Todxs sabemos lo que es que algo sea viral. Por eso mismo, todxs sabemos quién es Rubiales y qué paso con Jenni Hermoso. Sin embargo, no todo el mundo sabe qué significa realmente cuando se hace viral algo que hemos vivido todas y de lo que cuesta tanto hablar, como es el abuso sexual. Aquí viene el testimonio de una superviviente.
El pasado mes de agosto pasó lo que siempre está pasando, cada día más de un millón de veces, en alguna parte del mundo: un caso de abuso o acoso sexual a una mujer (por no hablar de los menores ni del colectivo LGTBIQ+). Y diréis… «qué exagerada, por Dios. ¿Cómo va a haber un millón de casos al día?». Pues, a ver, si somos aproximadamente unas 4 024 792 941 mujeres en el mundo y, según la ONU, entre el 45% y el 55% de las mujeres de la UE ha sufrido algún tipo de violencia sexual desde los 15 años; o que solo en 2022, en el Estado español ha habido 3 835 delitos sexuales condenados según el poder judicial (por no hablar de los que ni se denuncian), pues no parece una idea tan loca, ¿verdad?
Hablar de cifras está bien, pero quiero que tengáis en vuestras cabezas que, cuando hablo de agresión, no solo me refiero a «la manada». Esto pasa por que te levanten la falda en el patio del colegio con tan solo seis años; por esa adolescencia en la que tu novio te dice que «si no follamos, no me quieres»; por que un tío que ni conoces te «roba un beso» en una discoteca; por que tu profesor de la universidad (no sabes por qué) te ha puesto un 4’9 para que vayas a tutoría donde se te insinúa; o por que vayas a ver un piso y el casero no te deje salir por la puerta e intente darte un beso en la boca. Estas son algunas de las muchas cosas que engloban esos términos, que a veces se hacen tan abstractos, como son el abuso, el acoso y la violencia sexual; y necesitamos ponerles relato e imagen a las que se dan más cotidianamente, pues hay quienes no las reconocen.
Pues bien, uno de esos relatos se expuso a ojos del mundo en el momento en el que el (entonces todavía) presidente de la Real Federación Española de Fútbol y vicepresidente de la UEFA le da un beso en la boca a una jugadora de fútbol en la celebración de la victoria del mundial de fútbol. Eso pasó delante de millones de espectadores en directo, en el momento más importante de la historia del fútbol femenino del Estado español. Con la excusa de la celebración, se traspasó la frontera del consentimiento, habiendo además una jerarquía no solo de género, sino también laboral de por medio.
Que algo salga en los medios de comunicación de masas o se haga trending topic (tendencia) en internet, significa que existe, que está ahí, que no podéis girar la cabeza hacia otro lado, como hacéis con tantas violencias. Pero también significa que absolutamente todo el mundo va a estar hablando de ello y, por lo tanto, va a tener una opinión. Sobra decir, aunque como sociedad no lo hayamos aprendido, que no todo vale. Que tengas una opinión no significa que esta sea respetable ni legítima; un tema de conversación no te da carta blanca para decir lo que quieras sobre él y eres responsable de que tus palabras puedan seguir reproduciendo esa violencia.
Al ser un tema que durante semanas estaba en la televisión, en internet, en las stories de instagram, en las conversaciones de la cola del supermercado o en las reuniones familiares, este era imposible de eludir. Las supervivientes de violencias sexuales lo último que queremos es recordar que en algún momento a alguien le dio igual nuestro consentimiento, que a alguien no le valió un NO por respuesta, que se pasaron por la torera que el placer siempre tiene que ser compartido. Durante semanas estuvimos escuchando qué opinaban sobre el consentimiento nuestro tío, nuestra frutera, nuestras compañeras de trabajo, etc., y eso es francamente horrible. Por mucho que intentara no leer sobre ello, el tema me perseguía. Veía también a compañeras —conocidas, amigas que sé que han vivido alguna vez una experiencia traumática de este tipo— que optaban por pronunciarse. Otras, como yo, evitábamos dar nuestra opinión, pues puede provocar entre nuestros conocidos reacciones que pueden ser horribles, como aquella vez que compartí con un «amigo» una imagen que hablaba de violencia sexual dentro de la pareja y él «bromeó» con que había violado a su novia esa noche mientras dormía.
A tal punto nos puede llegar el dolor de esa viralización que una chica, a la que sigo en RRSS, me contó que le dio un ataque de estrés postraumático en la parada del bus al escuchar que todo el mundo estaba hablando de ello. Estábamos muy revueltas, agotadas y reviviendo a cada segundo las opiniones de mierda que tenemos tan caladas en nuestro cuerpo, que hacen que nos sigamos sintiendo culpables por las violencias que hemos vivido, responsables por algo que no podíamos controlar. Siempre que se vive una agresión, se piensa: «podría haber corrido, pataleado, haber dicho más veces que no, haberle pegado un puñetazo en la cara a ese tío que dice que me quiere». Aunque sepamos que no es así, siempre está esa voz; y ahora, esa voz estaba fuera de nuestra cabeza, saliendo de la boca de todo el mundo.
Aunque la viralidad de un tema tan complicado como son las agresiones sexuales crea este efecto en las supervivientes, también tiene otra cara. Pensad en los hashtags feministas que se han hecho más virales: #metoo #yositecreo #miracomonosponemos #cuéntalo, etc. Todos ellos hablan de la violencia sexual. En aquel momento fueron agresiones mucho más fuertes que empezaron a salir a la luz, y empezaron a ser contadas, a tener historia e imagen en nuestras cabezas. Se hablaba de temas que son tabú, que son dolorosos, y muchas veces necesitamos el anonimato que nos permite internet para poder hablar de ellos. Leímos historias duras, pero que nos sonaban, que ya habíamos vivido muchas. Dejamos de sentirnos solas, nos sentimos arropadas e incluso llamamos violación a cosas a las que no nos atrevíamos a poner tal nombre. Seguía habiendo opiniones de mierda a nuestro alrededor, pero nos arropamos alrededor de esos hashtags, acuerpándonos virtualmente.