Desde febrero en los parques infantiles comienza un runrún irrefrenable que se convierte en monotema de los adultos que pululan por estos acolchados espacios: «¿Sabéis ya qué colegio queréis? Me han dicho que este año hay pocas plazas. Las jornadas de puertas abiertas empiezan a principios de marzo. ¿Cuántos puntos tienes?».
Los factores que empiezan a lanzarse al aire cual bolas de malabares son sorprendentes, sobre todo si se tiene en cuenta que hablamos de niños que tendrán alrededor de los tres años: «¿Has mirado que instituto le corresponde a ese centro? ¿Se trabaja con libros de texto? Dicen que ese centro tiene muy poco nivel».
Y surgen temas estrella más acordes con la edad de los afectados y afectadas: «¿Cómo es el periodo de adaptación? ¿Existe? ¿Qué pasa si se hace pipí? ¿Lo cambiáis?».
Sorprende lo poco que se plantea una de las opciones posibles, la de no escolarizar o escolarizar fuera del sistema educativo convencional. En nuestro país la educación de 0 a 6 años no es obligatoria, por lo tanto no es necesario ir al colegio con 3 años, que es cuando muchas escuelas infantiles concertadas con la Junta de Andalucía (las públicas que existen pueden contarse con los dedos de una mano) dan por acabada su labor, ya que la mayoría de madres y padres optan por matricularlo en el colegio «no vaya a quedarse sin plaza si entra más tarde».
El pánico de las familias a quedarse sin plaza en el centro que mejor les viene si no los matriculan con 3 años no es infundado. Aunque con la bajada de natalidad la lucha por las plazas en los centros molones ya no es tan encarnizada, lo cierto es que suelen cubrirse al completo en muchos centros y si se cubren en primero de infantil, en segundo o tercero no habrá plazas a menos que una niña o niño se mude o abandone el centro por cualquier otra razón.
Y bueno, si lo que queremos es una educación diferente para nuestras hijas e hijos, quizás podemos buscar en otro tipo de centros y punto pelota, ¿no? Esto quizá es más fácil (y asequible) hasta los 6 años. Luego la cosa se complica.
Lo primero que tenemos que hacer es acotar un poco qué entendemos por escuelas alternativas o pedagogías activas. Usualmente aquí se engloban un montón de tendencias y teorías que comparten un enfoque centrado en el niño y sus necesidades e intereses. Pero a menudo se convierte en un cajón de sastre donde coinciden centros «con orientación» Montessori, Waldorf o Reggio-Emilia con proyectos de comunidades de aprendizaje o escuelas donde la naturaleza o las artes juegan un papel fundamental.
Las pedagogías activas son aquellas que favorecen un aprendizaje basado en la observación y la experimentación, donde la niña adquiere su propio aprendizaje con un ambiente preparado y los recursos necesarios. Es decir, ponen a la niña en el centro del aprendizaje y orientan los contenidos según sus intereses; así mismo, el juego y la experiencia son herramientas fundamentales. Y el niño es un participante activo de todo el proceso.
Dentro del sistema público la principal apuesta que encontramos son los centros que se integran en la Red Andaluza de Comunidades de Aprendizaje, que se definen, según la Junta de Andalucía, como «un proyecto de transformación social y cultural de un centro educativo y su entorno encaminado a la mejora de los resultados escolares y de la convivencia». Su rasgo distintivo es ser un centro abierto a todos los miembros de la comunidad: familias, asociaciones, voluntarias y vecinos y vecinas del barrio con un proceso de enseñanza: aprendizaje dialógico.
¿Y esto cómo se come en la práctica? Pues depende un poco de cada centro: clases heterogéneas, integración de alumnos con necesidades especiales en todas las actividades, talleres que dan madres, padres o voluntarias, aprender mediante debates…
En realidad; por suerte y por la lucha constante de familias, profesoras y alumnado; hoy día es muy habitual encontrar experiencias de aprendizaje participativo en la escuela pública, sobre todo en infantil y primaria. Incluso en secundaria, con las limitaciones que tiene por el déficit de recursos (ratios, insuficientes profesionales de Orientación, PT y AL, infraestructuras obsoletas…), existen intentos de salirse de los esquemas tradicionales.
