Me han pedido que escriba sobre las beatas. ¡Qué raro es todo esto!, me digo. Y yo, que debo tener un toquecito de Asperger y siempre voy por lo literal, me pongo a preguntarme sobre dónde está la trampa.
¿Querrán que hable sobre esas mujeres libres de la Edad Media, que fueron quemadas por la Inquisición por una vida díscola apartada de sus funciones mujeriles? ¿Tendrá que ver todo esto con aquellas que sin querer ser monjas se organizaban en comunidades sororarias en las que se dedicaban al estudio, a la autogestión y solo tenían que responder ante ellas mismas? Miren, yo es que soy más de Hildegarda, de la Tere, la Juanita y todas las mujeres a las que les gustaba más chupar huesos de santo que entretenerse meando pilas. Y es que mientras te subes la falda y te bajas las bragas, el santo se te ha ido al cielo y ha vuelto con un pan y un par de peces bajo el brazo.

Y entre imaginarios colectivos y prejuicios propios me doy cuenta de que ya ni se me vienen a la cabeza los carteles de la Sección Femenina, ni los siete hijos de Pitita, sino las portadas de los periódicos nacionales repletos de coronas y neofascistas con laca. Estas son las beatas modernas, las bienaventuradas y felices con el dinero de muchos y la vergüenza de todos, las que «acompañan» a los héroes firmando con tinta invisible, las que administran en la sombra y reforman casas durante el día.
Esas que ya no se acuerdan de las antiguas, de aquellas que escribían cartas de denuncia a los papados y poemas calientes en el claustro en vez de «skipear» con Soto del Real. Se olvidan de las autogestionadas, empoderadas, endemoniadas y libres que pusieron nombre al malestar que hoy, las ha colocado en sus tribunas.

Y oye, que no voy a ser yo la que diga, pero todas estas señoras, amigas de sus amigos —y de las «amigas» de sus amigos—, esposísimas de sus maridos, testaferras, pajeras —¡uy!, disculpen: «mujeres de paja»—, portavozas sin voz ni voto… Todas estas mujeres, insisto, están hoy, tranquilas en sus porches de la Moraleja observando a sus hijos crecer, mientras los visten; disfrutando de una relaxing cup of… Esa era fácil, ¿eh?… cup of tea, entregadas al arte de averiguar la fórmula por la cual, los años de democracia son inversamente proporcionales a nuestros derechos.
Mi conclusión es sencilla y tiene algo de no sé qué jipiesco que me viene de los noventa, (sí jóvenes y medios de comunicación, antes del 15M ya existían las asambleas): si tengo que elegir me quedo con las librepensadoras viejunas antes que con las mujeres libres del postacherismo, creando alternativas y generando micropoderes en colectivo y oye, si al final cambian el Código Civil por hogueras medievales, ¡que me quemen!, les digo; que yo podré descansar en paz, porque al menos, habré tirado ya, todas las piedras que merecen.
Raquel Campuzano Godoy. Integrante de la Escuela de escritoras Helvéticas.