nº40 | farándulas

La escena detenida

Un mapa apresurado de la situación de las artes en vivo en la crisis sanitaria

El estado de alarma ha provocado una quiebra en las tareas y las vidas. Este parón no solo está condicionando la economía «oficial», sino todo el entramado de economías y vidas que se mueven en los márgenes y más allá. Las medidas que está impulsando el Gobierno están mirando básicamente a la economía oficial con ayudas que, con más o menos acierto, tratan de paliar los efectos de la crisis. Al resto, como siempre, pero ahora más que nunca, les toca apañárselas como puedan.

Entre quienes quedan fuera de la foto está el personal profesional de las artes escénicas y la música. No solo el que vive en la periferia, también gran parte del que está en el centro. Tan crítica es la situación, que un sector tan reacio a la unión ha sido capaz de poner de acuerdo a más de treinta asociaciones y federaciones que, según documento remitido al Ministerio de Cultura y Deportes, representan a «la práctica totalidad de las personas profesionales, creadoras, empresas productoras, espacios de exhibición; lo público y lo privado de las Artes Escénicas y la Música de nuestro Estado». Este documento propone cincuenta y dos medidas de urgencia. La situación es, efectivamente, crítica por varios motivos:

1. Las peculiaridades del trabajo de las profesionales de las artes en vivo, su intermitencia en la contratación y la estacionalidad de muchas de las actividades, hace que una gran parte de quienes estaban dentro de la economía oficial del sector no tengan acceso a las ayudas diseñadas por el Gobierno.

2. Todas las personas que subsisten en la periferia del sector: impartiendo enseñanza no reglada y casi siempre sin dar de alta, con actuaciones esporádicas, etc., han visto desaparecer indefinidamente sus fuentes de ingresos.

3. El regreso a la actividad se anuncia lejano. Dentro de la incertidumbre general, todos los pronósticos coinciden en que los espectáculos en vivo serán de los últimos en retornar.

La respuesta

La respuesta pasó de las declaraciones del ministro afirmando que las profesionales de las artes escénicas y la música ya estaban incluidas en las medidas transversales que había ido tomando el Gobierno —lo que muestra un alarmante desconocimiento de la realidad profesional del sector—, a una rectificación posterior en que la ministra de Hacienda y el propio ministro de Cultura y Deportes se reunieron con representantes de las asociaciones para empezar a trabajar en medidas específicas. Mientras tecleo este artículo, esas medidas no se han concretado.

Eso en lo que respecta al Gobierno del Estado. El Ayuntamiento de Sevilla ha anunciado un plan de apoyo a la cultura de casi dos millones de euros que, esperemos, se distribuya con sentido común. Por su parte, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía está reuniéndose con representantes de las artes en vivo para ir sondeando la situación del sector y planteando medidas. Todavía no han concretado mucho, más allá de agilizar la revisión de expedientes atrasados para autorizar pagos pendientes, algunos desde hace años (ya era hora).

Hasta aquí un breve mapa de la situación: las administraciones están «trabajando en ello» (esa expresión no tranquiliza nada); los teatros, las salas de concierto y las escuelas están cerrados hasta cualquiera sabe cuándo; los festivales aplazados sine die; el personal que trabaja en la cultura desde las administraciones públicas parece estar en estado de shock; las creadoras desorientadas cuando no aterradas por el futuro; las mismas creadoras y el resto de profesionales independientes que comen de las artes vivas consumiendo sus escasos ahorros (quienes los tienen) y pasando demasiado tiempo mirando redes sociales.

Y ¿qué hacemos con este mapa? Porque los mapas se hacen para orientarse y echar a andar. Parece que, como en tantos otros sectores, este parón va a desmantelar la economía informal que generaban las artes escénicas y la música. Es decir, más allá de la precarización y el adelgazamiento del centro, va a haber un borrado de la periferia. Y esa periferia no solo sostiene (con pinzas pero sostiene) muchas economías individuales, sino que nutría de público los espectáculos y los cursos. Así que, mirando la situación desde una perspectiva profesional y económica, estamos asistiendo a una catástrofe equivalente a la que se avecina en otros muchos sectores. La lógica de los poderes públicos suele ser casi inescrutable y la complejidad de equilibrios e intereses (los legítimos y los que no lo son tanto) que contemplan, mareante. Eso en la vida normal. Así que ahora, en la confusión de esta situación inédita, todo se multiplicará. Lo que no cambiará, me temo, es que, como siempre, cuanto más desfavorecidas, más perjudicadas.

Las preguntas esenciales

Pero, más allá de todo eso, que al fin y al cabo no está en nuestra mano, y centrándonos en el terreno de las artes escénicas, estamos viviendo un momento magnífico para volver a hacernos las preguntas esenciales, esas que la prisa del diario no nos deja hacernos. A saber: ¿qué es (y qué no es) arte viva? ¿Para qué sirve? ¿Qué retos de lenguaje nos impone esta situación y qué hallazgos podemos hacer que luego se integren en la nueva normalidad (sea esta como sea)? ¿Qué tienen que decir las artes vivas de y desde el presente más radical?

A mí, como a todas, hay momentos en que me atenaza la incertidumbre material y espero que las administraciones tengan en cuenta a todas las periferias: cuanto más alejadas del centro, más atendidas. Eso es hacer política. Pero responder a las preguntas esenciales y comprometerse con ellas también lo es. Porque las respuestas nos posicionan y nos avocan a la acción. Me gustaría ver a las gestoras de los teatros proponiendo y emprendiendo. Y no me refiero a lo que ya hacen: subir contenidos a sus páginas webs. No tanto porque una pieza escénica tenga más o menos sentido en vídeo (ese debate me parece estéril), más bien porque la institución teatral no es museística, sino que debe estar apegada al presente.

No dejemos que otros dicten las preguntas o nos den todas las respuestas y, menos aún, que no haya preguntas. Nuestra tarea como creadoras es habitar este tiempo de incertidumbre y crear imaginarios y relatos que nos lo hagan transitable y entendible. Y hacerlo desde ese lugar que solo pueden ocupar las artes vivas. Dejando de lado los condicionantes externos y la compleja situación material, la escena no puede detenerse porque el teatro no es un lugar, sino la encarnación del pensamiento, la acción y el movimiento colectivos.

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