Como no puede ser de otra manera, cuando los intereses económicos de un determinado grupo, normalmente muy reducido, se ven amenazados, estos ponen a funcionar la gran maquinaria de la información. El objetivo: convencer a una suficiente mayoría de que los intereses económicos de ese pequeño grupo son sus propios intereses. Aquí, en Andalucía, hemos tenido grandes ejemplos de todo esto. Como el espectáculo público que se orquestó para que, una vez llegado al poder, el gobierno del PP pudiera darle carpetazo al impuesto sobre el patrimonio que solo afectaba a 19.000 personas con un patrimonio de 2,7 millones de euros.
Uno de los casos más recientes, a nivel estatal, es la que se ha venido llamando, desde hace ya algunos años, «la guerra del agua». Guerra que surge en torno a los problemas derivados del trasvase del Ebro y del Tajo-Segura, principalmente. El reciente conflicto que vuelve a avivar las llamas de esta «guerra» no es más que un recorte en el suministro de agua que pretende garantizar, según la ley, un caudal mínimo que proteja el equilibrio del ecosistema del río.
Así llega el problema. Unos, los que más tienen que perder porque son los que más ganan, avivan las ascuas y organizan manifestaciones donde vemos a pequeños agricultores temer la posibilidad de perder sus tierras si dicho recorte sigue adelante. Mientras que otros defienden a ultranza la decisión, amparándose en la ley y en un tufo ecologista que empieza a perder significado. Esto lo digo, porque parte de la solución que plantean los que se suben al carro «verde» es el fomento del uso de desalinizadoras como puente hacia una transición más sostenible. No entiendo, porque no lo dicen, cuál es ese futuro que tienen en mente y cómo el uso de desalinizadoras ayudaría a ello. También me sorprende que esto no haya trascendido mucho y se haya asumido como una vía viable y sostenible. Luego me sorprendo menos cuando caigo en que al otro bando de esta guerra le interesa bien poco el impacto ambiental de las salmueras generadas y el alto consumo energético de estas máquinas.
Como en todo, y más en aquellos temas que llegan a colmar las noticias y los telediarios de todos los medios, existe un alto riesgo de que uno mismo se vea defendiendo una postura u otra. No exactamente por convicción, sino, más bien, por simpatía con algunos miembros de uno u otro bando. Sé que no es posible tener un conocimiento amplio de todos y cada uno de los grandes temas que generan este tipo de debates a escala nacional. Por ello, considero oportuno que uno tome una actitud crítica y lejana si cree que existen asuntos que no logra comprender del todo.
Así, os invito a salir un poco del foco del debate. A comprender que lo que llaman «guerra» no es más que una de tantas pequeñas peleas que tienen entre los de siempre. Y a mirar al verdadero problema desde una óptica más amplia. Pues el problema es serio y, casi sin que muchas nos demos cuenta, afectará a todas las poblaciones de este planeta.
El agua dulce es, cada vez más, un bien escaso. Hace pocas décadas, a los que hemos nacido en un país europeo, se nos hacía ver que ese era un asunto que solo afectaba a los países africanos. Pero cada vez hay más indicios de que este problema será también nuestro, si no lo es ya. Este pasado año, en el país, se han llegado a los valores de reservas más bajos de los últimos treinta años y no se espera que la situación mejore mucho en los que vienen.
Este problema puede responder a muchas situaciones. Por un lado, nos encontramos con fenómenos climáticos que no tienen un origen antropogénico, como puede ser la desertización de ciertas zonas (proceso muy posiblemente acelerado por el hacer humano, pero que asumimos que sin su presencia tarde o temprano sucedería). Y, por otro, nos encontramos todos los problemas derivados del hacer humano, como es el cambio climático y el consumo descontrolado del agua.
La influencia negativa del ser humano occidental sobre el clima es quizá la principal causa de este déficit que venimos sufriendo. Por lo que parte de su solución debe pasar ineludiblemente por una reducción drástica del modelo energético capaz de minimizar el impacto ambiental, cosa que no se va a conseguir con un modelo de transición como se ha llevado tratando desde los gobiernos y empresas, las cuales son todas ahora «verdes y sostenibles».
Otro asunto importante es, también, poner sobre la mesa que este déficit responde a un mayor consumo en las últimas décadas. Y dado que los últimos datos alumbran una menor población, no nos queda otra que confirmar que este mayor consumo se realiza por parte de la industria. Esto que voy a decir es un poco muy populista, pero es un dato interesante, fácil de recordar y de entender, y puede servir como un ejemplo claro y simpático: en el año 2021 se produjeron 3.700 millones de litros de cerveza en el Estado, lo que equivale a entre 11.100 y 18.500 millones de litros de agua consumida. Volumen de agua equivalente al consumido en un año por una población de unos 300.000 habitantes. En esencia, una disminución drástica del consumo de agua por parte de la industria facilitaría la protección de este recurso.
Por último, no quisiera terminar este texto sin dejar de mencionar el asunto de la falta de agua en determinadas zonas debido a un proceso natural de desertización. Personalmente, este asunto me hace plantearme muchas dudas. La primera y más profunda sería la necesidad de seguir poblando estas zonas y si los trasvases o la desalinización de aguas marinas son una necesidad o responden al egoísmo propio de nuestra especie, incapaz de abandonar un privilegio, como es la ocupación de un territorio. Aquí os dejo con estas preguntas.