nº51 | política andaluza

PIGMENTOS CON MEMORIA

Lo que las pinturas rupestres nos cuentan

Hace unas semanas, un colaborador de uno de los shows televisivos más vistos de España decía que él no se creía lo de las pinturas rupestres (ya sabéis, esos monigotes prehistóricos de personitas y animalitos en cuevas y oquedades pétreas). Que cómo iba eso a tener tantos años y a seguir ahí; que no podía ser verdad de ninguna de las maneras. Independientemente de su convencimiento, lo cierto es que poner en duda la veracidad de estas pinturas ante la audiencia televisiva es totalmente negligente. No solo porque se está cuestionando tanto la importancia de un elemento histórico y patrimonial como la credibilidad de les profesionales que se dedican a estudiarlo, sino porque, además, legitima un discurso peligroso: el que define qué se conserva y qué se deja al abandono o se vandaliza. O lo que es lo mismo, decidir qué vale la pena, qué es arte y qué no. Se defina como se defina el arte, estoy segura de que todes compartimos que este es siempre una expresión humana intencionada. Entonces, ¿por qué no reconocemos esa capacidad expresiva en nuestres antecesores?

Muchas de estas pinturas muestran un estilo abstracto, llamado «esquemático». Justamente, del gusto que, en el siglo XX, triunfó tanto y que le hizo ganar tanta pasta a más de un señor. Eso era aceptado, unánimemente, como Arte, con mayúsculas. Un pigmento de miles de años de antigüedad sobre una roca, con todo el significado que conlleva, resulta que para muches no lo es. Y si algo no se considera digno de valor, no se hará nada por conservarlo.

Estamos en un momento delicado para las pinturas rupestres. En 2006, la FAE (Federación Andaluza de Espeleología) señaló la falta de protección del 99% de las cuevas prehistóricas andaluzas, la mayoría de libre acceso y sin plan de conservación alguno. A día de hoy, no se puede decir que haya mejorado mucho el asunto. Recientemente hemos visto en medios cómo Las Sacerdotisas, en el Parque Natural de Despeñaperros, Patrimonio de la Humanidad desde 1998, eran empercochadas con pegotes de aerosol rosa. Muy cerquita está la Cueva de los Escolares que, en 2014, sufrió el intento de robo de una de sus pinturas a golpe de piqueta. En enero de este mismo año, el abrigo manchego de la Rendija amaneció un día con un «aki stubo josue», entre otros pintarrajeos. En 2017, la entrada a la malagueña Cueva de la Victoria fue forzada para arrojar allí basura, muebles y, por supuesto, para hacer pintadas. La cueva tarifeña de Atlanterra, bien de interés cultural desde 1985 por ser sus pinturas de las más antiguas de Andalucía, lleva siendo violentada, periódicamente, desde 1992: pintadas, golpes con objetos punzantes, grietas por voladuras cercanas y sucesivos lavados para recuperar las pinturas originales, con el desgaste que ello conlleva. No fue hasta 2017 cuando, por fin, se cerró su acceso. Y paro ya de contar, porque esto es para ponerse, como diría Martirio, «mala de los nervios».

Si Andalucía (especialmente las provincias de Almería, Jaén, Córdoba, Granada, Cádiz y Málaga) es uno de los puntos más importantes de arqueología prehistórica de la península, ¿cómo no conocemos, valoramos y fomentamos esta riqueza? No hablo ya en términos turísticos, sino en términos culturales. ¿Cómo no querer proteger y divulgar eso? ¿Cómo no querer conectar con les ancestres que dejaron su imaginario y sus huellas en piedra? Sin embargo, es así y nos permitimos el lujo de despreciar esas manifestaciones y de hacer asunciones sobre la otredad de quienes las dejaron, sin hacer siquiera el esfuerzo de plantearnos lo común con elles… o lo diferente. Asumimos que todo lo que no entendemos es un ritual anacrónico y obsoleto; asumimos que, únicamente, hay, y siempre ha habido, dos sexos y géneros, y asumimos sin dudas que los machos cazaban y las hembras se quedaban en una cueva. Aun así, somos incapaces de plantearnos, ni por un momento, que esas hembras (mujeres siempre imaginadas como salvajes con las tetas fuera y bebés colgando de ellas) sacasen tiempo, entre toma y toma, para imprimir sus huellas en una pared. A pesar de que existan cuevas como la asturiana de Tito Bustillo, que aloja el Camarín de las vulvas (sí, paredes, literalmente, llenas de evidentes representaciones de vulvas) o la granadina de los Machos que, a pesar de su nombre, tiene impresiones de manos que las investigaciones constatan, casi con toda probabilidad, como femeninas: ¡sorpresa!, las mujeres existían en la Prehistoria.

