nº63 | se dice, se comenta

Ni yogui ni católica

Cuando era chica pensaba que me faltaba el trocito del cerebro que se encarga de la espiritualidad. Eso me apenaba, porque veía en los ritualitos de las creyentes un misterio muy atrayente. Recuerdo haber pedido a mi madre un libro sobre yoga cuando todavía, o al menos para mí, era una cosa misteriosa que hacia la gente sabia de muy lejos y no una actividad del gym. Y me recuerdo con los ojitos cerrados siguiendo las indicaciones del libro en cuestión, del que, por supuesto, me cansaría a los dos días sin conseguir llegar a la iluminación infantil. Luego abandoné mis aspiraciones celestiales y me convertí en alguien que solo miraba el mundo desde sus gafas sociopolíticas, incapaz de conectar con nada que no fuera material.

Hasta que hace algunos años aprendí, como siempre, gracias a leer y escuchar a otras, que no tiene sentido mirar lejos para conectar con lo tuyo. Que Buda me es mucho más extraño que la Macarena. Y que mi linaje de ancestras empieza en mi abuela y no en una chamana de un pueblo lejano al que expropiarle sus saberes para aplicarlos en mi piso sevillano, una cosa descontextualizada y bien blancuzca. También que el patriarcado, por supuesto, se inmiscuye en las religiones como se inmiscuye en cada esfera de la vida, pero está en nuestra mano romper también con eso. Desde entonces me esfuerzo de forma intermitente y heterodoxa por alumbrar la espiritualidad de mi materia gris: mirando pájaros, escudriñando mis profundidades o poniendo una velita a la virgen. Porque en todo eso está el misterio. Y todo esto lo traigo aquí porque lo escribo teniendo muy reciente en el tiempo la Semana Santa y los debates de siempre acerca de si sí acríticamente al oro barroco y al incienso por las calles, si sí pero con reparos, o si un no como la catedral, porque de otra forma te vuelves casi una facha de manual. Pues yo no lo sé, le seguiré dando vueltas. Que ya se sabe, menos de cinco contradicciones es dogmatismo (esto tampoco lo tengo claro).

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