nº61 | política andaluza

Patriarcado civilizatorio

La niña de las trenzas apretás se rezaga toas las mañanas al llegar a la escuela. Antes de unirse la última a la cola ha de asegurarse de que su hermana chica esté con el grupo de primero de primaria y controlar, atacá de jindama, que su hermano mellizo haiga llegao a tiempo y en condiciones porque ya se sabe lo dejaos que son los chavales. Más traviesos, maduran más tarde y hay que estar más pendiente. Paradójicamente ese niño exento hasta del compromiso de su propio cuidado tiene la potestá de mandar callar, en público y en privado, a la hermana que lo está criando. Es el heredero legítimo del mando de la tele cuando su padre no está. También es verdá que las niñas son diferentes, son más responsables.

Cuando las abujas del reloj marcan las nueve y cinco, la niña-madre ya está sentá en su pupitre con un jornal ganao que nunca cobrará. Y pa que el diablo no se ría de la mentira valga decir que lo traía ganao muncho antes de salir por el tranco de la puerta. Al amanecer, cuando tabía no había dibujos en la tele ella ya estaba en pie encargá de avíar el desayuno, de recoger la vajilla, vestir y asear a la hija (de su madre) y procurando que el hijo (de su madre) se preparara por su cuenta. Al final de la jorná, de vuelta a su casa la madre de la niña de las trenzas aprentás se desquitará con su hija la amargura amasá pa gloria del capital. So pretexto de cualquier despiste en las tareas del hogar propio y frecuente en las niñas con edá de jugar y la condena de criar lo que no han parío.

La violencia machista es la violación de los derechos humanos de las personas por el hecho de ser mujeres. Este yugo pesa sobre los cogotes de las hembras humanas desde la más tierna infancia a la más curtida vejez.

La violencia machista se trama en las instituciones, se normaliza a través del cine de Hollywood, se hace cotidiana en los ejemplos de los libros de texto de la educación obligatoria, se asume en los roles familiares y sociales y, al igual que el capitalismo, no entiende de cultura, ni de raza, ni de religión. Tampoco de clase social.

La lógica patriarcal, el marco de pensamiento que legitima la violencia contra ciertos cuerpos, es piedra angular y epistémica de la civilización que invadió y saqueó el mundo. No quiero decir que antes de que el autoproclamado occidente se expandiera como metástasis por los cuatros costados de la Tierra la población mundial fuera ni feminista, ni ideal y ni tan siquiera homogénea, quiero decir y digo que tras su propagación (a golpe de exterminio y castración) solo quedó lugar para el machismo. Coronas infectadas de misoginia impregnaron el subconsciente colectivo de los pueblos del globo terráqueo. En el saqueo (material y espiritual) se eliminó aquello que desafiaba su verdad y se mantuvo y potenció aquello que la sustentaba. Sí, hubo gentes aliadas del colonialismo entre los pueblos asaltados sin cuya ayuda tal vez hubiera sido imposible la rapiña. Incluso hay personas de clase obrera votando por los intereses de la burguesía y la nobleza y existen mujeres negando la urgencia de los avances feministas. El racismo no es cuestión de raza, es cuestión de ideología; como el feminismo no lo es de género ni de sexo, sino de condición y convicción.

De pie en un rincón de la sala de profesores está la nueva maestra atendiendo a las presentaciones de quienes serán sus compis este curso. Un chico muy mono, afeminao y moderno se presenta como el encargao del programa de igualdá del centro.

«Tenemos que hablar un ratito», le dice mientras vacía la mitá del azúcar del sobre en el café. «Antes muerta que sencilla —se ríe a carcajadas—, pa presumir hay que sufrir, maricón, y hay que guardar la linea». Sella su discurso con un clin d’oeil. Es el maestro de francés.

«Ya te darás cuenta de dónde te has metido. Aunque bueno… ya habrás visto algo. Aquí el problema es la cultura. Nosotros hacemos lo que podemos, pero, claro, al final es en la casa donde está el problema. Es una cultura muy machista, a las niñas las obligan a ponerse el pañuelo… en fin. Aquí está prohibido por la normativa interna del centro. Si cuando salgan a la calle se lo quieren poner que se lo pongan, pero aquí no.» Estas últimas palabras las dice mientras mira con una mezcla de recelo e intriga la felpa ancha que cubre por completo el cabello de la nueva maestra, quien se limita a asentir ligeramente con una mueca de sonrisa a medio poner.