La cantidad de sesgo androcéntrico que hay en esta retahíla es hasta vergonzosa. Más aún, lo es que nos esté costando tanto superarla. Para responder a todos estos interrogantes, las pinturas rupestres son grandes recursos.

Para empezar, estas pinturas nos hablan de nuestra antigüedad como especie. Para sorpresa del colaborador que mencionaba al inicio, hay técnicas de datación (como el radiocarbono o la LOE, luminiscencia ópticamente estimulada) que pueden darnos estimaciones muy certeras sobre el tiempo que tienen los pigmentos que se utilizaron, el material que hay debajo de estos, o las pátinas que se forman encima por acción de los elementos del entorno y el paso de los milenios.

Nos hablan, también, de los materiales que tenían estas personas a su disposición y cómo los usaban; es decir, de su tecnología. Vemos formas de ocupar el espacio según las necesidades, así como los conceptos que manejaban y a los que daban tanta relevancia como para representarlos. También comprobamos que lo de los géneros no está, para nada, escrito en piedra (guiño, guiño), puesto que las representaciones mujer-hombre no son, necesariamente, unívocas. Constatamos que lo ritual no implica necesariamente magia, pero sí subraya lo que es importante para el grupo. Sin ir más lejos, en la antes citada cueva de Atlanterra (llamada también de «las Orcas») encontramos un calendario natural: según los solsticios o los equinoccios, el sol incide en unas u otras pinturas de la cueva, pudiendo así saberse, por ejemplo, el inicio de la temporada en que llegaban los atunes a las costas gaditanas. Estos venían seguidos de las orcas que se alimentan de ellos, las cuales se otearían perfectamente desde este lugar (de ahí el nombre de la cueva), e indicaban con su presencia que era el momento de comenzar la pesca del atún.

Tan impactante como la cueva de las Orcas es el dolmen de Soto en Trigueros, declarado Monumento Nacional en 1931. Se trata de un corredor compuesto de grandes piedras u ortostatos, que se abre a una cámara donde había un pequeño altar. En todo el espacio, que tenía un uso funerario para enterramientos colectivos, podemos distinguir pinturas y grabados rupestres, incluyendo formas humanas y constelaciones. Aquí fueron depositados ocho cadáveres, en cuclillas y apoyados sobre los ortostatos, acompañados de algunos objetos de cerámica, collares o cuchillos de sílex. Al estar el dolmen orientado de levante a poniente, la cámara solo recibe luz del sol en los equinoccios. No es difícil imaginar la trascendencia y el significado que tendría para esta comunidad el momento de ver a sus ancestres bañades por el sol, así como los grabados que quedaban sobre sus cabezas. Alrededor del dolmen, había diferentes estructuras de altar y hogueras, así como un anillo de menhires que recuerda al famoso Stonehenge (este de forma previa al dolmen). Por tanto, tenemos un ejemplo, no solo de calendario astronómico, sino, también, de manifestación cultural y ritual, y de organización social. Para que luego andemos pensando que en la Prehistoria no afinaban.

Observando y estudiando las pinturas rupestres, nos acercamos a formas de concebir el mundo previas a la actual. Y esto, a mi juicio, es lo más importante. Porque después de abrirnos los ojos a tantas cuestiones, hay un mensaje que es imposible pasar por alto: siempre subyace lo colectivo. Las escenas representadas son, en su inmensa mayoría, grupales. Ya sea la caza, la recolección, la danza, o el conjunto de huellas de personas adultas, adolescentes o infantes (incluyendo bebés), queda patente que sus actividades eran, por definición, comunitarias. Porque tenían claro que la supervivencia está en lo colectivo. No será tan inteligente y avanzada esta sociedad nuestra si se nos ha olvidado una cosa tan elemental.

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