nº8 | política local

Victoria en la Alameda

El cineasta y arquitecto Juan Sebastián Bollaín rodó, en 1978, una serie de documentales sobre el urbanismo sevillano que nunca llegaron a proyectarse por su estética vanguardista y su mensaje insolente, pero que hoy, por fin, los podemos disfrutar en YouTube. En uno de ellos, titulado Sevilla rota cuenta —en clave de ciencia ficción— cómo el Ayuntamiento decidió prohibir el aparcamiento en la plaza de San Francisco —por entonces, un atestado parking— y convertir el espacio en una piscina pública. Ante esa medida impopular, los conductores se rebelaron y siguieron aparcando —incluso dentro del agua—, por lo que el Ayuntamiento tuvo que buscar una alternativa: habilitar las naves de la Santa Iglesia Catedral como aparcamiento provisional. La imagen de la Catedral llena de coches aparcados —digna de Buñuel—, cierra la noticia en un ficticio Telediario del futuro.

Y tres décadas después el futuro ha llegado y en la Alameda de Hércules se ha vivido una batalla parecida, en la que un grupo social reducido, pero con poder —los comerciantes tradicionales del centro-sur— ha intentado imponer su interés: que el Ayuntamiento le construyera un aparcamiento, oponiéndose a una mayoría de familias jóvenes que han repoblado el centro-norte, con otros intereses muy distintos. Esta ha sido una lucha por apropiarse de un espacio: unos para ponerlo al servicio de sus negocios y otros para dedicarlo al ocio colectivo. El lobby comercial ha empleado los medios económicos, políticos (al propio alcalde) y de difusión que tiene, y los residentes han empleado también sus propios recursos. Al final, la mayoría social se ha impuesto y ha conseguido que la decisión última de la Junta de Andalucía coincidiera con su posición.

Llegado el momento de los créditos de la película, podemos hacer balance: esta historia ha sido un pequeño paso para la humanidad, pero un gran salto para muchas personas. Al menos, esas miles de personas que podrán seguir viviendo en la Alameda sus historias en común: pequeñas historias de juegos, carreras, charlas, colocones, amores, artes, odios, risas, paseos, envidias, descubrimientos, abrazos, peleas, recuerdos, encuentros y cagadas de camellos. El balance de esta historia es que todas esas historias tendrán un continuará… y que a veces ganamos.

Y tras el balance, las lecciones. Porque si de los errores aprendemos tanto que nos encanta repetirlos, de los aciertos deberíamos escribir manuales para las generaciones futuras, o al menos, para nosotros cuando volvamos a los refugios. De esta pequeña batalla por la Alameda algo podemos aprender, por ejemplo:

Lección 1: El tiempo no transcurre en un agujero negro

Esta ciudad vive en un loop, repitiendo el mismo guión desde el Barroco e incapaz de salir del bucle. Este aparcamiento en la Alameda se intentó hacer en 1962, se volvió a plantear en 1975 e incluso se inició en 1998. Todas estas veces, como ahora en 2014, la oposición vecinal impidió que se consumara. Algún día habrá que romper el ciclo del eterno retorno, porque nadie puede asegurar que estos burros no vuelvan a tropezar en la misma piedra.

Lección 2: El camino más corto no es la línea recta

Cuando los objetivos están claramente definidos, siempre existe la tentación de buscar atajos, pero esto hace que el camino sea corto, poco enriquecedor y no deje poso. En este pleito por la Alameda, el haber interpelado a la Junta de Andalucía para que tomara la decisión final sin antes haber removido otras conciencias habría llevado a una victoria vacía. En cambio, haber dado muchos más pasos con calma, seguridad y pisando firme ha permitido que el proceso mismo haya atraído a nuevos compañeros de viaje.

Lección 3: El medio sigue siendo el mensaje

En estos tiempos de contacto virtual, la difusión por las redes sociales tiene el valor de la inmediatez, facilidad y gratuidad; pero los medios de masas siguen siendo los grandes creadores de opinión. En una democracia tan delegada y poco participada como la nuestra, hacer llegar los argumentos hasta los espacios de decisión requiere visibilidad pública. Todo el trabajo de concienciación, argumentación, colaboración y convocatoria desarrollado en las redes, ha tenido una importante función conectiva, pero se queda en el círculo de los próximos. Para los que desconocen los motivos de fondo, la prensa y la televisión siguen marcando sus argumentos. Por esto, llegar a los medios de masas es condición para ser oídos si se quiere gritar bien alto.

Lección 4: Los hechos pesan más que las palabras

Acostumbrados a que la discusión política adopte la forma de debate, solemos identificarla con una contraposición de argumentos. La pugna por la Alameda también ha sido una batalla de ideas, con argumentos enfrentados sobre las ventajas e inconvenientes de los distintos modelos de ciudad que ambos defendían. Pero todos sabemos que, en el fondo, los argumentos son justificaciones a posteriori de intereses previos, por lo que solemos ser escépticos sobre su objetividad. En cambio, a los actos, hechos y acciones les conferimos un mayor grado de realidad y poder de convicción. Siempre es más convincente predicar con el ejemplo y demostrar en la práctica que aquello que defiendes funciona. Para explicar qué uso queremos para la Alameda como espacio de convivencia no valían infografías, había que vivirla, y además, vivirla de forma festiva.

Lección 5: Hacer las leyes da ventaja

El marco jurídico delimita el terreno y las reglas del juego, por lo que tener las normas a favor ahorra mucho esfuerzo. En este caso, el vecindario defendía la normativa vigente del PGOU, mientras el Ayuntamiento quería cambiarla, lo que hacía más sólidas nuestras razones. No es que la legalidad otorgue legitimidad, pero al menos permite dar por firmes algunos principios que no es necesario que se vuelvan a discutir. Actuar contra las normas puede ser muy excitante, pero hay que reconocer que resulta más cansado que nadar a favor de la corriente.

Lección 6: Ellos son pocos y cobardes

El poder sabe revestirse de una imagen de inaccesibilidad basada en que tiene unos conocimientos, experiencias y saberes que no son comunes. Pero al verse enfrentado a la resolución de problemas cotidianos, se ve que su nivel de fundamento técnico, es a veces similar al de la barra del bar, y «el emperador se queda desnudo». En esta batalla de la Alameda, el Ayuntamiento se ha quedado tan corto de razones que ha mostrado sus vergüenzas. Ha llegado a argumentar que el proyecto se impulsaba por las «reiteradas presiones» de los comerciantes, que era «temporal y reversible» hasta que se construyese el metro, e incluso, que la Alameda no está «dentro del centro histórico». Con estas razones, nuestros munícipes han demostrado que son tan «cortos» como aparentan.

Y ahora, la risa empieza a cambiar de bando.

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