El auge del movimiento antiespecista (en defensa de los animales no humanos) plantea debates nuevos para toda una generación que se politiza al calor de nuevas luchas. Este artículo de El Topo es una conversación con Marta Tafalla (doctora en filosofía y profe en la Universidad Autónoma de Barcelona), una de las voces más potentes del antiespecismo en el Estado español.
Cada vez que un movimiento da un par de pasitos pa’lante, tendemos a pensar que se está construyendo Roma por primera vez, especialmente cuando no hay memoria de las luchas ni de las victorias conseguidas. Esto sucede en el antiespecismo aunque, como Marta Tafalla nos cuenta, viene desde Pitágoras y mucho antes. También existe antitauromaquia desde que los toros empezaron a ser toreados, aunque algunxs (como el que escribe) se pensaba que estar en contra de la sangre en el albero era algo muy de los noventa. De la historia del movimiento hablaremos en otra ocasión, aunque está bien dejar por escrito que a este movimiento le queda mucho hilo del que tirar.
De lo que sí hemos profundizado con la doctora Tafalla es sobre uno de los debates actuales en el seno del movimiento. ¿Es la ganadería extensiva un parche suficiente ante el cambio climático y todo lo que la industria ejecuta sobre la tierra? ¿Soluciona el problema del maltrato animal? Tafalla nos explica que la ganadería extensiva, al igual que la industrial, es un verdadero desastre. Los animales son modificados y criados pensando en la producción, sus vidas siguen siendo mucho más cortas de lo que podrían haber sido y, en realidad, nada garantiza una muerte no violenta. Lo cierto es que la ganadería extensiva en España se dedica a cargar sus animales vivos en barcos que son enviados a morir a Arabia Saudí, Egipto o Argelia, donde las leyes de proyección animal son inexistentes.
«La ganadería extensiva tiene otro inconveniente además del maltrato al animal que crías para comerlo: fomenta también la pérdida de biodiverdidad, uno de los problemas más grandes que tenemos ahora». Tafalla nos explica cómo la extensiva necesita grandes cantidades de territorio. «Le estamos quitando el espacio a la fauna salvaje que en el planeta representa ya solo el 4% de los mamíferos». Y es que no solo le quitamos espacio con el terreno que ocupa el ganado, hay que sumar también los grandes monocultivos de cereal para engordar a estos animales. Frente al 4% del territorio total que ocupan los mamíferos salvajes, la ganadería se encuentra en un 60%. Los seres humanos, por supuesto, ocupamos el 36% restante». Una especie —la nuestra— empeñada en seguir con dietas cárnicas al tiempo que no deja de crecer y se aproxima a los 8 mil millones de humanitxs.
¿Es esto viable en un ecosistema? Marta Tafalla nos explica por qué no: «En los ecosistemas naturales siempre hay más herbívoros que carnívoros, por eso la cadena trófica es una pirámide. En la base de la cadena están los vegetales, que existen en mayor cantidad. Luego los herbívoros, en una cantidad menor y, por último, los depredadores que son poblaciones más pequeñas». Este sistema es razonable porque consumir carne es, en términos energéticos, más caro. «Es por esto que los depredadores nunca son una plaga, porque necesitan a muchos herbívoros. De forma natural, los depredadores se mantienen en poblaciones pequeñas. En el caso de los seres humanos, tenemos una dieta cárnica incongruente con una población tan elevada».
Y es que para producir un kilo de pollo necesitamos tres veces más tierra que para obtener un kilo de legumbres. En el caso del cerdo, se necesita 9 veces más tierra y con la ternera nos vamos hasta las 32 veces más de extensión de terreno. ¿Tienen sentido entonces las propuestas de ganadería extensiva para cuidar del medio?
«Los ecosistemas se están agotando y con una dieta vegetal los liberaríamos para que se recuperaran y evitar así el proceso de desertificación que están sufriendo». Y es que no podemos tenerlo todo. Una población de 8 mil millones de personas bien alimentadas no es compatible con una biodiversidad que se conserve a la vez que cuidas al planeta y, con todo ello, seguir comiendo carne. Es imposible. Si quisiéramos una dieta basada en la ganadería extensiva necesitaríamos bajar la población de forma radical.
Con la ganadería extensiva no podemos alimentar a toda la población mundial. Defenderla es una solución local que no aborda un problema mundial. «Precisamente la ganadería intensiva nace para dar carne a toda la población que estaba creciendo a un ritmo elevadísimo. Por eso la ganadería extensiva ocupa una proporción muy pequeña al lado de la industrial, porque en términos relativos está alimentando a muy poca gente». No parece que sea una solución.
Desde el feminismo este debate también se afronta. Movimientos como el de Ganaderas en Red defienden una ganadería extensiva sostenible frente a quienes promueven dietas basadas en vegetales por un lado y a la industria cárnica por otro. La doctora Tafalla se muestra firme al respecto, reivindicando un feminismo que no explote a ningún ser ni ejerza ningún tipo de violencia: «La tentación en el feminismo de reclamar su lugar imitando la forma de dominación de los varones siempre ha estado ahí. Creo que es un error porque entiendo que el feminismo debe renunciar a las prácticas de violencia y crueldad y vivir de otra manera. ¿Qué necesidad hay de imitar esto?» Tafalla nos recuerda también la moda de hace años de las mujeres torero, que originó un gran debate dentro del feminismo. Bajo la premisa de que las mujeres pueden hacer cualquier cosa que hagan los hombres, se justificaba la incorporación de ellas a estos espectáculos basados en la sangre y la crueldad. Otros sectores del feminismo declaraban entonces que no se trata de imitar todo lo que los varones hagan, sino de reinventar la manera de vivir y estar en el mundo, en cambiar los valores. Al igual que sucede con las mujeres que son altos cargos militares y dirigen auténticas cacerías contra poblaciones civiles o con las mujeres CEOs de grandes multinacionales que explotan a mujeres que están en el suelo de sus cadenas de producción.
«Para estas ganaderas hay también una alternativa: la agricultura. Las ganaderas provienen en realidad de familias que son ganaderas pero también agricultoras, y esa alternativa laboral está por desarrollar. Hay mucho margen para innovar, para recuperar variedades olvidadas de frutas y hortalizas, para apostar por lo ecológico y de cercanía y bucear en nuevas técnicas».
En este camino sostenible y antiespecista seguro que nos encontramos.
Entrevistada (aunque no es una entrevista): Marta Tafalla @TafallaMarta