nº59 | política estatal

Vientos de derechas

Soplan vientos de derechas, pero ¿qué son? El viraje de los imaginarios económicos y culturales a formas de subjetividad difícilmente traducibles al imaginario político de la izquierda. La industria cultural —las series, la música— da buena cuenta de ello.

El éxito de series como Peaky Blinders —la familia convertida en empresa del crimen organizado viaja desde los márgenes del capitalismo de entreguerras hasta la cima de la política británica— o la frase «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan» de Shakira son síntomas de ello: el tipo humano empresario de sí sigue siendo el tipo hegemónico, y las redes sociales han reforzado esto.

La crisis de 2008 aumentó la precariedad, la incertidumbre social y la necesidad de competir para labrarse un nombre y, sencillamente, sentir que se es alguien, ya sea en las redes sociales, en política o en el ámbito laboral (Foucault wins again). La ética individualista, basada en la defensa de los tuyos frente a los otros, y el escepticismo radical frente a todo lo que prometa un político desde el colectivismo beneficia a la derecha mucho más que a la izquierda.

Retrospectivamente, este ha sido uno de los grandes problemas culturales de la izquierda cada vez que se ha situado a medio caballo entre el capital y la moral: quiere poder diciendo que no quiere poder (problema de las primarias); quiere lo que da el dinero diciendo que no quiere dinero (problema simbólico del chalet); y quiere abanderar la democracia y el ecologismo sin renunciar a la ley mordaza ni al chuletón al punto.

De hecho, la fascinación que generan películas como El lobo de Wall Street se basa en la inversión de este esquema: un tipo gritando delante de su manada de «asesinos financieros» que cada día de su vida elige ser rico para no ser pobre. La superación del malestar en el capitalismo mediante el grito liberador del «yo también quiero ser rico».

En esto Bizarrap no es muy distinto, salvo por la corbata. Explota la ética y la estética de individuos que lo petan viniendo desde abajo. Del rap coge la competencia. De la electrónica la fiesta. ¿Resultado? La celebración sistemática de la victoria en la competencia que va del margen a la cima.
Este es el recorrido que adora la épica neoliberal que ya describió el rapero 50 Cent en Get Rich or Die Trying.

Por la misma razón, hoy, C. Tangana, resulta mucho más genuino que los refritos ideológicos de los Chikos del Maíz: uno reconoce que quiere ser rico, y salir en la tele y en la radio; habla abiertamente de su ambición desmedida por las mujeres, la pasta y los focos; los otros no dejan de ganar dinero y de dar bolos en el mismo sistema al que odian legítimamente. Y no importa quién tenga la razón en su mensaje. Lo importante es que reconocer sin tapujos que solo ganando dinero se puede ganar uno la vida tiene hoy un aura de autenticidad, mientras que las apelaciones a la moral o la justicia social han caído del lado del autoengaño.

Este es el viento que sopla a favor de Ayuso cuando dice que «la justicia social es un invento de la izquierda»; o que los valores de la solidaridad desinteresada son un lujo. De este modo apela a lo que en la izquierda se ha vuelto un tabú, y lo que en la cultura neoliberal es una conditio sine qua non del éxito: la ambición.

Y de ahí que la cercanía de la derecha a quienes no aceptan ver su propia identidad disuelta en colectivos, lo que incluye a migrantes y trabajadores que no quieren ser asociados con rasgos que consideran inesenciales de su identidad. Así, la derecha aspiró al voto latino hablando de hispanos, no de migrantes. Y al voto popular hablando de la cultura del esfuerzo, no de clase trabajadora. Es decir, interpelando al otro siempre desde aquello que respeta de sí mismo.

Todo esto significa que vivimos un momento muy distinto a la crisis de 2008, donde el egoísmo generó una crisis que se llevó muchas vidas, muchas casas y muchos sueños individuales por delante. El problema de esta derecha se hará visible cuando le toque gestionar las crisis ecosociales que están llamando a la puerta. ¿O alguien cree que el calor va a dejar de destruir cultivos? ¿O que el PP tiene una varita mágica para gestionar las crisis del agua?

En suma: la tortilla volverá a darse la vuelta cuando las élites vuelvan a tener que decir a las víctimas de las crisis venideras que «vivimos por encima de nuestras posibilidades». Cuando el espejismo de la «igualdad de oportunidades» se desvanezca y la luz de la cultura vuelva a reflejar la desigualdad real. Mientras tanto, la izquierda seguirá a remo, la derecha a toda vela y la Nathy Peluso cantando «Quiero ser mafiosa».

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