nº9 | desmontando mitos

Elogio a la complejidad

Todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria, existía la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé qué, pero sé que el universo jamás tuvo comienzo. Que nadie se engañe, solo consigo la simplicidad con mucho esfuerzo. Clarice Lispector, La hora de la estrella.

Feminista, anticapitalista, troskista, alta, andaluza, lectora, pedante, flaca, pacifista, sociable, empática, apátrida, dinámica, solidaria, lenta, desestructurada, lenguaraz, dormilona, madrileña, escéptica, morena, plana, solitaria, deportista, melómana, internacionalista, porreta, crítica, torpe, heterodisidente1, floja, teatrera, ecologista, atea, independiente, anticolonialista, escritora.

Soy una nube de tags que escribe. Que se reescribe a sí misma buscando encontrar una palabra que la defina por entero. La lista crece y crece a medida que pasan los minutos. Pausa: desparecen tres etiquetas; añado dos más. Miro esa niebla de conceptos y no soy capaz de dibujar silueta alguna. Pares antagónicos que se repelen, etiquetas que se solapan entre ellas o cualidades que encajan a la perfección. Una amalgama de categorías desordenadas. De pronto, me descubro Frankenstein. Veo con claridad que mi identidad está hecha a base de retales: ninguna de las piezas me define, pero a la vez, todas configuran las partes de que estoy hecha.

Complejo: que se compone de elementos diversos

Al igual que un emoticono de Whatsapp no es un signo fiable para la comprensión total de un mensaje o un hashtag no engloba todos los aspectos de un determinado hecho, las etiquetas sociales son clasificadores que intentan simplificar la realidad para poder aprehenderla.

El ser humano, para hacer frente a la diversidad en la que vive inmerso, necesita ir por partes, de a poquito: por eso nos gustan tanto las series.

El mundo que nos rodea es un inmenso puzle, hecho de millones de piezas con enésimas características que se combinan en un tiempo y un espacio determinados. Porque sí, señoras y señores, las cosas cambian, las circunstancias cambian, las personas cambian, las etiquetas cambian. Porque no vivimos en un mundo fijo e inmutable, en un mundo-casillero en el que poder meter a cada unx en la categoría que le corresponde. La realidad es compleja, cambiante, contradictoria. La vida no es sencilla de entender, créanme, es una puta locura.

A veces, estamos vivos, ahí, dándonos cuenta de lo que pasa, con los ojos bien abiertos y descubrimos que no todo está en orden, que la vida es asimétrica por naturaleza y que la vida es vida, porque existe la muerte.

Hay animales que parecen personas y personas que parecen animales. Feministas que no son lesbianas y lesbianas que no son feministas. Tenemos también a lxs ricxs pobres y a lxs pobres ricxs. En esta fauna desintegrada, desestructurada como las familias divorciadas, no todo es lo que parece y las etiquetas se quedan siempre muy cortas, o a veces, del revés.

Clasificar: Ordenar o disponer por clases

Dividimos la vida en fragmentos comprensibles, en pistas que nos dejan imaginar una totalidad. Cuando creemos que comprendemos lo que nos rodea, nos sentimos segurxs. Aunque esas creencias que nos dan seguridad y nos respaldan frente a la complejidad de la vida sean falsas o enseñen solo una parte de la foto.

Echemos la vista atrás y pongámonos frente al espejo: quince años, una camiseta rota de Kortatu, piercings y tatuajes. Un polo de algodón gris, raya a un lado, falda plisada. La adolescencia es puro Frankenstein que se cuelga o se quita etiquetas intentado adivinar quién es y qué pinta en esta vida. Adoramos las etiquetas porque nos hacen diferentes, nos hacen únicxs. Nos definimos por oposición (no pijo-no perroflauta) para que todo el mundo identifique rápidamente cuál es «nuestro rollo» y sepa qué esperar de nosotrxs.

La RAE define la palabra etiqueta como «Calificación identificadora de una dedicación, profesión, significación, ideología, etc.», ¿es posible hacer coincidir la identidad de una persona con un fragmento minúsculo de significado como es una etiqueta? ¿Es posible reducir la complejidad a una simple palabra?

Sin embargo, las etiquetas son útiles en ocasiones. Nos ayudan a poner orden dentro de tanto jaleo, nos permiten una aproximación al objeto o sujeto al que califican. Pero, cuando hablamos de etiquetas sociales, ¿no se imprime una excesiva subjetividad a esa calificación identificadora de la que habla el real diccionario?

Se hace necesario el conocimiento de la diversidad para poder tomar consciencia de que una etiqueta no es nada más que eso: una pegatina que colocamos en la frente de una persona para poder enfrentarnos a la complejidad de un carácter, por otra parte, único. Se puede ser dormilona y dinámica al mismo tiempo, una abogada descreída del sistema judicial o un cristiano de izquierdas. Pareciera que las etiquetas siempre fueran en pareja: mujer/mala conductora, hombre/fútbol, andaluz/vagx, ecologista/vegetarianx, ingenierx/cuadriculadx, catalana/antiespañola, beata/caritativa.

El problema no radica tanto en las etiquetas como en el hecho de tomarlas como única vía para conocer y juzgar la realidad. Si no encajas en ninguna etiqueta o te niegas a cumplir el mandato de la que te han impuesto, deviene el desorden y con él, el conflicto. ¿Pero entonces tú de qué vas? ¿Eres de izquierdas o de derechas? ¿Heavy o indie? ¿Sociable o solitaria? Cuando te opones a ser clasificadx puedes no ser comprendidx y, finalmente, rechazadx.

Detrás de cada etiqueta que asignamos, aparecen otras tantas que contradicen esa identidad. Y así la madeja se enreda y enreda hasta el infinito, haciendo imposible convertir en estatua de sal o en foto fija a quienes tenemos delante nuestro.

Se puede vivir en la contradicción y se vive. Las etiquetas no son más que herramientas basadas en generalidades sociales y subjetividad personal de las que echamos mano cuando no sabemos enfrentarnos a una realidad inclasificable.

Tenemos que reconocer el valor de las etiquetas: un intento desesperado de hacer toda esta locura un poco más sencilla. Pero no debemos olvidar que esto supone un esfuerzo terrible: renunciar a la gama de grises en la que está pintado el mundo.

1 Esta etiqueta se la escuché por primera vez a M en conflicto. Gran concepto que abraza la complejidad.

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