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nº68 | política local

La Alameda para quien la paga

El Ayuntamiento anuncia una nueva reforma integral de la Alameda de Hércules que vuelve a poner el espacio en el ojo del huracán especulativo.

La llamada segunda modernización de Sevilla, que podríamos fechar en torno al PGOU de 1987 y la reestructuración urbana para dar cabida a la Expo 92, introdujo el centro histórico de la ciudad en una dinámica de cambio constante y esquizofrénico que llega hasta la actualidad. Mientras otras partes de la ciudad han entrado en barrena, estancamiento y/o franca decadencia, ignoradas por el promotor privado y el agente público, el centro se ha convertido en el destino preferido de toda clase de inversiones. El lugar que se distingue precisamente por cristalizar la identidad e historia de la ciudad se ve envuelto en una tormenta de continuas transformaciones, campo de juegos de arquitectos con pretensiones, políticos ambiciosos y especuladores del montón.

El espacio público y la edificación se gastan con su uso, lo que demanda invertir trabajo y recursos en ellos con cierta periodicidad. Hay también un desgaste estético, que tiene que ver con el ritmo de las modas, que demanda inversiones simbólicas, que alguien podría considerar igualmente legítimas que las necesidades materiales. No obstante, en la actualidad, el tratamiento que se hace de los centros históricos no responde directamente ni al desgaste del ladrillo, ni a la obsolescencia percibida. No es consecuencia de una necesidad funcional, ni tampoco de los cambios que demanda el ciclo de la moda. Al contrario, la moda es un recurso más para la revolución incesante del entorno construido. El ciclo de vida, cada vez más corto, del producto comercial, responde a la necesidad de acelerar la circulación del dinero. Un proceso ininterrumpido de cambio que busca atraer nuevos visitantes y residentes, consumidores solventes de espacio. Los centros históricos son el gran recurso de las ciudades subdesarrolladas que no cuentan con playa ni alta montaña. Se tratan, en consecuencia, como la principal atracción de ciudades diseñadas para ser consumidas. Como en el circo, el espectáculo no puede parar, ello requiere de una continua sucesión de proyectos arquitectónicos y urbanísticos.

Sin duda la Alameda de Hércules y, especialmente, su entorno residencial, demandaban una renovación en la conclusión del siglo XX. También es cierto que el paseo ajardinado intramuros más antiguo de Europa tenía potencialidades evidentes y estaba infrautilizado como atracción urbana en este momento. Los fondos europeos sirvieron para ponerlo en el mercado de lugares, con los palacios de Las Sirenas y Marqueses de la Algaba como buques insignia de la renovación. La reforma definitiva del paseo se prolongó hasta el primer lustro del siglo XXI, con una configuración más interesada en parecerse a algún rincón de Barcelona que a un espacio central de Sevilla. Enclave progresista por excelencia de la ciudad, el nuevo producto fue ejecutado para el consumo de la burguesía bohemia, de los funcionarios de izquierda y los profes de universidad. A las clases populares en decadencia, que habían predominado en la segunda mitad del siglo XX, o las echaron o se fueron, o simplemente se murieron. En el último periodo, han sido los guiris los que han empezado a desplazar a las clases medias progres que habían hecho de la Alameda su feudo en el último tiempo. Hoy día, en la Alameda, todo lo sólido se disuelve en el aire. Se abren nuevos comercios, las viejas tiendas se transforman en bares y restaurantes y estos a su vez se ven sometidos a un continuo reciclaje estético. Nada permanece. Los edificios y las fachadas cambian, como cambian los vecinos y cambian los usuarios de los apartamentos turísticos a un ritmo cada vez más endemoniado. El dinero se mueve al ritmo de los trolley bags chocando con el adoquín. Cuanto más rápido se mueve la gente, más rápido se mueve el dinero.

La máquina sigue demandando más madera. Veinte años después de una obra extremadamente onerosa, es necesario volver a dar la vuelta al calcetín de la Alameda. Si entonces había que modernizar la plaza, hacerla europea, ahora hay que devolverle su identidad, su esencia. Por la extensión que ocupa, la broma no va a salir barata. ¿Cuántas plazas en los barrios esperan algo de atención pública? ¿Cuántas de ellas mal mantenidas, infraequipadas, desgastadas por su uso? Solo una persona que no salga del centro e incluso de la Alameda, podría pensar sinceramente que la reforma de esta plaza es algún tipo de prioridad para los vecinos de la ciudad.

Lo que nos lleva al móvil del crimen. Podría haber algo de revanchismo del actual consistorio contra la burguesía progresista que se ha apropiado del emblemático jardín. Sin duda es un espacio que pertenece simbólicamente y en votos al anterior alcalde. Nada más insoportable y doloroso para el grupo que lo habita actualmente, que una amenaza de sevillanización rancia. También hay un guiño al electorado más tradicionalista. Sin embargo, este solo hace patente la profunda escisión, el abismo entre el discurso político y su práctica. El votante conservador sevillano ve cómo la maquinaria turística arrasa su centro histórico, cómo banaliza los enclaves más emblemáticos, desdibujando la ciudad. Hay un sector de la población, sinceramente conservador, al que le gustaría conservar su ciudad, protegerla de los envites del desarrollo, como si eso fuera posible. Sin embargo, la realidad es que el PP ya no es el partido de los grupos conservadores y reaccionarios locales. El PP en el gobierno es la junta directiva de la patronal inmobiliaria y de la industria turística, así se comporta, así administra y así legisla. Como todos los partidos de masas, deben verbalizar un discurso en el que se sientan cómodos sus votantes, aunque los intereses a los que realmente representan guíen sus actos en una dirección distinta. No es posible entender la política sobre la Alameda o sobre el centro histórico de Sevilla tomando en serio el discurso de las autoridades. Hay que examinar sus acciones de manera independiente de lo que dicen de ellas. Cualquier reforma que se haga en la Alameda en la actualidad no servirá ni a la burguesía bohemia, ni a la élite tradicional de Sevilla, solo será un nuevo número en el circo turístico.

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