nº64 | a pie de tajo

Acampada por la Asistencia a Domicilio

El Servicio de Asistencia a Domicilio (SAD) es uno de esos espacios de trabajo que desempeñan una función vital en nuestra sociedad tal y como está construida. Una sociedad que ha exigido externalizar cualquier tipo de labor de cuidado de las personas que no pueden hacerlo por sí mismas. Así, de una manera u otra, se han creado espacios donde atender a estas personas, como escuelas, residencias, centros de días o de noche, albergues, etc. Sin embargo, cuando esto no es posible, la asistencia se ha de realizar a domicilio.

A priori, desde una perspectiva socialista, estos servicios deberían sufragarse con los impuestos de todas nosotras, ya que, de algún modo, todas vamos a necesitar, directa o indirectamente de sus servicios. Ya sea para nosotras mismas o para que cuiden a alguien a nuestro cargo mientras nosotras podemos ir a trabajar y disfrutar de nuestras vidas.

Que estos trabajos están ocupados mayoritariamente por mujeres debería sobrar decirlo, aunque parece que aún hay que seguir apuntándolo. Viendo, además, el devenir histórico del sistema de bienestar instaurado en los años ochenta y noventa, también debería sobrar decir que estos trabajos son los más precarios. Y con precarios nos referimos a contar con sueldos que no alcanzan para la manutención del núcleo familiar, con horarios que no permiten la conciliación y con contratos inestables, y, en gran cantidad de ocasiones, fuera de los mínimos establecidos en los convenios.

Ante esta situación, hay que reconocer que la sociedad del bienestar ha fracasado estrepitosamente. No solo no se ha preocupado por cuidar de que quienes la mantienen tengan unos mínimos garantizados, sino que ha permitido el desmantelamiento entero del propio sistema. Y es que, a la larga lista de robos cometidos por todos y cada uno de nuestros queridos gobiernos, habría que añadir la imparable apuesta por privatizarlo todo. Y entre tanto, en medio de todo esto, queda un grupo de mujeres que sufren todas las consecuencias.

Las mujeres del SAD llevan en la lucha por recuperar sus derechos y la estabilidad de una gestión desde el Ayuntamiento demasiados años. Y es que, aunque han conseguido importantes victorias, parece que nunca es suficiente y, en cuanto es posible, los políticos de turno se esfuerzan por seguir empeorando su situación. Y vuelta a luchar o callar.

Pero esta última vez, el grito de «¡basta ya!» ha sonado más alto y ha llegado más lejos que nunca. Las trabajadoras del SAD decidieron que no iban a moverse de la puerta del ayuntamiento hasta que sus exigencias fueran escuchadas. Con esa premisa, la espera se auguraba larga, y así ha sido. Un mes han aguantado nuestras compañeras durmiendo a la intemperie en la Plaza Nueva. Pero no han estado solas. Varios sindicatos, asociaciones vecinales y demás colectivos han acudido a la llamada de las compañeras para mostrar su total apoyo. Mientras que por el otro lado, el Ayuntamiento no ha cesado en su intento por desmantelar la acampada, mandando a sus adoctrinados policías para amenazar e intentar acabar con la protesta de la única manera que saben. Con represión.

No creo oportuno, en este caso, ponernos a apuntar los pormenores de qué reivindicaban, qué consiguieron y por qué decidieron terminar con la acampada. Así no caemos en el deseo que muchas veces nos inunda de justificar la lucha. De querer que estos actos de reivindicación sean por una causa pura y justa ante los ojos de todos y todas. Deberíamos aprender a confiar en nuestras compañeras. Así, quizá, tengamos una oportunidad.

Por ello, desde el equipo de redacción de El Topo quisiéramos dejar constancia de que estamos de su lado. Pase lo que pase, sea por el motivo que sea. Luchar por nuestros derechos es luchar por los derechos de todas y, desde esa perspectiva, nuestro lugar está y estará siempre de el lado de las trabajadoras.

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