nº59 | ¿hay gente que piensa?

La buena siesa sucumbe

Toda buena siesa que se precie goza de una asexualidad anual desde el principio de su historia. Ya se ha hablado largo y tendido sobre ello en el famoso tratado titulado El dildo que fue pisapapeles. Pero, aunque el secreto del placer siesil no está precisamente en el clítoris, la siesa no es ajena a su propio proceso hormonal. Ya lo decía el célebre Marco Arévalo «a pesar de todo, la humanidad es tan estúpida que quiere perpetuarse». Sin embargo, como humana atípica, la siesa, al igual que las hormigas inician el cortejo en pos de la procreación en otoño, solo sucumbe al cuerpo cuando se dan las condiciones atmosféricas perfectas de luz, humedad y temperatura. El deseo de la siesa se desborda normalmente en algún momento entre mediados de primavera y el inicio del verano. A pesar de los años de estudio, no podemos predecir el momento a ciencia cierta; y menos con esto del cambio climático. Ni siquiera la propia siesa es capaz de hacerlo; de no ser así, quizás podría anticiparse. Es más, cuando el pico de deseo pasa, pone una vela a santa Rita y le reza una novena pidiendo no sucumbir más.

Del porqué de este rechazo suyo al deseo se ha escrito mucha literatura, pero no es el caso que nos ocupa ahora. Centrémonos en cuando sucumbe. ¿Qué hace ella cuando el deseo llega al pico adecuado en el que la voluntad se desvanece?, se preguntarán las pícaras lectoras.

Eso mismo ocurrió hace pocos días al sentarse en aquel banco entre sol y sombra. A medio camino entre el cuerpo cortado y el sofoco, tan habitual en las tierras gaditanas. Se conectó con su siesa interior disfrutando el instante; la soledad del paisaje; las sombras saltarinas de las hojas de los árboles sobre el pavimento; el sonido de los coches anunciando ciudad. Sintió la brisa desmontando el estirado moño, acariciando sus sienes y dejando un reguero de piel erizada cuello abajo. Haciendo brotar en primavera todos los puntos sensibles de su cuerpo, mientras escuchaba con un nítido plop, cómo un óvulo se desprendía de su folículo.

Pensó en él y, sin perder un instante, sacó el móvil y marcó su número.

—Dime —respondió una voz masculina al otro lado.

—Necesito verte. —Y no hacía falta más, porque entre ellos había un pacto no hablado de sexo a demanda unilateral que él había aceptado un 15 de mayo. Pero en aquella ocasión la historia fue diferente.

Acostumbrada a escuchar un inmediato «de acuerdo» con su posterior revolcón en piso alquilado discreto, le sorprendió un silencio que pareció eterno.

—No puede ser esta vez: Pedro ha convocado elecciones generales el 23 de julio y yo quiero estar presente. —La siesa recordó entonces el asunto de Irene, el acoso y derribo a derechos que se habían conquistado, la rabia alimentada en titulares tendenciosos, las muertas y violadas, el pasado que volvía disfrazado de feminismo «oficial» y la vecina sin un duro que le echaba la culpa a la migrante. Le vino sabor a derrota.

—OK —pronunció y colgó, dejando a Juan Carlos Monedero con la palabra en la boca.

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