Si nos salimos del ámbito de lo público y nos vamos a la segunda etapa de infantil (de 3 a 6 años) encontramos un montón de proyectos que se alinean bastante con la educación con la que muchas podemos soñar. Son proyectos pequeños conformados como asociaciones o grupos autogestionados. La mayoría nacen de las propias familias que, ante la falta de un proyecto educativo respetuoso a su alrededor, optan por organizarse y crear la escuela que quieren para sus hijas, intentando construir desde otro espacio. Tambora, en Sevilla; La Jandita, en Véjer; Ánima Escuela Libre, en Conil; Entreolivos, en Villamartín; Espacio Raíces, en Puerto Real; otro Raíces en Dúrcal; La Semilla, en Huelva, etc.
En estos proyectos se apuesta por una mezcla de metodologías de las que se va tomando lo que interesa aunque se mencionan la pedagogía libertaria, Montessori, la inspirada por Rebeca Wild, la escuela bosque… Estas propuestas no tienen ánimo de lucro y tienen un carácter claramente político, en el sentido en que se busca una salida colectiva. Aunque las cuotas mensuales rondan los 200-300 €, suelen buscarse apaños para las familias que no pueden hacer frente a esos gastos y normalmente puede reducirse la cuota aportando trabajo y tiempo al proyecto.
Encontramos otros proyectos pequeños de autoempleo como madres de día y espacios de crianza respetuosa que suelen aceptar un número pequeño de niñas y niños y ofrecer una atención más personalizada.
Por último –y vamos llegando al lado más oscuro–, proyectos empresariales que combinan inmersión lingüística con una combinación de pedagogías activas y que responden a una necesidad del mercado ofreciendo ratios más bajas, atención personalizada y estimulación de los niños y niñas para que tengan un repertorio mayor de competencias que los prepare más y mejor para el mundo que les espera (idiomas, inteligencia emocional, confianza en sí mismas, asertividad…).
Se va dibujando una cooptación de esta educación alternativa por el sistema neoliberal de lo que alertan voces como las de la investigadora Ani Pérez, donde el proyecto educativo es un negocio en el que se le ofrece al consumidor lo que en ese momento demanda. Los precios rondan los 200-400 € mensuales más la matrícula y gastos de materiales.
Cuando pasamos a la etapa de educación primaria el panorama empieza a perder la luz de la autogestión y nos vamos quedando con el puro bisnes. Ganan por goleada los proyectos con metodología Montessori, que suponen casi toda la oferta, excepto algún centro Waldorf aislado. Se constituyen como centro docente privado extranjero o escuela internacional y están acreditados por organismos estadounidenses como NEASC (New England Association of Schools and Colleges) o MSA CESS (Middle States Association of Colleges and Schools) y autorizadas por la Junta de Andalucía para impartir enseñanzas del sistema educativo de los EUA al alumnado extranjero y español.
La media de precios ronda los 500 € de cuota mensual más matrícula (oscilan entre los 320 € mensuales de la más barata a los 1 300 € de la más cara). El aula matinal, el comedor o las extraescolares deben abonarse aparte. Son centros ubicados en la naturaleza (muchos en zonas privilegiadas como Sotogrande o la Costa del Sol) y casi todos bilingües, y están orientados a familias foráneas y de clase media alta.
Encontramos algunas excepciones en centros que se conforman como cooperativas y están ubicados en entornos rurales o pequeñas poblaciones donde de nuevo, las familias tienen un papel relevante.
Aunque en este artículo no pretendo hacer un análisis en profundidad de estas propuestas, sino solo ofrecer un panorama de las opciones existentes en nuestra comunidad en la actualidad, sí me gustaría dejar apuntado para un futuro debate las críticas a algunas de estas escuelas alternativas que están surgiendo desde ambientes libertarios y a las que ha puesto voz la investigadora Ani Pérez.
Entre otras cuestiones se denuncia la segregación que suponen muchas de estas escuelas. El aspecto económico es el más obvio y visible pero existe otro más invisible y cultural: para madres y padres de barrios obreros la propia terminología de estas escuelas muchas veces resulta ajena. Se pierde la visión igualitaria universal que plantea la educación pública y la apuesta por lo colectivo de muchos proyectos autogestionados.
Oye, y tú, ¿a qué cole vas a llevar a tu hija?