumplir. Al miedo a lo nuevo. Pero la participación requiere tiempo y diálogo, reflexión, análisis… En fin, eso que se llama aprendizaje. Aprender del camino, de la experiencia, de la experimentación, de los aciertos y de los errores.

En relación al momento actual en que la participación, el protagonismo de la gente y una nueva forma de relación entre las instituciones y la ciudadanía forman parte del nuevo discurso que atraviesa toda la acción política, avisamos de que no es tan fácil, ni va a ser resultado espontáneo del puro voluntarismo, de la buena intención de las bases sociales y de las dirigencias de las organizaciones y los gobiernos.

Desde nuestra modesta experiencia en distintas iniciativas de fortalecimiento del tejido asociativo y la participación ciudadana, nos atrevemos a señalar algunas claves a tener en cuenta para la orientación de las políticas de participación, sobre todo en el ámbito municipal, aunque muchas de ellas son perfectamente aplicables al terreno de las organizaciones sociales. Esas claves han de ser traducidas a cada contexto, y puede que unas tengan más peso que otras según sea cada realidad concreta. Lo que sí nos parece fundamental es que cada esfuerzo dirigido a que las personas tengamos más protagonismo en la gestión de lo público y de lo común no se improvise, sino que implique una apuesta decidida por la Educación para (y desde) la Participación.

Escuchar es el punto de partida

No hay participación ciudadana posible sin escucha. En todos los sentidos y todas las direcciones. Escucha a la ciudadanía por parte de sus responsables político-institucionales. Escucha a los barrios, sus necesidades, sus problemas, sus sentimientos colectivos, sus sueños. Escucha a las bases sociales de las organizaciones.

Entender de otra forma el gobierno abierto

La participación ciudadana es un elemento esencial, junto a la transparencia y la cooperación, de una forma nueva, distinta, de entender el gobierno de lo público y la defensa del bien común. Es esta forma de gobierno abierto, de gobierno basado en el diálogo social, la que orienta el conjunto de políticas y las formas de relación entre la ciudadanía y los gobernantes.

Predicar con el ejemplo

La participación también es una forma de entender la organización de las instituciones (y de las organizaciones sociales), un elemento clave de su arquitectura interna, no solo en cuanto a la incidencia de la ciudadanía en las decisiones comunes, sino en el necesario papel proactivo del conjunto de profesionales que trabajan en los servicios públicos, cuya experiencia y capacidad se deben poner al servicio del bien común, desde la coordinación permanente de las diferentes áreas y la comunicación continua con la ciudadanía.

Estimular la participación

Partimos de una situación polarizada en la que un sector minoritario de la población está muy movilizado, pero la mayoría sigue pareciendo apática ante los asuntos que se refieren a la gobernanza, a la gestión de lo público y lo común. Es labor de las administraciones públicas estimular y alentar la participación ciudadana en aquellos temas que afectan directamente a las personas.

Promover diálogos

Nada de lo anterior es posible sin una relación cotidiana con la sociedad civil organizada y con los diferentes agentes sociales, desde una actitud de permanente experimentación en las formas de interlocución y relación que ponga el acento en la educación para la participación (foros, asambleas, jornadas, encuentros, fiestas, espacios en internet…) con plena conciencia de que es necesaria la construcción de una cultura de la participación cívica que no existe. Ya hemos señalado la importancia de la escucha. Lo que sigue es el diálogo. Y la condición para todo ello es la comunicación.

Fortalecer lo existente, incentivar su transformación

En la apuesta por la participación ciudadana no partimos de cero, existen organizaciones sociales con mucho recorrido, con luces y sombras también, que tienen mucho que decir y aportar, pero a las cuales debemos apoyar para su transformación y adecuación a los tiempos actuales. Una apuesta por el protagonismo ciudadano implica facilitar su autoorganización.

«Enredar» todas las formas de participación

Con independencia de si se es una asociación legalmente constituida o no, necesitamos poner en valor todas las formas de participación que surjan, desde el respeto mutuo y el reconocimiento de la contribución que realizan en el desarrollo de valores democráticos. Para ello, más que fórmulas de interlocución estrechas o burocratizadas —consejos representativos, por ejemplo—, el funcionamiento en red es lo que nos permitirá integrar las diferentes aportaciones de la ciudadanía a los diferentes proyectos de cada territorio.

Establecer con claridad los distintos niveles de participación

Participación ciudadana no significa que todas las personas intervienen en todo. Eso hace inviable, imposible, cualquier proceso de participación. Se hace imprescindible establecer niveles, combinar la participación directa con la representación, las asambleas ciudadanas con los grupos de trabajo especializados.

Combinar estrategias y formas

Son frecuentes las afirmaciones de que no existen mecanismos eficaces de relación entre el ayuntamiento y la ciudadanía. Nada más alejado de la realidad. Según nuestra experiencia, existen abundantes ejemplos de reglamentos de participación ciudadana, consejos ciudadanos, presupuestos participativos, que han logrado niveles apreciables de representatividad ciudadana en algunos casos… y en otros no. La cuestión es que los mecanismos y estructuras, en sí mismos, no garantizan el éxito de un proceso, sino la combinación de estos y la capacidad de hacerlos propios, de facilitar su apropiación por parte de la ciudadanía.

Combinar lo presencial con lo virtual

Otra clave es aprovechar las herramientas de información, comunicación y participación que ofrecen las tecnologías, así como hacer frente a la brecha digital aún existente y la combinación con espacios presenciales de relación, comunicación y diálogo directo entre todos los actores. El tiempo corre a favor de la incorporación de las TIC a la gestión de lo público.

Experimentar, innovar, aprender

En la participación ciudadana no existen recetas mágicas ni manuales de instrucciones, sino la experimentación permanente en diferentes contextos. Hay buenas prácticas que pueden servirnos de referencia y orientar nuestra acción, pero intentando adaptarlas a nuestra realidad. Creatividad y coherencia al servicio del bien común. En la participación ciudadana, en los nuevos escenarios y en un nuevo tiempo, todo está por inventar, todo está por construir.

Dedicar tiempo (y constancia)

Con frecuencia escuchamos esta crítica: la participación ciudadana es más lenta, exige más tiempo, ralentiza las decisiones…. Sí, es verdad… ¿y qué? Está claro que es más cómodo (y menos democrático) interpretar la voluntad ciudadana —o pasar de ella— y tomar las decisiones sin contar con la gente. Pero no es eso. Está muy claro que los procesos que se llevan a cabo CON la gente, con su participación, son mucho más sólidos, más inclusivos, más inteligentes, y precisamente porque requieren tiempo, hay que ponerse en marcha ya, y avanzar paso a paso, con una apuesta progresiva y sostenida, que vaya incorporando mayor protagonismo de la gente a medida que crezcan sus capacidades.

Dedicar dinero, medios, recursos

También hay que recordar, una vez más, que para llevar a cabo estas políticas participativas hay que contar con recursos materiales y recursos humanos que las hagan posibles. No es solo —aunque sea muy importante— cuestión de buena intención, de voluntarismo. Hay que invertir (no es un gasto, es una inversión) en participación. Dependerá, claro está, de la economía de cada municipio y cada organización, unas podrán invertir más y otras menos. Pero, si verdaderamente creemos que se trata de una política transversal, la inversión también debe serlo y cada área o departamento de la organización municipal debe contribuir al esfuerzo.

10-11 POLITICA ANDALUZA

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