nº28 | política estatal

Después de la sentencia

Un breve recorrido sobre algunos de los efectos del juicio de La Manada

«Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí» Augusto Monterroso

Es difícil, mucho, escribir sobre acontecimientos que de una u otra manera nos atraviesan. Si ese ¿hecho?, ¿episodio? —es tan frío el lenguaje— del que queremos hablar está lleno de aristas y genera otros acontecimientos a su vez y opiniones y reacciones viscerales y teorías y odio y dolor, el reto se pone realmente complicado y las dudas aparecen. ¿Qué decir que no se haya dicho ya? ¿Y si digo algo que molesta? ¿Y si no digo nada que moleste? Sin embargo, asumiendo la incertidumbre, los miedos y la ignorancia que me envuelven, pienso que hacer un breve repaso de lo ocurrido puede ayudar, al menos a mí, a digerirlo.

Como tengo muy aprendidas las técnicas periodísticas, empezaré contextualizando por si hay alguien de otro planeta que no sabe de lo que se está hablando: el pasado 26 de abril el Tribunal de la Sala Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra dictó la sentencia del juicio a La Manada: cinco hombres acusados de violar en grupo a una joven en los Sanfermines de 2016. La Audiencia los condena a nueve años cárcel por abuso y los absuelve de agresión sexual amparándose en el artículo 181.3 del Código Penal. Unas horas después, miles de mujeres salen a la calle en ciudades de todo el país para mostrar su indignación por la decisión judicial. Concentraciones y manifestaciones espontáneas que recorren plazas y juzgados al grito de «yo sí te creo» o «no es abuso es violación».

Pero no solo en la calle se escuchan voces de rabia y estupefacción; expertas y expertos en leyes critican la condena en medios y redes sociales: «La sentencia de la manada ha sido la gota que ha colmado el vaso. Puede ser técnicamente legítima, pero denota una cultura machista que ya no es de recibo en la sociedad». Joaquín Urías, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla. «La sentencia es laxa e injusta sin duda con la denunciante. Los hechos demuestran una clara intimidación y coacción, por tanto, es un delito de agresión sexual del artículo 179 del CP y no un delito de abuso sexual del artículo 181.4. No se ajusta a derecho». Pastora Filigrana, abogada.

Desde la psicología también se han elaborado análisis que plantean el quid de la cuestión desde mi punto de vista: «La sentencia ofrece en su argumentación todo un reguero de pistas sobre una construcción cultural machista que tergiversa y confunde sin pestañear términos como placer, deseo, satisfacción, excitación o consentimiento». Mónica Ortiz, psicóloga y sexóloga.

Las reacciones en redes, medios y en la calle, se han sucedido desde entonces e intuimos que no van a parar. Si el 8M supuso un punto de inflexión en el movimiento feminista internacional, este caso lo está siendo además dentro de nuestras fronteras. Otra de las consecuencias directas de lo ocurrido ha sido la creación de la etiqueta #Cuéntalo en Twitter por parte de la periodista Cristina Fallarás, para recopilar experiencias de abuso, acoso o violación de mujeres que quisieran hacerlo público. La respuesta ha sido y es estremecedora: miles de mujeres han reconocido experiencias —más o menos traumáticas, claro está— en las que han sido acosadas, abusadas o agredidas por hombres, a los que conocían en bastantes casos. Una auténtica caja de Pandora con la que no sabemos muy bien qué hacer.

Ante tanta movilización social, el Gobierno del PP, en horas bajas y con las elecciones cerca, mueve ficha y crea una comisión de revisión de los delitos sexuales formada por ¡veinte hombres y ninguna mujer!, evidenciando no solo esa estructura machista del sistema, sino la torpeza infinita de sus representantes (unos días después decidió enmendar la decisión incluyendo a seis mujeres de manera temporal).

No es algo que sorprenda y además sabemos que las protestas serán utilizadas como excusa para endurecer las penas, para dar una vuelta de tuerca más a la represión. Sin embargo, también creemos que el feminismo no puede quedarse callado ante el mensaje que lanza esa sentencia y otras tantas que se han dado a conocer en las últimas semanas. Como señalaba Rocío Medina, profesora del Dpto. de Derecho Público de la Universidad Pablo de Olavide: «El mensaje jurídico, y por tanto también político y mediático, es que lo que pasó aquella noche no fue una violación y eso es un retroceso inaceptable para los feminismos en este país. Yo no creo que el debate de fondo deba ser más o menos cárcel, ese es el marco donde nos quieren meter —la cárcel no previene nada, solo castiga—; el debate de fondo es cómo se están reformulando políticamente los tipos penales a partir y a través de las violencias contra las mujeres».

Como decía al principio, no es un tema fácil y menos cuando seguimos inmersas e inmersos en él. Me reconozco incapaz de extraer unas conclusiones o unas reivindicaciones claras más allá del lugar común de que la cárcel no es la solución —ni la guerra de bandos y aquí discreparé de algunas compañeras—. Lo único que me queda claro dentro de la consternación, la duda, el miedo y la ilusión, es que la lucha feminista debe continuar en la casa, en la escuela y en la calle. Nos equivocaremos muchas veces y acertaremos otras, pero ya no nos callarán.

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