Amigas y lectoras en general, empiezo este artículo con un aviso para navegantas: si tienes la menstruación, no podrás librarte de la menopausia. Parece una obviedad, es cierto, pero si nos atenemos a la información y conversaciones que se mantienen sobre ella hasta que llega, podría parecer que podemos esquivarla, y no.
Llega como una ola, a lo Rocío Jurado, o como una suave brisa, pero llega y, en muchos casos, no tienes ni idea de que eso que te pasa y está transformando tu cuerpo es consecuencia de su llegada.
Y esto ocurre porque nadie te advirtió, porque nombrarla sigue siendo entre vergonzoso y ridículo, porque la medicina sigue respondiendo a una estructura androcéntrica y patriarcal y, una vez más, demuestra que lo que le pasa a los cuerpos de las mujeres no importa demasiado.
Además, la menopausia todavía se asocia con el fin de la utilidad reproductiva de la mujer, lo que en términos patriarcales significa que te has vuelto invisible. No es casual que muchas mujeres se sientan desplazadas laboralmente justo en esta etapa, ni que los medios sigan vendiéndonos que «los cincuenta son los nuevos treinta», pero con el subtexto de que deberías parecerte a Jennifer López después de cuatro horas de gimnasio.
Pero, ojo, no solo son la medicina, la ciencia o los medios quienes no tratan o tratan mal este tema. Hablando con amigas sobre la menopausia, algunas señalan la falta de referencias en el feminismo. «He sido capaz de tener una vida sexual plena y sin complejos a pesar de la nefasta educación sexual que recibimos, de ser madre con plena conciencia y sin embargo, para las consecuencias de la menopausia me he visto sin herramientas, sin lecturas, sin reflexiones. Hay un gran tabú, es como si no existiera, con lo que supone e implica», afirmaba una de ellas. «Para mi cuerpo, la menopausia ha sido física, mental y emocionalmente un proceso más duro que dos embarazos y dos partos. La sensación de que hay que adaptarse a algo fuerte, pero no sabes exactamente qué es. Se necesita más investigación y más espacios para hablar», señala otra. «Para mí lo peor ha sido la falta de conocimiento. Nadie me advirtió de esto. Ni mis hermanas, ni mis amigas», indica otra más.
Frente a esos testimonios están —aunque son menos— los de quienes animan a disfrutar esta etapa, las que aseguran que tienen más sexo que nunca, las que apenas lo notan, las que ansían librarse de unas menstruaciones incapacitantes y las numerosas entradas en redes sociales que te animan a llevar estos cambios como «la reina que eres». Perfiles bien intencionados en su mayoría que regalan numerosos tips que pueden resumirse en dos —como los mandamientos de Dios—: comerás proteína en cada comida y practicarás ejercicio de fuerza tres horas a la semana. Si no quieres sufrir la ira de la diosa menopausia, ya sabes.
Pero ¿en qué consiste la menopausia?
Por definición médica, es la cesación permanente de la menstruación como resultado de la pérdida de la función ovárica. Se diagnostica retrospectivamente tras doce meses consecutivos sin regla, y suele ocurrir entre los cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años. A nivel hormonal, lo que ocurre es una caída abrupta de estrógenos y progesterona, las hormonas sexuales femeninas, que afectan no solo al aparato reproductor, sino al sistema cardiovascular, óseo, nervioso y hasta al estado de ánimo. Sí, amigas, no solo se nos van los óvulos, también se nos va la estabilidad térmica, la líbido en la mayoría de los casos, la paciencia y, en muchos casos, el sueño. Disminuye la masa ósea (hola, osteoporosis), aumenta el peso, el cabello es más frágil, aparece la niebla mental (esa incapacidad para hilar una idea que no es solo cansancio) y un largo etcétera que varía de mujer a mujer, pero con un común denominador: el desconcierto. Pero no lo ves venir porque, insistimos, nadie lo dice en voz alta.
La conspiración del silencio
Hablar de menopausia sigue siendo un tabú, como si al hacerlo estuviéramos firmando un acta de defunción simbólica. Un tabú silencioso reforzado por siglos de misoginia, industria cosmética y cultura antiedad.
Si la educación sexual en escuelas (cuando la hay) apenas alcanza a explicar la menstruación, mucho menos el final de la fertilidad. En las consultas médicas, salvo que tú insistas, lo habitual es que te digan que «es normal» y te recomienden «tener paciencia».
El costo de no saber
La ignorancia no solo es incómoda, es peligrosa: mujeres que no identifican los síntomas de una menopausia precoz, o que piensan que sus cambios de ánimo son un problema de carácter, o que dejan pasar problemas de salud ósea por no recibir el diagnóstico adecuado a tiempo. La falta de protocolos claros y de formación específica entre muchos profesionales de la salud agudiza un problema que es perfectamente manejable…, si se abordara con la seriedad que merece.
Y otro agravante más para las mujeres que requieren tratamiento específico porque sus síntomas son más severos: durante años, las terapias hormonales sustitutivas se recetaban casi sin pensar. Después fueron demonizadas por riesgos para la salud que ahora aseguran que no existen, porque la metodología en el estudio tuvo errores. ¿Qué hacer ante esta incertidumbre? ¿Es recomendable usarlas o no?
¿Y si empezamos a hablar?
Quizá es hora de dejar de tratar la menopausia como un punto final y comenzar a verla como una etapa que merece información clara, apoyo comunitario y representación digna. Porque no, no todas vamos a querer «aceptarla con naturalidad» si naturalidad es sinónimo de resignación. Así que hablemos de la menopausia sin vergüenza, sin eufemismos, ni promesas de juventud eterna. Hablemos con documentación, con debates, con humor y con rabia cuando haga falta. Hablemos en privado pero también en público, aunque sea abanico en ristre, porque ya sabemos que si no gritamos, seguirán ignorándonos.