nº31 | entrevista

La música es agua, comida, aire y luz

El Topo entrevista a una persona que acaba de nacer de nuevo habiendo salido vivo de una guerra loca. Un superviviente multidimensional, poliédrico. Porque su supervivencia no solo refiere a una guerra, a perderlo todo, a la salida de un país; sino también al vacío, a empezar de nuevo, a volver a integrarse y, sobre todo, a volver otra vez a soñar. Él ha decidido guardar su anonimato. De ahora en adelante será nuestro amigo sirio.

Nuestro amigo sirio y yo nos conocemos en una velada musical organizada por otro amigo en su casa. Después de deleitarnos con exquisitas neverías y selectos espirituosos, nuestro amigo sirio y un colega suyo desenfundaron sus instrumentos y nos regalaron un pequeño recital a dos laudes, algo poco usual en la música oriental. Sus ojos brillaban, su nariz aleteaba, rezumaba ilusión y ganas de compartir en cada nota asincopada, en cada glissando, en cada microtono de su bayati. Al segundo temazo esa energía había hecho desenfundar sus instrumentos al resto de comensales, quienes íbamos tímidamente empezando a interactuar con ese lenguaje musical bastante desconocido para la mayoría. Subidón, trance, emoción pura, cuando empieza a colarse entre las aportaciones más o menos acertadas de cada uno de los instrumentos presentes un tema que me es familiar. ¡No doy crédito! Y es entonces cuando el clarinete y el laúd se funden en una conversación mágica, habitando lugares diferentes pero respirando el mismo aire que el laúd hace vibrar. Para mí, ese tema es un clásico del repertorio Klezmer de música askenazí y se llama Der Terk In Amerika. Para él, el tema se llama Ghazali y es tradicional de su ciudad, Alepo, hoy devastada. Llevando la investigación algo más lejos después supimos que el tema parece tener su origen en el imperio otomano, existiendo también versión turca Uskudara y griega Apokseno topo, entre otras.

Hoy, recordando este momento, nos reímos de las apropiaciones culturales, de la búsqueda de lo puro, en un mundo que es mestizo a sangre y fuego. Hemos quedado para recordar, para recuperar, para superar la pérdida y festejar, y compartirlo. Para nuestro amigo sirio la música es agua, es comida, es aire, es luz. ¡No se puede vivir sin la música! Él me cuenta que empezó a cantar de niño en Siria, cuando su profesor de música le dijo a los seis años que tenía muy buena voz y lo mandó al coro. Comenzó así su travesía por diferentes coros y grupos palestinos. Porque nuestro amigo sirio, no se lo pierdan, también tiene pasaporte palestino, viéndose su familia obligada a refugiarse en Siria. Durante una pequeña gira que hicieron en compañía de un laudista, cuando él tenía alrededor de once años, quedó hipnotizado por el sonido del laúd e intentó persuadirle de que le enseñara a tocarlo. El músico se resistió y a forma de larga le dijo: «Cuando termines el bachillerato te enseñaré». Y así quedó chafado nuestro querido amigo a sus once añitos con una espinita clavada en el ombligo.

La revolución comenzó en Siria en marzo de 2011, país de gran diversidad cultural y étnica, donde cohabitaban árabes, turcos, armenios, kurdos y refugiados palestinos. En sus calles confluían juramentos en arameo con poemas en kurdo, lamentos en azerí con canciones en turkomano. Poco antes, en diciembre de 2010, la revolución de los jazmines en Túnez fue la mecha que prendió la llamada primavera árabe, extendiéndose a lo largo del medio oriente y el norte de África. El aumento de la represión política, económica y social, el desempleo elevado y la corrupción conformaron un cocktail que ya hacía prever el fatal desenlace.

Según ACNUR, hasta la fecha unos 6,6 millones de personas han sido desplazadas internamente y 5,6 millones han huido de Siria, lo que significa más de la mitad de su población total que rondaba los 20 millones en 2011. Si añadimos el más de medio millón de muertes y el más de un millón de heridos el resultado es un país borrado del mapa.

Llegados a este punto y ya con un nudo en el estómago decidimos hacer un alto en el camino, tomar aire y recuperar la música como lenguaje cómplice, que no nos fatiga. Tocamos un tema tradicional sirio Hal Asmar El-Lon, que traducido viene a ser algo así como «el chico moreno», y que habla del deseo de una muchacha por el mencionado afortunado, cosa bastante inusual en las letras de canciones árabes tradicionales. Nuestro amigo sirio la canta desde la pérdida, desde la memoria y desde la rabia.

