Hace poco me he enterado de que no todo va siempre mal. De que la vida no es en general un desastre horrible del que lamentarse. Puede sonar a tontería tremenda, pero es cierto. Yo había dado por hecho que la vida sale mal, que la gente y los animales sufren y que ya está, que poco más. Es algo que iba pegado a una esquinita de mi pecho, y lo tenía por cierto y total. Y creía otra cosa más: que el hastío, la tristeza, el enfado debían ser parte fundamental de mi ideología. Cansada y transfeminista, triste y antiespecista, cabreada y de clase obrera. La alegría era algo estúpido que solo sienten los europeos ricos y lánguidos. La alegría es burguesa. La madre que me parió. Tanto lo creía que me costaba escribir aquí sobre temas de esos que consideraba, de alguna forma poco consciente y reflexionada, banales. Como por ejemplo la amistad, la familia —a pesar de estar segurísima de que la amistad es política y de que nos salva—. Como por ejemplo de lo bello que es sentarte a charlar con tu gente sobre cómo has dormido; lo rica que estaba la comida; o lo bonito que es el nido que han hecho en el patio las golondrinas. ¿Es que acaso todo eso no es política? ¿No son necesarios esos ratos para seguir?
Antes me habría avergonzado. Porque si me siento a charlar o a comer, es porque tengo privilegios.
Pero ahora digo que sí —y que qué poquita humildad la de creer que quien no los tiene no es capaz de conversar ni disfrutar—. En mi nueva versión, en la que sé que aunque la vida no tiene sentido y es tremendamente dura, también existe lo tierno y lo placentero, quiero escribir artículos profundamente políticos que hablen por ejemplo de la alegría de reírnos de los chistes malos. Sé que a la topita le va a parecer bien: ella ha sido siempre de defender la alegría, nuestra mayor venganza. Yo antes no entendía esta frase. Pero es que creía que estar contenta era cambiar de bando. Ahora sé que esa culpa es otro mecanismo de obediencia. Por eso me estoy quitando del hastío, reservo la rabia para quienes la merecen y el resto lo dejo para el gustito rebelde de sentirme contenta a pesar de.