nº58 | política local

¡Vivan los toros y el Ejército español!

Hoy me desperté con la polémica de un programa de la televisión catalana parodiando a la tan querida Virgen del Rocío. Casi al unísono, un tronar de gritos clamaban al cielo enarbolando la carta del conflicto Norte-Sur. Esa carta que, aquí, se utiliza para de facto cancelar cualquier opinión que haga la más mínima referencia a esta tierra, arbitrariamente llamada Andalucía y arbitrariamente encajada entre unas determinadas fronteras, más si la persona tiene menos de ocho apellidos andaluces y no ha nacido en el Macarena.

Es de entender que una derecha que vive del permanente conflicto, quiera dar el do de pecho y haga uso de cualquier plataforma para señalar a los catalanes y culparles de todos nuestros males. Nunca se sabe cuándo les será necesario un nuevo «¡A por ellos!» y siempre deben mantenerse las ascuas de las brasas de la discordia. Además, puesto que son parte del mismo equipo, han de posicionarse siempre al lado de la institución eclesiástica.

En el otro lado de la falsa dicotomía política, encontramos una izquierda perdida que no encuentra su espacio en un territorio históricamente rebelde y que se sube al carro de cualquier nueva-ola con tintes populares. El uso de la andaluzofobia como arma electoral. Mientras, de puertas para adentro, se hacen malabares históricos y sociológicos para justificar y enaltecer el poder popular y sus expresiones culturales.

Que este tipo de ideología y de discursos barrio-populistas se hayan instaurado en una izquierda parlamentarista no debería sorprender a nadie. Sin embargo, que este discurso sea repetido y defendido en esferas antiestatales y de un supuesto corte libertario, ya es más preocupante. Primeramente, porque indica que el discurso de base viene dirigido y analizado desde arriba. Y, segundo, porque es sintomático de un movimiento que se ahoga y es incapaz de poner en pie un discurso propio.

Salir de un marco cultural tan arraigado en todas las clases como es en el caso de Andalucía es una tarea ardua. Pero sí deberíamos tener claro que la solución no pasa por hacer defensa de toda expresión cultural ni reapropiarnos de sus significados. No hemos de olvidar que la devoción sevillana en la Semana Santa tiene una línea directa con cuarenta años de dictadura aderezados con otros cuarenta de liberalismo y postureo sevillano. Sin estos tres factores, hoy día sería difícil imaginar que, durante, al menos, una semana al año, la Sevilla del siglo XXI se convierta en una ciudad sin clases, donde los misterios unen al más rancio empresario con la más precaria/parada de las trabajadoras.

Hay quien, incluso, se denomina anarco-capillita, cuyo mito fundador sería la salida de La Estrella en 1932, cuando los costaleros (muchos afiliados a la CNT) se enfrentaron a la derecha cofrade para sacar aquella procesión. Lo que no cuentan es que aquellos costaleros eran asalariados y cobraban unas veinte pesetas. También se olvidan de que, en aquellos inicios de república, se estaba debatiendo la obligatoriedad de afiliación a un sindicato para ser costaleros, y que ser de la CNT no implicaba tener la más mínima afinidad con el anarquismo. Además, en aquellos momentos la mayoría del oficio estaba adscrito al Sindicato de Transportes del PC, por lo que no sorprende que una CNT de masas en plena expansión apoyara la salida, significando un triunfo frente a los comunistas.

De modo similar, podríamos hablar del existencialismo andaluz que pone en el centro del discurso a nuestras abuelas: defensoras de la revolución sacando sus sillas de plástico blanco roídas por el sol a tomar el fresco. A quienes defienden esta imaginería de nuestra cultura, y viven de ella, les invitaba a venirse una tarde a mi bloque. Les presentaría a mi vecina del bajo, Cruz, una mujer pensionista que cobra menos de 350 € mensuales, con cáncer de colon. Se la encontrarán sentada a la fresquita. Si se dignan a hablar con ella, y no pasan de largo como hace la mayoría, descubrirán que no puede permitirse el coste del aire acondicionado y que no puede abrir la ventana de la cocina, porque, aunque le entre un poco de corriente, también le entran ratas. Id a fotografiarla y a decirle que ella representa vuestra lucha; que ojalá todos seamos como ella. Ella, tras pediros un cigarro porque no puede pagarse el tabaco, os dirá que os vayáis a la mierda. Eso sí, con una encantadora sonrisa.

Yo me cuestiono donde está el límite de la reapropiación ¿No deberíamos ir a sacar la bandera negra del anarquismo en la plaza de toros de La Maestranza? Fueron cientos los anarquistas (estos sí que eran anarquistas en sus ideas) que trabajaron en los toros, como nuestro Melchor Rodríguez, el Ángel Rojo. ¿Salir a sacar la bandera el día del desfile militar junto a nuestras vecinas? Esas mismas que después encumbramos y con quienes nos fundimos en la Semana Santa o en la Feria de Abril.

Me preocupa sobremanera la desvirtuación de la historia. ¿Desde cuándo las herramientas del opresor son las herramientas que liberarán al oprimido? Creo sinceramente que el pensamiento anarquista tiene más cabida que nunca en esta nueva humanidad, sin embargo, hemos de ser cautos y recelosos y no dejarnos llevar por un revisionismo actualicida donde fusionemos como iguales anarquismo y popular. Esto no implica que los anarquistas tengan que salir a destruir pasos (como sí que hicieron en 1932), ni que tengan que alejarse de las clases populares. Entender las costumbres de los pueblos y sus orígenes es fundamental para el pensamiento libertario. Pero como diría Salvador Seguí: «afirmamos que mientras no se eduque no se podrá hablar de verdadera emancipación, y que sostener lo contrario es engañarse o engañar a los demás».

Me despido como lo hacían aquellas nacidas en Andalucía que abrazaron el internacionalismo a finales del siglo XIX y que lucharon contra toda la cultura que impedía al pueblo, fuera cual fuera su origen, avanzar hacia cotas de emancipación, hoy claramente utópicas.

En religión, ateo; en política, anarquista; y en economía, colectivista.

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