Sin pretensión de desmentir la historia oficial y científica escrita por los sapientísimos historiadores imparciales de la parte vencedora, se van a hilvanar a continuación unos pespuntes de ficción histórica e informal. Figúrense hordas de hombres civilizados (y otros no tan hombres, ni tan civilizados) llegando, por ejemplo, a las orillas del mar Caribe. Tras atracar los barcos, pisar tierra, avanzar por entre el cielo y la tierra de su Nuevo Mundo, encuentran a mujeres y hombres adultos dando vueltas alrededor de una piedra con forma de serpiente. «¿Qué hacen?» Se preguntan y, tras cavilaciones, llegan a la conclusión de que la piedra es un dios. Porque esos hombres recién llegados ya conocían dioses de piedra, madera, porcelana y mármol. Dieron fe de que lo que veían sus ojos era un rito religioso porque habían visto en su tierra que ellos también hacían aspavientos frente a imágenes. Me figuro a un explorador diciéndole a su escriba: «Picha, apunta que esta gente también tiene santos». Los señores que escribían y describían el mundo, aquellos que lo recorrían de cabo a rabo, no tenían más remedio que explicar lo que veían según las etiquetas aprendidas en su propia casa, en su propia cultura. La verdad universal.

A mitá de la mañana la maestra de segundo de primaria entra a la clase de sexto. Está buscando a la hermana mayor de uno de sus alumnos pa que se encargue de darle las tareas, ya que por problemas de salud el pequeño faltará toda la semana. Con sus piernas largas e infantiles, la niña deja sus deberes a un lao pa hacerse cargo de su destino de hembra. En ese mismo momento, el hermano mayor, un adolescente de casi dieciséis años, desatiende la enseñanza retrepao en la silla en la clase de segundo de la ESO. No hay cultura que coarte su libertá.

Pero vamos a ver, ¿cómo va a ser lo mismo? La piedra a la que da vueltas el pueblo del mar Caribe no puede ser lo mismo que el Miguel Ángel de David. Según la ciencia científica de la verdad absoluta y objetiva la primera piedra se llama «icono animista o ídolo» y la segunda «Arte».

Esta es la última semana de trabajo de la profesora de Religión, con mayúsculas, la única que se imparte en este cole. Tras una vida entregá a la enseñanza de la fe católica en las instituciones públicas de un Estado aconfesional con pretensiones de laico, el próximo viernes se jubila, entrega la cruz y el lápiz. Ha traío pa despedirse una torta a base de manteca de marrano y harina, rellena de cabello de ángel y rociá con semillas de sésamo. Una auténtica bomba de relojería para los estándares de belleza a los que libremente han decidío someterse sus compañeras del centro. Arreor del dulce, que preside la mesa, se dan conversaciones en torno a michelines, edades y palabras de ánimo y consuelo sobre el no estar gorda. Porque estar gorda es pecado capital en algunas formas de vida pero la elección de ser delgá es completamente libre. Clara, la maestra de matemáticas, comparte recetas fitness. María, la maestra de cuarto, le pregunta que de aonde saca el tiempo porque a ella entre el cuidao de los niños, la gestión de la casa y demás fletes de lo cotidiano no le da la vida. Carlota, la directora, confiesa que a ella le encantan todas esas recetas pero como a su marido, un cristiano muy moderno que a causa del trabajo no le da lugar a guisar para alimentarse, no le hacen ni chispitica de gracia y prefiere cocinar otros platos más de su agrado ya que ella no está por la labor de aviar menús a la carta. El comentario que la nueva maestra hace sobre los gustos que tienen más legitimidá y privilegio en la balanza de la estructura familiar pasa desapercibío a drede.

Dios habitará todas las piedras sin importar por dónde las melle el cincel de quien las moldee.

Dios estará, si se le invoca, en la piedra que permite a personas adultas jugar y en la que impide que estas se amen.

Cuando el cuerpo de las mujeres es el campo de batalla y el tema de la tertulia, todo estandarte es violencia machista.

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