Nuestro amigo sirio toma aire y nos comparte que «las personas sirias en el exilio estamos actualmente desilusionadas, solo pensamos en nuestros nuevos caminos y en nuestras vidas, presentes y futuras. La Siria actual es un país perdido, pueblos destruidos, gente asesinada, mucha pobreza, diferentes milicias y un Gobierno sin poder. Quien controla la situación actualmente son las milicias y Rusia. Sin esperanza en un posible futuro y sin poder volver al pasado. Es una pérdida absoluta, es vivir el perder»

Nuestro amigo sirio fue el primero de su familia en sentirse obligado a salir de Siria en marzo de 2013 huyendo de una guerra que duraba ya casi dos años. Primero para escapar del servicio militar obligatorio que empezaba a llamarle a filas. En segundo lugar con el objetivo decidido de conseguir sacar al resto. Su destino fue Argelia ya que allí acogen a las personas de origen palestino sin cortapisas y además podía trabajar sin problemas. Trabajó durante dos años como ingeniero eléctrico para conseguir pagar los costes de sacar al resto de su familia de Siria, mafias y pasajes incluidos. Su salario y lo obtenido de la venta de la vivienda familiar en Alepo fueron suficientes para reunir los 50 000 €. Su familia salió vía Turquía para terminar llegando al norte de Europa donde actualmente residen.

Personalmente me resulta muy difícil ni siquiera poder imaginarme con un mínimo de realismo lo que debe ser sufrir una realidad tan difícil. Le pregunto cómo ha cambiado su vida y la de su familia tras el trauma de la guerra y la huida: «hemos cambiado muchísimo. Hemos crecido mucho. Hemos cambiado nuestra forma de pensar. Me siento afortunado por haber vivido la guerra y haber salido porque soy otra persona. Soy mucho más valiente y he ganado muchísima confianza en mí mismo». Nos confiesa que nunca hubiera imaginado que llegaría a creer en él mismo tanto. Echa una carcajada y dice «¡llegar a la Luna se me quedaría corto!, me siento muy afortunado, ahora valoro muchísimo más el estar vivo, he cambiado mi forma de recordar el pasado y de mirar al futuro». Durante todo este tiempo asegura haberse llegado a conocer muy bien: «una de las grandes claves de la buena vida es saber quién eres, conocerte y reconocerte muy bien, aprender a describir tu identidad»

Por su lado, nuestro amigo sirio tuvo que conseguir entrar a Europa por el sur. Desde Argelia entró de polizón a Marruecos hasta Nador, ciudad desde la que esperaba pasar a Melilla con el grueso de trabajadores y trabajadoras marroquíes que cada día cruzan la frontera. En la frontera entre Marruecos y Melilla existen tres puertas controladas por las que entran y salen sobre todo marroquíes pero también españoles y españolas que van a trabajar al otro lado. El plan consistía en escamotearse durante las horas punta en esa marea humana de mano de obra explotada para lograr pasar el control del lado marroquí. Lo intentó muchas veces, le distinguían por no parecer marroquí y le echaban para atrás. El día que lo consiguió lo intentó dos veces bien temprano en la mañana. La primera le volvieron a descubrir pero tenía una corazonada, no desistió y volvió con otra camiseta diez minutos después y esta vez lo logró. Una vez llegado al control español enseñó su pasaporte sirio y pidió el asilo. Realizado el trámite burocrático y en espera de la resolución de la demanda fue enviado al CETI de Melilla en el que pasó cincuenta días mientras estudiaban su caso. Finalmente fue enviado a Málaga donde fue asignado bajo custodia a CEAR, quien le traslada a un centro de acogida en Sevilla. «Cuando llegué a Sevilla me enamoré sin saberlo. El plan era una vez llegado a Sevilla ir a ver a la familia al norte de Europa y quedarme allí. Así lo hice, llegué donde estaba mi familia y reclamé poder quedarme allí.» Esto abría otro nuevo trámite de traslado de la solicitud de asilo entre países de la UE y durante ese tiempo nuestro amigo sirio no terminaba de ver claro eso de vivir en el frío norte, en el más amplio sentido de la palabra frío. Finalmente terminó renunciando a sus derechos de refugiado en el norte de Europa para venirse a Sevilla, donde solo había estado una semana.

Le pregunto sorprendido cómo tomó la decisión de volver a Sevilla y su 30% de paro en 2015 y me responde: «Intentar reconstruir mi vida en Sevilla ha sido la única decisión puramente emocional que he tomado jamás». Al parecer, durante una conversación con el abogado de su familia en el exilio, a la sazón poeta, éste le espetó para intentar aclarar sus dudas: «nunca vivas con una mujer a la que no quieres ni en un lugar que no te haga feliz». Y así siguió su pulsión y retornó a Sevilla, al mismo piso de acogida compartido donde había pasado su primera semana en Europa, con un plan escrito en su bolsillo a modo de salvavidas y que detallaba objetivos y fechas concretas.  Plan que ha ido cumpliendo casi al pie de la letra; aprender el idioma, conocer a gente, hacer amistades, integrarse, sentirse bien, trabajar…Ahora trabaja en el mundo de la ayuda humanitaria, en la acogida de personas refugiadas, en la misma organización que le acogió a él. Sin embargo, su objetivo es terminar trabajando en el ámbito de la ingeniería, su verdadera vocación y profesión. Tras estudiar un máster lleva casi un año buscando empleo sin suerte hasta ahora.

