Justo cuando sale a la calle este último número de El Topo, se cumplen dos años de la muerte de Juan Antonio Bermúdez. Poeta, periodista, programador de cine, maestro… Juan era una persona tan talentosa y tan querida que no han parado de homenajearlo desde los distintos ámbitos de los que formó parte. El Festival de Cine de Sevilla, seff, ha decidido darle su nombre al premio que se otorga en su sección Panorama Andaluz, coordinada por Juan Antonio hasta antes de morir y que se ha entregado hace unos días. Y en esta última Feria del Libro de Sevilla se ha presentado La mano en el fuego. Obra íntegra. Una recopilación de toda su obra poética editada por Libros de la Herida que, además de todos sus poemas, incluye algunos textos inéditos de Juan. Como todo lo que tiene que ver con él, la presentación congregó a decenas de personas que lo querían o lo admiraban, o ambas cosas. Y unas cuantas de esas personas leyeron algunos de sus poemas, lo que despertó de nuevo nuestros recuerdos y ese pellizquito que sigue provocando su ausencia.
Que Juan Antonio era una persona extraordinaria ya se ha dicho mucho durante estos dos años. Pero es que, aunque no lo hubiera sido, era mi amigo y, además, era de esos amigos que son casa; una parte de mi familia elegida.
Era tan familia que sabía perfectamente que la poesía no era un género que a mí me interesara demasiado. Y no importaba, porque él, como dice precisamente en uno de sus poemas, «amaba a cada uno por su nombre» y esa es una de las cosas que lo hacían extraordinario. Con cada persona tenía una relación única.
No soy muy aficionada a la poesía, repito, pero hay poemas que me llaman nada más leer el primer verso y me atrapan. No me pasa con muchos, pero algunos de Juan Antonio están ahí. A uno ya he hecho referencia: Mandamiento y no se me ocurre mejor forma de acabar esta pildorita que con el final del otro:
«Compañero enemigo, no te mueras, / ni me mates, ni huyas, ni te rindas / que tenemos que hablar de muchas cosas.»