Sorprendido de su determinación y tesón le pregunto qué le ha dado Sevilla durante estos tres años: «me ha ayudado a recuperar una parte de la memoria, porque parte de ella se rompió en Alepo. He ocupado parte de ese hueco de mi memoria dejado en Siria, del que dependo emocionalmente para sobrevivir». Continua: «vivir es tener recuerdos, sobrevivir es olvidar. Aquí volví a recuperar los buenos recuerdos, a recuperar el presente».

Cuando empezó a recuperar la entereza, a respirar, nuestro amigo sirio decidió agradecerle al pueblo que tan bien le había acogido. Sintió la necesidad de hacer cosas porque sí, de devolver el altruismo con el que muchas personas le habían vuelto a aferrar a la vida. Ni corto ni perezoso, en marzo de 2016 tras tres meses y una semana en Sevilla, decidió abrir una página en caralibro donde ofrecía una parte de su tiempo para compartir sus conocimientos y destrezas con las personas que pudiesen necesitarlas: matemáticas, física, árabe, música, compañía, apoyo para superar situaciones complicadas legitimado por una guerra atroz. Al cabo de pocos días varios medios de comunicación se hacían eco de su iniciativa, todo el mundo quería conocer a quien quería dar después de haberlo perdido todo. Recibió miles de llamadas y de ofertas, incluso de dinero, pero él no quería recibir, quería dar. Y así fue como ha conocido a mucha gente y sobre todo a gran parte de sus amistades cercanas, verdadera comunidad de apoyo en su nuevo destino.

Nuestro amigo sirio nos explica que ha descubierto el verdadero significado de la palabra integración: «es la principal vía para poner a salvo tus sentimientos y pensamientos cuando te has visto obligado a abandonarlo todo, no puedes volver atrás, y llegas a una nueva realidad en la que estas obligado a reconstruirte. Este proceso pasa por volver a confiar en el nuevo aire que respiras, a escuchar los nuevos pájaros que cantan, a pasear sin miedo por las calles que ahora te acogen». Nos recuerda con brillo en los ojos la primera vez que el cuerpo le pidió echarse una cervecita con alguien que le dio charla en una esquina cualquiera. «Puedes llegar a un nuevo territorio, a un nuevo espacio, sin estar todavía en él, en todo tu ser, de forma plena. Integrar es liberarte a ti mismo a la vez que liberas al nuevo otro. Es confiar de nuevo, compartir alegrías y tristezas, riquezas y pobrezas, confidencias y pamplinas. Trazar puentes entre los olores, los sabores, los sonidos que envolvían a la vieja lluvia y los que moja la nueva, rellenando así la memoria con nuevos recuerdos sin sentirte obligado a borrar los antiguos».

Nuestro querido amigo sirio necesita sentir que su tránsito está llegando a su fin, que está consiguiendo estabilizarse, porque le da la necesaria confianza y seguridad para resolver sus problemas cotidianos. Consiguió al cabo de dos años eternos su estatus de refugiado como palestino. Nuestro pequeño cantante ha acabado su bachillerato, toc, toc, toc: «maestro, estoy listo para aprender a tocar el laúd».

Nos apoya

Las comadres somos la comadre Vanesa y la comadre Begoña, dos amigas que nos conocemos desde hace ya varios años y que hemos tenido la suerte y oportunidad de emprender este camino juntas. Contando con que las dos tenemos una capacidad innata para relacionarnos con todo aquello que se mueve, sabíamos que teníamos que trabajar de cara al público y si estábamos sintiendo el proyecto como algo nuestro, mejor que mejor. Un proyecto que fuera una forma de vida y una apuesta por un futuro saludable y responsable. Para llevarlo a cabo y sentirlo aún más nuestro decidimos quedarnos en el barrio y así ha sido. Gracias al apoyo de familiares y amigos hemos podido “poner en pie” nuestra frutería – verdulería, un espacio que nos gustaría que lo sintierais como vuestro y que lo disfrutarais cada vez que os acerquéis. En Las Comadres no sólo queremos ofreceros productos de gran calidad, a buen precio; sino que nos gustaría aprender, intercambiar saberes y convertir nuestro local en un espacio de encuentro en el barrio.